Argentina anticipa el regreso del jaguar
PARQUE NACIONAL IBERÁ, Argentina — Tenían una gran labor por hacer como los primeros jaguares en ser reintroducidos a los humedales de Argentina, tras décadas de ausencia.
Pero era un grupo problemático.
Tobuna venía de un zoológico argentino y estaba letárgica, en el ocaso de su vida reproductiva. A su hija, Tania, un tigre le mutiló una de sus patas, cuando era una cachorra. Nahuel requirió un procedimiento dental personalizado para aliviar el dolor de muelas que lo hacía gruñón. Jatobazinho había llegado a una escuela rural, deshidratado y hambriento, en una región del vecino Brasil, donde las tierras de cultivo están devorando la selva.
“Todos tenían historias bastante traumáticas”, afirmó Sebastián Di Martino, biólogo que supervisa los proyectos de conservación en la Fundación Rewilding Argentina, una iniciativa para restaurar la salud de los ecosistemas del país, mediante la reintroducción de especies, que han sido aniquiladas por los humanos.
Pero conseguir animales que se reproduzcan a menudo es fastidioso, por lo que Di Martino estaba encantado con obtener cualquier jaguar para el esfuerzo de un año a fin de crear santuarios para la vida silvestre en Chile y Argentina.
Para estos jaguares imperfectos, su nuevo hogar, el Parque Nacional Iberá, debió parecerles un paraíso.
La idea del retorno de los jaguares surgió de un proyecto de Kristine y Douglas Tompkins, quienes dirigían Patagonia y North Face, las empresas de ropa y equipos para actividades al aire libre, antes de que las causas ambientales se convirtieran en su principal ocupación.
En la década de 1990, comenzaron a adquirir tierras en el Cono Sur. El objetivo de la pareja estadounidense (Douglas Tompkins murió en 2015) era poner los cimientos de lo que, eventualmente, se convertiría en unos parques nacionales.
En todo el Cono Sur, los ecosistemas están pereciendo a un ritmo asombroso. Cada año, los madereros, mineros y agricultores arrasan vastas áreas, convirtiendo la vegetación verde esmeralda en pastizales.
La enorme escala de la destrucción puede hacer que incluso Iberá, y sus aproximadamente 13.000 kilómetros cuadrados de pantanos y lagos, se sienta muy pequeña. Hacer una diferencia es difícil. Y eso no pasa desapercibido para los conservacionistas. “Ahora más que nunca tenemos que ir más allá de la conservación y la restauración, lo que significa librar una batalla”, indicó Di Martino.
Cuando los Tompkins comenzaron a adquirir tierras, a menudo fueron recibidos con desconfianza. “Había rumores de que se iban a llevar toda el agua hasta Estados
Unidos”, comentó Diana Frete, vicealcaldesa de Colonia Carlos Pellegrini, un pequeño pueblo, que sirve como puerta de entrada a los humedales.
Los esfuerzos de conservación en Iberá y el revuelo, en torno al regreso de los jaguares, transformaron al parque en un destino turístico en ciernes.
Durante milenios, los jaguares fueron uno de los depredadores dominantes en América del Norte y del Sur, pero la conversión de las tierras a la agricultura, durante los últimos dos siglos, hizo que se extinguieran en varias regiones.
Antes de ser liberados, se mantienen en corrales grandes y cerrados, donde sus habilidades de caza son monitoreadas por cámaras. Las hembras en celo se ubican en corrales contiguos a los de un prospecto masculino, lo que permite que los biólogos determinen si su lenguaje corporal transmite agresión o deseo. “Cuando hay interés, la hembra comienza a rodar por el suelo y a rascar la tierra”, relató la bióloga Magalí Longo, que monitorea a los animales.
El primer gran avance reproductivo se produjo en 2018 cuando Tania, la jaguar hembra que no tiene una pata, parió dos cachorros. Si todo sale según lo planeado, el proyecto espera liberar a los primeros jaguares, a fines de este año o principios de 2021. Iberá podría albergar a unos 100 jaguares en las próximas décadas.
“Estamos reparando el daño que hemos hecho y se siente muy bien comenzar a ver los resultados”, manifestó Longo.
Realizan esfuerzos por reintroducir un depredador.