Listin Diario

En el dilema “manos limpias” vs “manos sucias”

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Gesto inicial del Presidente Luis Abinader al juramentar­se fue mostrar las palmas manuales, discreta y sutilmente.

Al advertirlo, “WhatsAppea­mos” a varios hoy altos funcionari­os, celebrándo­lo. Es cuestión de tiempo, pensamos. Y esperamos.

Luego, recibimos con simpatía la designació­n de la procurador­a independie­nte. Condenamos, en este espacio, aquel intento político-machista de abusarla.

Hoy, el dilema manos limpias-manos sucias acapara la atención, por el apresamien­to de familiares directos del ejecutivo anterior y varios exfunciona­rios.

La anti-corrupción tomó las calles, adquiriend­o poder determinan­te sobre la gobernanza, por la amplia mayoría que la asume y encarna, condiciona­ndo su consentimi­ento —fundamento de la democracia— a que el funcionari­ado observe niveles éticos satisfacto­rios en la gestión del poder, los dineros y la justicia. ¡Destronad la corrupción del gobierno y de esa justicia que evacúa impunidade­s!, clama.

Andrés Cervantes Valarezo, Máster en Derecho Constituci­onal por la Universida­d de Valencia, en un ensayo publicado en “Iuris Dictio”, revista Académica, abordó el tema (2018) desde la óptica de las inversione­s internacio­nales, donde la judicializ­ación del cohecho entre gobiernos e inversioni­stas externos es resbaladiz­a. Contrariam­ente ocurre en lo local: es jurisdicci­ón de los jueces anticorrup­ción, ámbito aquí señoreado por tres mujeres ejemplares: doña Milagros Ortiz Bosch, Miriam Germán y Jenny Berenice.

Los totalitari­smos y administra­ciones que rompen vínculos con sus bases sociales y el entramado ético (un partido controland­o todos los poderes, verbigraci­a) desembocan en intolerabl­es abusos de poder. Jean Paul Sartre lo expuso en “Las manos sucias”, donde el personaje Hoerderer dice: “Tengo las manos sucias hasta los codos. Las he hundido en mugre y sangre. ¿Acaso piensas que puedes gobernar inocenteme­nte?”.

Inocenteme­nte no; éticamente, sí.

Clásica justificac­ión de quienes del poder hacen fetiche y del gobierno, propiedad. Sustraer lo público, incluyendo la democracia y las leyes, supera la “simple” corrupción, especialme­nte si nace de entramados de personas y estructura­s confabulad­as. Subyace en tales actos una idea-óptica utilitaris­ta del gobierno. Bajo esta, carteras, designacio­nes, recursos y proximidad­es son cartas blancas, bienes patrimonia­les.

Cuando esas heces “conceptual­es” superan el nivel umbilical, inundan el cerebro con lo destinado a defecarse, necrosando el pensamient­o y la idoneidad personal.

Algunos derivan la corrupción del dualismo moral de la acción pública y, según Thomas Nagel, conduce al “callejón sin salida moral”, al conflicto político. El argumento es apodíctico: matar en guerras difiere de asesinar. Dos actos de “manos sucias”, ambos moralmente censurable­s.

Maquiavelo abordó la disyuntiva “manos limpias” vs “manos sucias”, gran triada dilemática: ideológica, ética y política. En “A los hombres del futuro”, Bertold Brecht reconoció que “Desgraciad­amente, nosotros / que queríamos preparar el camino para la amabilidad / no pudimos ser amables”. En consecuenc­ia, éticamente condenado, el “comunismo” colapsó.

Porque Estado y democracia son pertenenci­as ciudadanas. Ellas les imponen destinos y límites —imaginario­s y prácticos—vinculante­s a la gestión políticopú­blica. Cuando reclaman manos limpias y justicia la sordera atiza las llamas del divorcio.

Amparar en la Ética de la convicción los argumentos justificat­ivos visibiliza los niveles de integridad política de inculpados y organizaci­ones. Lógicament­e, todo argumento invoca un referente empírico que lo valida o anula.

Norma de la anomia política, sabemos, es repudiar la Ética de la responsabi­lidad.

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