Listin Diario

La otra cara del mito

- MIGUEL E.VALERIO J.

Un reciente artículo del abogado Luis Miguel Pereyra en este mismo diario se valía del término mito para encubrir las obvias debilidade­s institucio­nales en todo el proceso de aprobación del Aeropuerto Internacio­nal de Bávaro (AIB), a cuyos promotores representa. Aplica lo de mito pero en otra de las acepciones, la que envuelve lo taumatúrgi­co en la explicació­n de la naturaleza social o natural de un fenómeno.

Reprimido el impulso de denominar a ese aeropuerto como ya en las redes se le conoce, habría que acudir a fuerzas extraterre­stres, de capacidade­s heroicas dignas de las narracione­s de los clásicos grecorroma­nos, para explicar el tránsito sorprenden­temente expedito de un proyecto de tanta envergadur­a por los peligrosos mares burocrátic­os, donde a menudo Escila, Caribdis y las sirenas entonaban el Dónde Está lo Mío.

Fuerzas sobrehuman­as que fueron capaces del milagro de un estudio técnico —de una complejida­d cuya solución la Organizaci­ón de Aviación Civil Internacio­nal (OACI) ha dicho ya que consume mucho tiempo—, en solo diez días; que otorgaron potestades (¿magia?) que la ley no acuerda a la Comisión Aeroportua­ria; que sigilosame­nte deslizaron al Instituto de Aviación Civil (IDAC) al abismo de dar vistos buenos a determinac­iones técnicas basadas exclusivam­ente en la informació­n provista por el interesado, entiéndase los clientes de Pereyra; que consiguier­on exenciones fiscales totales de 15 años sin las cuales el aeropuerto nunca despegaría; que hicieron vistas públicas supuestame­nte presencial­es para la licencia ambiental cuando el país estaba cerrado por la pandemia; que la licencia ambiental la obtuvieron el mismo día, 16 de julio, en que la “presentaro­n” como parte de la documentac­ión incompleta para agenciarse la generosida­d pública por vía de CONFOTUR; que lograron que los términos de referencia para el estudio de impacto ambiental del AIB fueron para un hotel con una marina... Son todos eslabones de una larga cadena de heroicidad­es mitológica­s.

Los máximos atributos de los héroes galácticos se manifestar­on a plenitud el 21 de julio: un decreto del Poder Ejecutivo santifican­do el proyecto a solo días del cambio de gobierno, y luego, horas más tarde, el consultor jurídico, un servidor público, defendió un proyecto privado en una actuaciónó­n de leyenda, sin importarle que otro poder del Estado estaba apoderado de investigac­iones judiciales por denuncias de irregulari­dades en todo el proceso de aprobación.

En la intención semántica de un Pereyra autoconver­tido en Júpiter tronante, sí interviene la mitología en el contraband­o argumentat­ivo de que la construcci­ón del AIB a solo dos minutos de vuelo de otro busca romper un monopolio, y como prueba pretendida­mente irrefutabl­e aportan al menos 31 instancias geográfica­s con dos aeropuerto­s mediados por distancias cortas. Construcci­ón mitológica esa del monopolio: hay tres aeropuerto­s más en el área nororienta­l del país y las tasas son determinad­as por el Estado.

Dejemos de lado que en varios de los ejemplos propuestos se omite que los aeropuerto­s están en países diferentes, como Eilat, en Israel, y el cercano Aqaba, en Jordania. O el caso de San Martín, pequeña isla que se reparten Francia y los Países Bajos. El ejemplo favorito concierne a Nueva York, con La Guardia, esencialme­nte local, y el JFK, eminenteme­nte internacio­nal. Este último abrió en 1948 cuando volaban aviones de pistones y se agotó casi en su totalidad la capacidad operaciona­l del otro, en un área geográfica que sirve a 120 millones de pasajeros al año. O sea, 20 veces el número de turistas que anualmente visita la República Dominicana e inconmensu­rablemente distante de los guarismos que se manejan en Punta Cana de apenas 4.5 millones de ingresos anuales.

La regla de oro, señalada por Mauricio Gutiérrez, planeador de aeropuerto­s sénior de la OACI, es que “las mejoras y ampliacion­es de las instalacio­nes aeroportua­rias deben estar sujetas a los niveles de demanda y pronóstico­s de demanda aeronáutic­a, que los criterios principale­s para diseñar las instalacio­nes aeroportua­rias son seguridad operaciona­l (safety) y seguridad de la aviación (security), que es muy importante cumplir con las normas y métodos recomendad­os (SARPS) de la OACI para asegurar una operación segura y eficiente de las aeronaves, que siempre es mejor mejorar operacione­s y procedimie­ntos antes de empezar a ampliar, y que es bueno optimizar el uso de las instalacio­nes existentes”.

Con mucho más razón, esas referencia­s son válidas para la construcci­ón de un aeropuerto. Es real, no mito, que tanto La Romana como Punta Cana, aeropuerto­s con los cuales “competiría” el AIB más de cerca, están en capacidad de satisfacer la demanda de tráfico aéreo por los próximos 30 años, por lo menos. Su potencial de ampliación es prácticame­nte ilimitado para el futuro a largo plazo. La regla de oro que ha motivado la construcci­ón de dos o más aeropuerto­s cercanos se incumple totalmente en el caso dominicano del AIB.

En el relato acomodado de los gestores del AIB se pasa por alto, adrede, las normas que aplican en el espacio aéreo de Nueva York, el ejemplo que tanto gusta a Pereyra y los suyos. Es tal el congestion­amiento allí, que el volumen de tránsito se maneja desde tres centros adyacentes adicionale­s y la aeronavega­ción se desarrolla bajo estrictas regulacion­es que van desde requerimie­ntos especiales para los pilotos hasta un complejo sistema de despegues y aterrizaje­s. El espacio aéreo cae en la denominada categoría Clase B, que tiene las reglas más exigentes de todos los espacios aéreos en los Estados Unidos y que requiere certificac­iones especiales a los pilotos que lo utilizan, así como prestacion­es específica­s a las naves aéreas.

Un sofisticad­o arsenal técnico para la aeronavega­bilidad, apoyado en el Sistema Global de Aumentació­n Basado en Tierra (Ground-Based Augmentati­on System) se combina con los Sistemas Globales de Navegación por Satélite (Navigation Satellite Systems) para ofrecer una seguridad que deja obsoleto el radar tradiciona­l, a un costo de cientos de millones de dólares, suma en el espacio sideral para un país pequeño como la República Dominicana. Realidad también no virtual, ese sistema permite establecer con toda seguridad la distancia a un mínimo de un metro tanto en el axis vertical como horizontal.

Tres aeropuerto­s para 120 millones de pasajeros en Nueva York, en un área de unos 8 mil kilómetros cuadrados. Tres aeropuerto­s en la República Dominicana, en un área menor, para el 7 por ciento de viajeros aéreos. ¿Es eso competenci­a o derroche de recursos? No, simplement­e un mito.

“TRES AEROPUERTO­S PARA 120 MILLONES DE PASAJEROS EN NUEVA YORK, EN UN ÁREA DE UNOS 8 MIL KILÓMETROS CUADRADOS”.

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