Listin Diario

¿Lo perdonaron?

- ALICIA ESTEVÉZ En la web alicia.estevez@listindiar­io.com .listindiar­io.com

He pensado que, tal vez, alguien sintió envidia ante esa pareja madura tomada de la mano. Que unos novios pobres los envidiaron, también, en ese invierno parisino, tan frío, porque podían pagar el cine, que conlleva calefacció­n, intimidad y distracció­n. El que les vendió las taquillas los habrá mirado con envidia, sin dudas, porque él estaba trabajando y ellos disfrutand­o. Lo mismo la mujer que les sirvió el bizcocho, que compraron en el camino de regreso a su casa, seguidos por los ojos más envidiosos de todos, los de un niño indigente, que trató de adivinar la variedad del postre. Así imagino lo que ocurrió esa noche.

Ni cielo ni infierno

Vivían en un barrio de París. Ella era hija de un hombre que dejó su huella en el mundo, lo único en lo que él creía. Porque para Carlos Marx, no existía eternidad, ni cielo, ni infierno ni Dios, ni diablo. Tampoco para su hija y su yerno, la pareja de quienes les hablo, que, tras ver una película, comprarse un bizcocho y pasear de la mano por la ciudad más hermosa del mundo, llegaron a su casa, acariciaro­n a su perro, le sirvieron comida y agua para varios días y, después, cada uno se dio un tiro.

Miedo a la vejez

La historia es vieja, ocurrió el 25 de noviembre de 1911 y los protagonis­tas son Laura Marx, la hija del medio del autor de El Capital, y su marido Paul Lafargue, quienes decidieron suicidarse, según explicó Lafargue en una carta porque no querían enfrentar los achaques de la vejez que ya se acercaba, ambos tenían más de 60 años.

Otro suicidio

Este pacto suicida, sorprenden­te por sus protagonis­tas, y por la frialdad en la ejecución, fue reseñado en un artículo que leí a propósito de que se cumplía el aniversari­o del suicidio de otra hija de Marx, Eleanor, la menor, que también se quitó la vida, un 31 de marzo de 1898, en su caso, al ser abandonada por su pareja.

Sorpresa y perdón

Tras leer ese artículo me provocó curiosidad saber qué pensarían las hijas de Marx cuando sus espíritus se desprendie­ron del cuerpo y emprendier­on un camino sobre el cual no tuvieron control alguno. Cuando comprendie­ron que su dios, que era su padre, se había equivocado. Y si se encontrarí­a de aquel lado con él, y si ellas lo habrán perdonado…

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