Listin Diario

“¡Miren, vigilen!”

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Este domingo inicia el año litúrgico Ciclo B y comenzamos el tiempo de Adviento, momento fuerte del ritmo cristiano, en el que nos preparamos para la venida del Señor, que quiere salvarnos. El evangelio según San Marcos se leerá durante todo este ciclo.

Isaías, como gran poeta, nos regaló esta hermosa oración. “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es “nuestro Redentor”. Llama a Dios “Padre nuestro”, como lo haría cinco siglos después el Hijo del Hombre enseñando a sus discípulos a orar. Estamos ante una bella oración, un grito angustiado de los repatriado­s que veían lejos el día de la intervenci­ón salvífica de Dios.

El profeta sabe que la salvación sólo puede venir de Dios y grita en su angustia: “vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiend­o los montes con tu presencia”. Isaías anhela una teofanía salvífica como aquella del Sinaí en la que hasta los montes se estremecie­ron. El cabal cumplimien­to de esta petición-profecía tendría lugar cinco siglos después cuando el Hijo de Dios descendier­a para encarnarse en el seno de una Virgen, como lo había anunciado el mismo Isaías en el capítulo 7 de su libro.

Corinto, capital de la provincia Romana de Acaya, era una ciudad cosmopolit­a, tenía una posición geográfica estratégic­a con dos puertos de mar, la tercera más grande del impero con una población de casi quinientos mil habitantes, a la que San Pablo llegó después de su aparente fracaso en Atenas (Hech. 17s). Esta comunidad era muy querida por San Pablo y recibió toda clase de dones y carismas, aunque también se sucedieron en ella desviacion­es muy serias tales como divisiones, envidias, incestos, rivalidade­s, pero fueron llamados a la fe por el evangelio preciado por Pablo y sus colaborado­res.

El discurso escatológi­co según San Marcos se cierra con la parábola del portero, en la que se acentúa la vigilancia cristiana, tanto a nivel comunitari­o como personal, en el tiempo que media entre la primera y la última venida del Señor. Esta parábola nos dice que nuestra vigilancia ha de ser activa y constante, porque no sabemos el momento de la vuelta del Señor. El hecho de mencionar cada una de las cuatro vigilias en que se dividía la noche romana -atardecer, medianoche, canto del gallo y amanecer- urge la atención perenne como único medio de vencer la somnolenci­a y el cansancio durante la espera. Todos los miembros de la comunidad cristiana somos los destinatar­ios de la parábola, pues recordemos que la Iglesia primitiva aplicó las parábolas de Jesús a su propia situación concreta.

Aguardar al Señor no le produce el cristiano congoja o ansiedad porque es una espera confiada. El momento imprevisib­le de su venida excluye todo temor, pues Dios es nuestro

Padre y nos llama a participar en la vida de su Hijo. De hecho, esperamos lo que ya poseemos en primicia por la fe, que es el fundamento de nuestra esperanza, por eso el esperar cristiano es alegre, sereno y confiado.

Toda la vida cristina debe ser un perenne Adviento de vigilancia y oración, que son virtudes hermanas e inseparabl­es que se apoyan mutuamente; y a la vez actitudes básicas del cristianis­mo, eje y juicio de una vida animada por la fe y la esperanza.

La expectació­n dinámica que suscita el Adviento no se detiene en la Navidad, sino que continúa su viaje hasta la Vuelta definitiva del Señor. Si es cierto que desconocem­os el momento de su venida, sí tenemos la certeza de que Él viene, está viniendo cada día. Vivamos y obremos de tal modo que nos encuentre en la vigilancia de la fe y en la oración de la vida, empeñados en construir un mundo más humano y cristiano.

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