La extrema derecha planificó sin oposición
Una mujer murió en los disturbios del miércoles —baleada en el Capitolio por un oficial de policía. Se reportaron otras tres muertes. La muerte de la mujer no debió ocurrir, y ahora debe ser investigada, sin lugar a dudas. Sin embargo, lo que asusta es que muchos partidarios de Trump ya la están aclamando como una mártir.
Una mujer blanca muerta o herida ha sido siempre un símbolo potente en la extrema derecha, un grito de guerra para que la gente se levante y actúe para conservar sus torcidas nociones de honor, libertad y pureza.
Considere las historias fabricadas de violencia sexual que llevaron a innumerables linchamientos. O el incidente de Ruby Ridge en Idaho, en 1992, cuando agentes federales de EE. UU. mataron a una mujer blanca desarmada durante una redada fallida: “Cuando le volaron la cabeza a Vicki Weaver, simbólicamente esa fue su guerra contra la mujer estadounidense, la madre estadounidense, la esposa blanca estadounidense”, dijo en ese entonces un acólito de extrema derecha, un pastor. “Este es el primer tiro de una segunda revolución estadounidense”.
Desde entonces, activistas de derecha citan la muerte de Weaver como representación de lo bueno y correcto: la familia y la libertad.
¿Cómo distorsionarán la muerte del miércoles, aún cuando la turba llevó la violencia al Estado?
No podemos remediar los errores pasados que nos trajeron aquí, pero podemos evitar nuevos, comenzando por rechazar la suposición de que los eventos del miércoles no conducirán a algo peor. Que un intento de golpe de Estado fracase no significa que el próximo lo hará.
No es, como sugieren expertos, “el último aliento” de la supremacía blanca o del trumpismo. Es la manifestación de una fantasía de derecha antigua. Los opositores a la democracia irrumpieron en la sede del poder de la nación. Salieron, muchos ilesos y sin esposar, para luchar otro día.
Nos dijeron que lo iban a hacer y lo hicieron.
Es útil recordar la historia de Earl Turner. Tiene 35 años, es blanco, desempleado, racista y está enojado. El mundo está cambiando demasiado rápido para él: la economía está en ruinas, los judíos ejercen más poder del que él cree que deberían, los afroamericanos incitan al caos y el gobierno está actuando enérgicamente contra las libertades civiles, incluyendo el derecho a portar armas.
Turner se niega a quedarse de brazos cruzados, por lo que se une a un movimiento que está conspirando para deponer al Gobierno. Quiere instalar un Gobierno de derecha por cualquier medio necesario. Se siente frustrado por aquellos que considera simplemente “conservadores”, gente que habla, pero no actúa. Turner y otros fanáticos van a Washington a hacer su parte y el resultado es violencia.
Earl Turner no fue una de las personas que irrumpieron en el Capitolio el miércoles. Ni siquiera es real. Es el personaje principal de una novela distópica racista publicada por un supremacista blanco llamado William Luther Pierce en 1978, en la que agentes guerrilleros de derecha aterrorizan las calles de Washington, bombardean el FBI y cometen atrocidades contra sus conciudadanos.
Aún así, Turner estuvo muy presente el miércoles. La trama, los símbolos y el lenguaje de la novela de Pierce se han filtrado a la imaginación de la derecha, influyendo en generaciones de extremistas. De hecho, es tan influyente que los expertos en nacionalismo blanco a veces se refieren al libro como la Biblia del movimiento.
¿Cree que exagero? El miércoles se erigió una horca frente al Capitolio. Como señaló en Twitter Hannah Gais, investigadora principal del Southern Poverty Law Center, algunos de los más de cinco mil espectadores de una transmisión en vivo del sitio proclamaron “cuelguen a todos los congresistas” y “dénles la soga”.
Eran alusiones a un suceso en
conocido como el “día de la soga”, cuando los terroristas linchan a sus enemigos: “abogados, empresarios, locutores de televisión, reporteros y editores de periódicos, jueces, maestros, funcionarios escolares, ‘líderes cívicos’, burócratas, predicadores”. Y sí, “políticos”.
Este momento tiene sus raíces hace mucho tiempo. Sus orígenes datan de antes que el presidente Donald Trump alentara a sus seguidores a rechazar los resultados de las elecciones y la planeación abierta de ellos al respecto. Data de antes de la toma de posesión de Trump, o incluso antes de que éste considerara postularse a la Presidencia. Como saben las personas que estudian el extremismo de derecha, las semillas de esta intentona se sembraron hace décadas.
Entonces, ¿por qué Estados Unidos estuvo tan poco preparado? Los expertos en extremismo también conocen esa respuesta.
Las instituciones del establishment tienen mucho tiempo de tratar a la amenaza de la violencia de derecha como un asunto marginal. El gobierno lo ha hecho, al prácticamente definir al terrorismo como un crimen que solo puede ser perpetrado por personas no blancas. Las fuerzas del orden lo han hecho, alimentando el extremismo en sus propias filas. La prensa ha sido cómplice, perpetuando narrativas sobre “lobos solitarios” e “incidentes aislados” en lugar de conectar los puntos.
Hay muchas razones para estos fracasos, incluidas las anteojeras que la supremacía blanca coloca en muchos estadounidenses. Demasiados asumen que la naturaleza de las redes de derecha —donde las luchas internas y las divisiones son comunes y la comunicación tiene lugar principalmente en línea— significa que sus creyentes no pueden representar una amenaza colectiva significativa. Pueden hacerlo, y lo hacen, por lo que aquí estamos, en la primera semana del 2021, viendo cómo se desarrolla historia indeseada en Washington.