Mixturas
Una historia de amor ambientada en el siglo XVIII entre un militar castellano y una mestiza peruana, una novela premiada ya hace años, me viene a la mente como ejemplo de las incontables historias de amor y desamor publicadas en las cuales los protagonistas son de diferentes culturas, un encuentro biológico de etnias distintas la fusión de las mismas origina otras nuevas y desemejantes. Este hecho que hoy habría de considerarse relativamente normalizado, resulta que no lo es tanto. Dejando a un lado la existencia en todos los continentes de pueblos indígenas i etnias que no se mezclan con otras por ley, condición o característica o por su propia naturaleza, la unión de individuos de diferentes culturas sea en comunidad o en colectividad, origina discriminación y colateralmente xenofobia y racismo en la sociedad en la que conviven con otros. Esta es la realidad que vive EEUU, -en unos estados más que en otros-, donde el racismo se hace evidente en todos los ámbitos: esclavitud, genocidio indígena y segregación racial de forma sistemática. El matrimonio interracial no ha sido legal en este país hasta que una decisión de la Corte Suprema del año 1967, no modificó unes leyes anteriores anti-miscegénicas catalogadas de anticonstitucionales. Desde entonces estas mixturas han ido en aumento, desde aquel 5% de la década de los cincuenta hasta el 85% de la actualidad, aunque la proporción puede variar dependiendo del origen étnico y el sexo de los contrayentes.
Si EEUU es el país más racista del mundo, países de la América latina le siguen delante de España, Sudáfrica e Israel, aunque según las fuentes las estadísticas pueden oscilar uno o dos puestos por encima o por debajo del inmediato. Los países andinos encabezados por Bolivia y seguidos por Perú y Argentina serían los que discriminarían a las comunidades indígenas por los problemas de convivencia y, precisamente, también al imperialismo histórico de EEUU y España, aunque su migración sea la más importante en estos países.
La ausencia de mujeres castellanas en los primeros tiempos de la colonia en la isla de La Hispaniola, -hoy, Rep. Dominicana-, ilegalidad y mestizaje eran la misma cosa. Frente la problemática, una ordenanza real incentivó las uniones con las indias locales con la excusa de promulgar las campaña evangelizadora, y, el año 1514, ya se confirmaba la legalidad de los matrimonios mixtos y aseguraba la legitimidad de sus descendientes equiparándolos a los de los castellanos. En las diecisiete naves que zarparon desde Barcelona en el segundo viaje de Colón iban “algunas mujeres”, pero no fue hasta el tercero en que viajaron en gran número. Por otro lado, en el virreinato del Perú del siglo XVI, el cronista mestizo Guamán Poma de Ayala se sorprendía constantemente al ver como las indias locales iban detrás de cualquier varón que llegaba de la península a pesar de las barbaridades que habían hecho los de su raza. Llegar a relacionarse con él significaba escalar, automáticamente, posiciones en la sociedad.