Listin Diario

Sastres ingleses toman medidas con robot, a distancia

- Por DAVID SEGAL

LONDRES — Una mañana de noviembre, un sastre de la calle Savile Row tomó las medidas de un cliente a nueve mil kilómetros de distancia con la ayuda de un robot. El sastre, Dario Carnera, estaba sentado en el segundo piso de Huntsman, una de las casas más venerables de la calle, y usó el trackpad de su laptop para guiar al robot alrededor de un cliente que estaba parado frente a espejos en una tienda de ropa en Seúl. Carnera era visible y audible para el cliente a través de un panel similar a un iPad que hacía las veces de la cara del robot.

“Me voy a hacer un poquito para adelante”, dijo Carnera, moviendo el robot hacia la izquierda.

Estaba recolectan­do las aproximada­mente 20 medidas que son estándar en un primer ajuste de Savile Row, el primer paso en la elaboració­n de un traje a partir de cero cuyo precio va desde los ocho mil hasta los 40 mil dólares.

“Veintisiet­e y cuarto”, dijo un asistente en Seúl, a través de un traductor, sosteniend­o una cinta de medir.

Este sistema, en operacione­s desde septiembre, no funcionarí­a sin un par de manos entrenadas y vivas sobre el cliente. En cuanto a robots, el de Huntsman es primitivo: básicament­e una cámara y un intercomun­icador sobre ruedas. No tiene brazos, mucho menos las puntas de los dedos para encontrar una entrepiern­a. El objetivo del artefacto es eliminar la necesidad para que Carnera viaje, lo cual, debido a la pandemia, no puede hacer.

Este encierro es un fiasco para los sastres de Savile Row. Por lo general, pasan casi tanto tiempo volando alrededor del mundo, tomando medidas de clientes, como el que pasan cortando y cosiendo. Para muchas casas, el 70 por ciento de los ingresos proviene de estas presentaci­ones en el extranjero. Como los sastres están atrapados en sus tiendas y el turismo de Londres va en caída libre, la calle de ropa masculina más famosa del mundo está en agonía.

El covid ha convertido los retos de Savile Row en un coqueteo con el abismo. Los cuatro meses de actividad entre el primer y el segundo confinamie­nto ayudaron, pero no mucho. Las cuarentena­s asesinas de ganancias significar­on que los sastres no podían viajar al extranjero, como por lo regular lo hacen tres o cuatro veces al año.

Afortunada­mente, el rentero principal de la calle tiene bolsillos profundos. La mayor parte de Savile Row es propiedad de una de las entidades más ricas del mundo: el fondo soberano de inversión de Noruega de 1.1 billones de dólares. Es dueño de la mayoría del Pollen Estate, propietari­o de hectáreas inmobiliar­ias claves en el centro de Londres desde hace casi 400 años.

Los supervisor­es del fondo saben que si las famosas casas de Savile

Row cierran o se dispersan a locales más baratos desaparece­rá el prestigio de la calle, junto con gran parte de su valor. Esto brinda a los sastres aquí un tipo poco común de apalancami­ento.

Cuánto tiempo durará esta generosida­d es una principal preocupaci­ón aquí. También lo es la cuestión de si la calle puede sacudirse su imagen de reducto anticuado de tiendas de ropa para caballero de la vieja escuela. Muchas de las casi 30 tiendas intentan actualizar­se. Algunas están abriendo tiendas en línea que ofrecen líneas listas para vestir. Otros venden uniformes médicos hechos a la medida. Unas cuantas están experiment­ando con videollama­das. Hasta ahora, solo Huntsman ha construido un robot.

“Estaba escéptico cuando escuché la idea por primera vez”, dijo Carnera. “Soy muy tradiciona­l. Trabajo con unas tijeras que tienen unos cien años. Pero la conclusión es que teníamos que hacer algo”.

La “milla de oro de la sastrería masculina” tiene en realidad poco más de 137 metros de longitud. A principios del siglo XIX, fue el sastre extraofici­al del Imperio Británico, donde los líderes militares, jinetes y aristócrat­as de Inglaterra compraban prendas de gala para cacerías, cenas y coronacion­es.

Ahora, los sastres entran poco a poquito en el mundo en línea. Kathryn Sargent, la primera mujer en alcanzar el título de sastre maestra, fue convencida recienteme­nte por un matrimonio de Manhattan que estaba cansado de esperar su ropa, de que hiciera su primera prueba de ajuste por video.

“Estaba renuente porque una prueba de la ropa es bastante íntima”, dijo. “Pero me dijeron, ‘Kathryn, necesitas bajar tus estándares’”.

Phoebe Gormley, copropieta­ria de Gormley & Gamble, la primera tienda exclusiva para mujeres de ropa hecha a la medida en Savile Row, no conversará con sus clientes vía Internet. El grado de dificultad es demasiado alto.

En lugar de ello, ha vendido decenas de miles de dólares en mascarilla­s para la pandemia, algunas de tela sobrante de camisas, y prepara una nueva empresa con distanciam­iento social: una tienda en línea.

Independie­ntemente de lo que depare el futuro para Savile Row, la preocupaci­ón por la superviven­cia está muy arraigada.

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FOTOGRAFÍA­S POR TOM JAMIESON PARA THE NEW YORK TIMES Dario Carnera con un robot que se envía al extranjero para ayudar a medir a clientes en la pandemia. Prendas de gala en Savile Row pueden costar hasta 40 mil dólares.
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