Comercio ilegal de riñones en Herat
HERAT, Afganistán — En medio del ajetreo de pordioseros y pacientes afuera del abarrotado hospital en Herat, hay vendedores y compradores, echando una mirada cautelosa: los pobres, que buscan efectivo a cambio de sus órganos, y los gravemente enfermos o sus representantes, que buscan comprar.
El negocio ilegal de riñones vive un auge en la ciudad de Herat, avivado por extensas barriadas, la pobreza y la guerra interminable en el área circundante, un hospital emprendedor que se anuncia como el primer centro de trasplantes de riñón del país, y funcionarios y doctores que se hacen de la vista gorda ante el tráfico de órganos.
En Afganistán, igual que en la mayoría de los países, la compraventa de órganos es ilegal, así como la implantación por parte de los doctores de órganos comprados. Pero la práctica sigue siendo un problema mundial, sobre todo en lo que respecta a riñones, puesto que los donadores pueden vivir con sólo uno.
Para los vendedores, quienes se recuperan en departamentos gélidos y sin iluminación con pintura descarapelada y pisos de concreto en Herat, temporalmente liberados de una deuda aplastante, pero demasiado débiles para trabajar, con dolor y sin poder comprar medicamento, el trato es un portal a un nuevo suplicio.
Para el Hospital Loqman Hakim, los trasplantes son un gran negocio. Los funcionarios dicen que ha realizado más de mil trasplantes de riñón en cinco años, atrayendo a pacientes de todo Afganistán y de la diáspora afgana mundial.
Al preguntársele si el hospital hacía buen dinero con las operaciones, Masood Ghafoori, un gerente financiero de alto nivel, dijo: “podríamos decir eso”.
El hospital maneja la extirpación, el trasplante y la recuperación inicial de ambos pacientes, sin hacer preguntas.
Cómo hace el receptor del órgano para que el donador acepte el procedimiento no es problema del hospital, dicen los doctores.
“No es asunto nuestro”, dijo Farid Ahmad Ejaz, un médico del hospital cuya tarjeta de presentación dice “Fundador de Trasplantes Renales en Afganistán”, en inglés.
Ejaz primero sostuvo que más de una docena de residentes empobrecidos de Herat mentían cuando le contaron a que vendieron sus riñones a cambio de efectivo. Más tarde, reconoció que “tal vez” no mentían.
“Siempre hay una brecha entre las directrices internacionales y lo que los gobiernos hacen en la práctica”, dijo Asif Efrat, profesor en el Centro Interdisciplinario Herzliya, una universidad en Israel, al señalar que Afganistán es un actor nuevo en comparación con países donde el comercio de órganos es más prolífico: China, Pakistán y
Filipinas. “El consenso internacional actual está del lado de la prohibición, pero los gobiernos tienen incentivos para no seguirlo”, indicó.
En el cuarto piso del hospital, tres de cada cuatro pacientes en recuperación dijeron haber comprado sus riñones.
“Me siento bien ahora”, dijo Gulabuddin, de 36 años. “Nada de dolor”.
Pero Mir Gul Ataye, de 28 años, se arrepiente de su decisión de vender su riñón. Un trabajador de la construcción que había ganado hasta cinco dólares al día antes de su operación en noviembre, ahora no puede levantar más de cinco kilos.
“Tengo dolor, estoy débil”, dijo. Señaló que mantiene a 13 miembros de su familia y había acumulado alrededor de cuatro mil dólares de deuda. “No tenía opción”.
Por su riñón, Ataye recibió tres mil 800 dólares. Sigue endeudado, sin poder pagar sus recibos.
En un restaurante local, cinco hermanos hablaron de ser forzados a abandonar sus tierras en la Provincia de Badghis por ataques del talibán. Todos habían vendido sus riñones. El menor tenía 18 años, el mayor 32.
“Nos vimos obligados a vender”, dijo Abdul Samir, uno de los hermanos. “De otro modo, no habríamos vendido ni una sola uña”.