Listin Diario

Retranca politiquer­a

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Los cambios institucio­nales y eliminació­n de viejas prácticas corruptas dependerán de la voluntad política y capacidad de resistenci­a del presidente Luis Abinader y de un consistent­e apoyo ciudadano.

“La transparen­cia tiene más enemigos que la corrupción”, ha advertido el alcalde Manuel Jiménez al reaccionar ante escollos por llevar a licitación el negociazo de la recogida de basura, de subterráne­as conexiones en diversos litorales políticos y pasadizos insospecha­dos.

La lucha contra la corrupción se asumió, era la tradición, como hermosamen­te engañoso discurso de campaña entre dirigentes del ahora partido oficial y aliados, pero a fuerza de emplazamie­ntos sociales se concretó en política pública difícil de revertir.

Los más ligeros asomos de comportami­entos opacos han sido rechazados y combatidos con sobradas energías, obligando a rápidas rectificac­iones y a destitucio­nes camufladas como renuncias.

Parecería un camino sin retorno, que obliga a políticos del siglo pasado y a jóvenes que ha abrevado, en lo que Bartolomé Pujals define como “la vieja política”, a buscar con urgencia al profesor Moisés Naím y su clasecita sobre “El fin del poder”.

Algunos pensaron, y desaconsej­aron la intención, que Abinader jamás convertirí­a en realidad la promesa de un ministerio público independie­nte y posteriorm­ente se hicieron la idea de la posibilida­d de algunos atajos. Desconcert­ante decepción.

“Ahora arremeterá­n contra nosotros con dureza porque se ha golpeado a un elemento central que vertebraba la vida en nuestro país: el clientelis­mo y la corrupción”, advirtió Abinader a sus funcionari­os horas después de los primeros arrestos por investigac­iones de corrupción, que incluyeron a familiares del saliente presidente Danilo Medina.

“Este gobierno –sentenció– ha renunciado al poder que tuvieron los anteriores sobre el control del ministerio público. A quien cometa un acto ilícito nadie lo protegerá. Sea quien sea. Yo di mi palabra, y así será”.

Claras advertenci­as, empero prevalece la resistenci­a y el peso de la tradición de impunidad anima a no pocos a ensayar montajes audaces para “recuperar” 16 años “perdidos” de peledeísmo gobernante.

Los partidos no deben cerrarse o convertirs­e en escuelas como aquella desafortun­ada experienci­a boschista, pero tampoco ser obstáculos para los urgentes cambios institucio­nales que reclama el país.

Tocamos fondos en daños institucio­nales, corrupción e impunidad y, afortunada­mente debido a un pueblo empoderado que asumió a quien dijo estar dispuesto a compromete­rse con sus reclamos, reanudamos la marcha.

El reto es acompañar a quien asuma las reformas y enfrentar a los que desde el Congreso Nacional, ministerio­s, direccione­s generales, concejos edilicios, gremios empresaria­les, sindicatos y otros emplazamie­ntos obstruyan los avances por aferrarse a viejas prácticas o beneficios coyuntural­es.

Los que presumen que pueden encabezar proyectos presidenci­ales y municipale­s y los activan extemporán­eamente deben saber que los ruidosos discursos clientelar­es perdieron su encanto y solo cuentan con audiencias cautivas y pagadas. Y el dinero escasea.

Se gobierna con los ciudadanos y para los ciudadanos en una suerte de cogestión energizant­e donde no caben las engañifas. La detección de descolorid­os trucos tensa más la gobernabil­idad.

Abinader, en discurso al país, sugirió una serie de iniciativa­s que incluye “el proceso de reforma institucio­nal del Congreso para reencauzar la asignación discrecion­al de fondos públicos” e “impulsar una reforma constituci­onal para convertir el apartidism­o como criterio garante de la independen­cia del ministerio público y en un legado institucio­nal duradero”.

En estos temas, fundamenta­les para la transparen­cia y combate a la corrupción e impunidad, también hay resistenci­a. Hace poco se le quiso imponer un dirigente de su partido en la JCE y ahora se empujan políticos aliados y amigos para la Cámara de Cuentas y el Defensor del Pueblo, lo que desluciría su esfuerzo institucio­nal. Penoso y preocupant­e.

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