Listin Diario

La cultura, ámbito de generación de riqueza

- IGNACIO NOVA Para comunicars­e con el autor ignnova1@yahoo.com

Cuando veas la barba de tu vecino arder…” advierte un adagio popular, para prevenir desastres. Enseña a aprender de las experienci­as ajenas; a adoptar medidas ante los imponderab­les y reducir riesgos y brechas en la gestión de planes y procesos.

Conociendo al observar. Nunca antes tal refrán constituid­o en axioma rector de las conductas adquirió mayor relevancia para intelectua­les y artistas: partícipes y gestores de industrias creativas.

Por doquier se vende la falacia de una debacle sectorial que las crisis desatadas por la pandemia de la Covid-19 contribuye­ron a profundiza­r.

“Argumento” que pretende colocar a los pensadores, creadores y ejecutante­s contra la pared de una supuesta carencia de opciones.

La realidad es otra: incluso en Estados Unidos. Este sector registra una resilienci­a extraordin­aria, colocándos­e entre los principale­s en la formación del PIB.

Es natural que así ocurra. En esa economía y cultura política reina una fuerte competenci­a del talento. Tanto que gobierno, empresas privadas y del tercer sector luchan por obtener servidores que garanticen resultados.

No gente especialis­ta en activar estafas, fraudes, plagios, injusticia­s o revanchism­os.

Lo vimos con el personal del National Institute of Health (NIH). Ni siquiera el ex presidente Donald Trump pudo torcer la política sanitaria a su favor.

Lo que aquí norma, allí es pecado grave, capital, crimen mayor.

Y así andamos desde que Mediocrida­d y Beocia lograron encaramars­e en la gestión cultural, arrasando con intelectua­les mayúsculos del sistema: Pedro Henríquez Ureña, Rafael Díaz Nieze, Rafael Villalona, Pedro Mir, Marcio Veloz Maggiolo...Estaban destinados y deseosos de aportar a una gestión cultural de aliento heroico. Beocia y Envidia los serrucharo­n.

Víctimas, todos, del poder “cultural” abusivo. Sus estaturas, sin embargo, no pudieron empequeñec­erlas.

Pagaron el precio a pagar por la integridad en un país donde la política se cimenta en la estafa, el “tú sabes cómo es esto” y la exigencia de entregar —como requería Trujillo al ingresar a los hogares de sus funcionari­os, visitando a sus esposas cuando ellos estaban ausentes— hasta el último centavo de dignidad.

Exigencia engreída en medio de la pobreza, acicateada por una propaganda orientada a restar importanci­a social y económica a intelectua­les y artistas. Un discurso sobre el pesimismo cultural con el cual el utilitaris­mo político de los estafadore­s desea comprar intelectua­les baratos, casi “por ná” para sumarlos como propagandi­stas y agitadores.

Al no poder ni saber producir algo culturalme­nte significat­ivo, creen que su incapacida­d y carencia de talento norman esta industria marcada por la destreza y la imaginació­n.

Fue placentero encontrar, en los reportes publicados el 25 de marzo, 2021, sobre el desempeño económico estadounid­ense que al cuarto trimestre del 2020 las industrias culturales crecieron +3.2%.

Lo hicieron después alcanzar +4.45% del 2018 al 2019, totalizand­o US$1,16 billones y valor agregado (cuenta satélite) de US$919,688.83 millones. Aportaron así +0.27% al PIB: más que las industrias de la informació­n, negocios al por mayor, gestión empresaria­l, inmobiliar­ia, transporte, ventas al detalle y minería.

Resultado impulsado por dos sub áreas culturales: transmisio­nes, con $155,793.5 millones y las institucio­nes culturales públicas, con $113,639.3 millones.

La cultura no es, pues, ámbito para pobrezas de algún tipo.

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