El partidismo obstruye la respuesta al virus
WASHINGTON — El coronavirus se propagaba por el mundo, y los funcionarios en la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) intentaban llevar ayuda rápidamente a los países necesitados. Pero primero, tenían que resolver un debate sobre el posicionamiento de marca.
Los funcionarios nombrados por la Casa Blanca y el Departamento de Estado querían que el logotipo de la agencia se colocara en todos los paquetes para mostrarle al mundo, cuánto Estados Unidos estaba enviando al extranjero.
Los empleados de carrera en USAID argumentaban que los símbolos estadounidenses podrían poner en peligro a las personas que entregaran o recibieran ayuda en los países hostiles a Estados Unidos.
Finalmente, se le permitió a los trabajadores humanitarios repartir ayuda, sin los logotipos, en un puñado de países en el Medio Oriente y África del Norte. Pero el debate, según lo describieron media decena de funcionarios, ex funcionarios y trabajadores humanitarios, provocó que la asistencia se retrasara semanas.
Fue un ejemplo de la intervención política que ha afectado a una institución que se precia de encabezar la respuesta a las emergencias mundiales. “Distorsionar esa misión es un insulto y me parece muy indignante”, afirmó Nita M. Lowey, representante demócrata de Nueva York.
Lowey comentó que nunca había visto a la agencia de ayuda humanitaria ser tan vulnerable a la política partidista como ahora, citando la acusación hecha por la dependencia en mayo, de que la ONU estaba promoviendo el aborto en su fondo de respuesta al coronavirus, como “un ejemplo de la politización de una pandemia mundial, por parte del gobierno de Trump para atraer a electores provida en Estados Unidos”.
John Barsa, el administrador interino de la agencia humanitaria, fue nombrado en el cargo el 17 de marzo. Barsa, quien se negó a ser entrevistado, tomó precauciones adicionales para preparase para la temporada de huracanes y rápidamente envió ayuda a las víctimas de las explosiones letales en Beirut, Líbano, el mes pasado, que dejaron a por lo menos, 300.000 personas sin techo.
No obstante, a medida que el presidente Donald J. Trump hace campaña para reelegirse, la agencia ha sido controlada de cerca por la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Algunos detractores señalan que la intervención ha frenado los esfuerzos de ayuda por la pandemia a algunos lugares, además de convertir la ayuda en un arma para otros y desvincular a Estados Unidos de la respuesta de la Organización Mundial de la Salud al coronavirus.
Quizá, el ejemplo más evidente de la microgestión de la Casa Blanca es el reciente desfile de nombramientos políticos en la institución. Bethany Kozma, subdirectora de personal de la dependencia, habló en 2016 contra la “agenda transgénero” del entonces presidente Barack Obama. Kozma ha ayudado a redactar una actualización de la política de género de la organización, que elimina la mención de las personas transgénero.
Mark Kevin Lloyd, el nuevo consejero de libertad religiosa, supuestamente calificó al Islam
La Casa Blanca supervisa la agencia humanitaria.
como una “secta barbárica”, cuando era empleado de la campaña de Trump en 2016.
Y antes de que Merritt Corrigan se incorporara a la agencia como enlace de la Casa Blanca, declaró que Estados Unidos estaba “en las garras de un ‘imperio homosexual’”. Salió de la institución en agosto, luego de tres meses, diciendo que estaba en la mira debido a su fe cristiana.
Otro nombramiento político en la agencia, Peter Marocco, ha retrasado el financiamiento para ayudar al gobierno de Ucrania a mantener a raya la interferencia rusa, reveló un funcionario de la organización, aunque Marocco supervisa esfuerzos para evitar el conflicto en países, que enfrentan una transición política.
“Si llenas una institución con designados políticos que no tienen la experiencia, ¿cómo esperas que la agencia cumpla su misión?”, cuestionó Gayle Smith, administradora de USAID, durante el gobierno de Obama.