Listin Diario

La dura realidad detrás de ‘Nomadland’

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Al pasar la primera noche en mi casa rodante GMC 1995, permanecí despierta durante horas en mi bolsa de dormir, mirando las persianas de las ventanas brillar —de blanco a rojo, una y otra vez— mientras los autos pasaban a toda velocidad en la oscuridad. ¿Está bajando ese la velocidad? Me preguntaba. ¿Pueden ver que estoy aquí? ¿Llamarán a la Policía?

Los moradores de casas rodantes me habían hablado de “el toquido”: por lo general tres golpes secos en la puerta, a menudo por parte de la Policía. El riesgo de ser despertada bruscament­e y echada de mi pedazo de asfalto me mantuvo intranquil­a e hizo que fuera difícil dormir.

Estuve viviendo en una camioneta como periodista, como investigac­ión para mi libro

Durante tres años, seguí a estadounid­enses que habían sido expulsados de viviendas tradiciona­les y se mudaron a camionetas tipo Van, vehículos recreativo­s de último modelo e incluso algunos sedanes. Conduje más de 24 mil kilómetros, desde la Costa Este hasta la Costa Oeste de Estados Unidos y desde México hasta la frontera con Canadá. Noche tras noche, me acosté en un lugar nuevo, ya fuera un parador para tráileres o el Desierto de Sonora en el suroeste. A veces me quedaba en calles citadinas o en estacionam­ientos suburbanos, lo que me inquietaba de formas que nunca había esperado.

Para las personas cuyo único hogar es un vehículo, el toquido es una amenaza visceral, incluso existencia­l. ¿Cómo lo evitas? Te escondes a plena vista. Te haces invisible. Asimilas la idea de que no eres bienvenido. Te mantienes hipervigil­ante para evitar problemas. Además de decirte que te retires, la Policía puede acosarte con multas o hacer que tu casa rodante sea remolcada a un corralón.

Pienso mucho en “el toquido” estos días. Más personas se están mudando a vehículos como refugios de último recurso. Y en Estados Unidos han estado apareciend­o leyes que castigan a la población sin vivienda.

Estamos saliendo del que podría ser el año más introspect­ivo de la historia de EE. UU. La película meditativa basada en mi libro, que acaba de ganar tres premios Óscar, encaja bien con ese estado de ánimo. La pandemia ha provocado que se hable mucho de la interconex­ión y la empatía, de lo que nos debemos unos a otros como sociedad.

nos recuerda que nuestros vínculos deben extenderse a aquellos que viven en hogares sobre ruedas. Nadie debería tener que vivir en constante temor al “toquido”.

En la película, Fern, interpreta­da por Frances McDormand, es sorprendid­a por un toquido que interrumpe su comida tranquila. Levanta la vista con un sobresalto y maldice. Un rostro ronda la ventana y un puño golpea la puerta una, dos, tres veces. Luego se oye una voz ronca. “¡No hay estacionam­iento nocturno! No puede dormir aquí”.

Ver el pánico del personaje ante el sonido de un puño golpeando su Van me trajo recuerdos ansiosos. Luego me entristeci­ó. Luego me sentí enojada, porque esa escena era demasiado precisa y deseé que no reflejara la realidad de cómo la gente se trata entre sí.

Algunos de los nómadas de mi libro interpreta­n versiones de sí mismos en el filme. Conocen este fenómeno demasiado bien. Swankie, de 76 años, me dijo que tenía pesadillas sobre ello mientras dormía en su camioneta van Chevy Express 2006.

“Tengo este sueño extraño y surrealist­a de alguien tocando”, explicó. “Por lo general, sucede si no estoy cien por ciento cómoda con el lugar donde me estaciono”.

Bob Wells, de 65 años, tiene un video popular, “Evitando el toquido”, y tiene años de dar conferenci­as sobre el tema. Lo escuché hablar por primera vez hace siete años en el Desierto de Sonora, en una reunión llamada Rubber Tramp Rendezvous. Compartía tácticas para el “estacionam­iento furtivo”, como crear coartadas amigables con la Policía y hacer que tu camioneta parezca el vehículo de trabajo de un contratist­a.

La organizaci­ón sin fines de lucro National Law Center on Homelessne­ss and Poverty vigila más de 180 ciudades urbanas y rurales en todo EE. UU., más de la mitad de las cuales han promulgado leyes que hacen que sea difícil o casi imposible vivir en vehículos.

Las sanciones pueden acumularse rápidament­e. Si no son pagadas, conducen al castigo más cruel de todos: ser remolcado. No pagar la tarifa de un corralón significa perder no sólo un vehículo, sino también un hogar.

¿Qué significar­ía para esta comunidad una oleada de desalojos relacionad­os con la pandemia?

Hay algunos puntos positivos. Algunas ciudades han creado áreas donde los moradores de vehículos pueden dormir sin ser molestados, siguiendo el modelo del Programa de Estacionam­iento Seguro que comenzó en el 2004 en Santa Bárbara, California. Pero esos lugares son escasos.

Más a menudo, “el toquido” es la ley del país. Algunas personas han preguntado qué podrían aprender los espectador­es de

Dejar que los habitantes de vehículos vivan en paz sería un buen comienzo. Las personas tienen el poder de ayudar. Cuando vean a alguien viviendo en un auto, camioneta Van o vehículo recreativo, no llamen a la Policía.

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ADRIA MALCOLM PARA THE NEW YORK TIMES La pandemia provoca que se hable mucho de la empatía. La película nuestros vínculos deben extenderse a los que viven en casas sobre ruedas.
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Jessica Bruder

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