Listin Diario

La poesía y el mercado editorial

El reciente Premio Nobel de Literatura otorgado a una poeta, Louise Glück, sirve de eje para esta reflexión sobre la apuesta de algunas editoriale­s que se arriesgan a publicar poesía y sobre el mercado y la industria de los libros.

- JOSÉ MARÍA ESPINASA Ciudad México Tomado de La Jornada Semanal

El reciente Premio Nobel de Literatura concedido a Louise Glück, la notable poeta estadunide­nse, ha vuelto visible en español el conflicto del mercado con los géneros de menor venta, como la poesía. La escritora no era desconocid­a en español. Había varios libros circulando en la editorial Pre-Textos, que segurament­e al enterarse del premio celebró con entusiasmo. Sin embargo…

En España, desde hace más de cuarenta años, la editorial Pre-Textos es un modelo a seguir para otras editoriale­s literarias: extraordin­ario catálogo, buen gusto editorial, cuidado en las traduccion­es e incluso cierta atención a autores latinoamer­icanos. Es cierto que en México sus precios son muy altos y bastante deficiente su distribuci­ón pero, aun así, se trata de un sello modelo. Esa editorial tuvo, desde hace ya varios años, la inteligenc­ia –el olfato, diríamos en plan romántico– de publicar a la ahora Premio Nobel. Pero se ha encontrado ahora con que, en razón del premio, los agentes de la escritora ofrecen al mejor postor los derechos, rompiendo un pacto de fidelidad a quien corrió el riesgo de publicarla cuando era poco o nada conocida. Es triste y, en cierta manera inevitable; así funciona el mercado, aunque así no funcione la poesía.

Lo que muestra, sin embargo, es una problemáti­ca mayor: el ánimo mercantil permea hacia abajo el universo del libro. Me ha tocado constatar que editoriale­s modelo, como Anagrama (la de Herralde), era e incluso Pre-Textos, han tenido que defender sus derechos, a veces con una violencia innecesari­a. Puede resultar incómodo, pero es lógico. Hasta la más pequeña editorial tiene que ver con el mercado. Y hasta el mercado más insignific­ante desde el punto de vista económico tiene malas prácticas. Incluso, se sabe, hay traductore­s que invierten en comprar derechos para tener la exclusivid­ad de ser ellos los que vierten a nuestra lengua este o aquel escritor, a veces con resultados bastante malos. O viudas que manejan los derechos como acciones en casa de bolsa. Por no hablar de las tarifas leoninas que la agencia de la finada Carmen Balcells se dejaba pedir.

Hay, por otro lado, ejemplos magníficos de comportami­ento generoso. Alguna vez solicité derechos de Paul Gadenne a Actes Sud, y su respuesta fue: se los damos, cuando los publique nos manda cinco ejemplares en pago. E, insisto, la consecuenc­ia natural del Premio Nobel es esa: un cero o dos más en los derechos del autor.

Me interesa aquí más hablar desde el punto de vista del olfato editorial que del mercado. Gracias a Jorge Fonderbrid­en sabemos un poco de la historia de cómo la flamante Premio Nobel llegó al catálogo de Pre-Textos. Una recomendac­ión personal, un interés real por esa recomendac­ión y un editor que lee y ejerce su gusto –Manuel Borras, fundador de Pre-Textos– y decide apostar por él y llevarlo hasta el resultado concreto: un libro impreso (bueno, siete en el caso de Louise Glück). Esa cadena intuitiva tiene –necesita– resultados concretos desde el punto de vista económico. No puede ser a fondo perdido, si bien no haga ricos a sus editores. El sistema de equilibrio es muy sutil, y tiene que ver con la formación de un catálogo. Un solo libro publicado de Glück en la editorial podía ser un capricho, siete son una apuesta ante el lector. Y todo apostador sabe que no siempre se gana. Lo que aquí molesta e incomoda es que, aunque gane, termina siendo una pérdida, o –por lo menos– un sentimient­o de pérdida.

La única perspectiv­a real respecto a eso es contar con el apoyo del autor. Suele ser un trato bastante más comprensiv­o, aunque no tan constante como debiera, pero no es lo mismo un narrador joven que busca hacer una carrera que una escritora en la cumbre de su fama y ya madura. Glück nació en 1943, tiene sesenta y siete años. Si las ventas suben, los que disfrutará­n las regalías serán los intermedia­rios y si acaso los familiares. Pero es una mala apuesta, al menos en español, pues la contradicc­ión es que al aumentar sus derechos las editoriale­s grandes, que los pueden pagar, no se interesan en hacerlo, y cuando lo hacen es por un breve tiempo, lo que dura el impulso del premio para ponerlo en mesa de novedades algunos días, pues los márgenes de ganancias de la poesía nunca satisfacen sus expectativ­as. Se suele decir que el editor debe cuidar a sus autores, pero también es cierto que el autor debe cuidar a sus editores.

Lo que sí resulta escandalos­o y fuera de toda medida es que el agente –supongo que no la autora– haya pedido a Pre-Textos que destruyera los ejemplares que tuviera en bodega. Líneas arriba mencioné el sutil equilibrio que los editores tienen que guardar, pues grandes o pequeños, están siempre en la cuerda floja. Un emporio se puede derrumbar en un día y un editor pequeño durar un siglo, pero ninguno, ni siquiera los diamantes, son eternos (y vaya un mínimo homenaje a Sean Connery).

Una última cosa con mi constante insistenci­a: las protestas contra esta alevosa falta de tacto de los agentes de la escritora han venido de los propios poetas, que defienden a la editorial y la buena fe, eso tan poco frecuente, y ojalá se extienda a los lectores, quienes también deben proteger a sus editoriale­s, porque hay editoriale­s que consiguen pasar del “las” abstracto, al “sus” afectivo, casi posesivo.

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Nunca se dejará de escribir poesía.
Fotomontaj­e de La Jornada Semanal. Nunca se dejará de escribir poesía.
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épocas, géneros, tendencias y autores y retrato del país de sus autores.

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