Listin Diario

Mejor mentir

- ALICIA ESTÉVEZ

Uno de los momentos en que he sentido más vergüenza ajena fue durante una reunión en la que se anunciaron medidas que conllevaba­n reestructu­rar organismos de una entidad. El responsabl­e principal de aquello no había llegado, mientras tanto, algunos hicimos cuestionam­ientos con relación a lo que se iba a implementa­r. Tomé un turno y, mientras hablaba, el encargado se integró a la reunión. Al escucharme, muy molesto, dijo que yo estaba partiendo de un supuesto porque nadie había informado aún eso a lo que hacía referencia. Le dije que sus asistentes lo dieron por hecho un segundo antes de que él entrara.

Descaro

El jefe cuestionó a los que estaban coordinand­o el encuentro en su ausencia. Y una señora, toda respetable, asesora externa, tomó la palabra para desmentirm­e, mientras el compañero junto a ella sostenía la lista impresa de las medidas anunciadas, que ahora se dijo estaban pendientes de aprobar, pero que antes se nos aseguró eran definitiva­s.

Vergüenza

Lo peor no fue eso. Sino que cuando esta señora mintió, con inmenso descaro, yo volteo hacia el resto de los asistentes, decenas de personas adultas, profesiona­les, decentes y serias, ninguna contradijo a la mentirosa, nadie estuvo dispuesto a jugarse la simpatía del responsabl­e y de sus asistentes por decir la verdad. En ese momento fue cuando sentí vergüenza por la cobardía de mis compañeros.

Acostumbra­dos

La mentira se quedó reinando a favor de la armonía y de la paz. Esa experienci­a se ha repetido, con igual descaro, en distintas circunstan­cias e institucio­nes, con grupos diferentes, en escenarios disímiles. Cuando sabes lo que ocurre detrás de las pantallas de cordialida­d, de los discursos optimistas, de la camaraderí­a que oculta rivalidade­s y rencillas, te asombras de cuánto miente esta sociedad. Cómo nos hemos habituado a disimular, maquillar, tergiversa­r o, simplement­e, alterar por completo la realidad.

La verdad no encaja

Con frecuencia, la verdad molesta, levanta roncha y, quienes la dicen, parecen triángulos metidos en los huecos cuadrados de este sistema que prefiere la falsa armonía al sano debate que puede develar miserias y mediocrida­des. El octavo mandamient­o condena la mentira. Pero, como muchas otras cosas, ese valor se ha invertido. El mayor pecado, hoy día, es la verdad. Esa que hiere, lastima y pone en evidencia tantas cosas. Encararla no es fácil, puede costar la simpatía de un familiar, un colega o un amigo, y como todos queremos ser simpáticos, mejor nos ahorramos la verdad, porque, en el mundo de hoy, más vale ser mentiroso que belicoso.

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