El círculo vicioso
En un país de más de 10 millones de habitantes ¿cuántos de ellos trabajan de noche?
¿A cuántos negocios que operan de noche un toque de queda los puede llevar a la quiebra?
Aquí no tenemos negocios ni muchas empresas trabajando 24 horas continuas, salvo ciertas industrias o plantas cuyos ciclos de producción no permiten paradas ni diarias ni semanales, mucho menos en pocos meses.
Los sectores que mueven la economía, como la agricultura, la construcción, las zonas francas, las telecomunicaciones, el turismo y el comercio de gran escala, no dependen del horario nocturno para sobrevivir ni ser rentables.
Las pérdidas de empleos o de mercados, bajo la pandemia del coronavirus, fueron causadas por un trastorno de la economía global que paralizó los flujos normales de los transportes de viajeros y mercancías y por los estados de emergencia que implicaron confinamientos forzados para dar prioridad a la protección de la salud.
Esos drásticos cambios impactaron las finanzas públicas y las reservas monetarias de la mayoría de los países, grandes y pequeños, que tuvieron que subsidiar el paro y el desempleo, y destinar más recursos a la adquisición de insumos y equipos para combatir la pandemia.
Cuando llegó el momento de reabrir las economías y promover la desescalada de las medidas restrictivas de los estados de emergencia, la pandemia volvió a hacer de las suyas para estropear los esfuerzos de la recuperación.
Desde entonces, vivimos en un círculo vicioso de aperturas, cierres y reaperturas bajo los cuales los toques de queda y los distanciamientos físicos, más la vacunación ahora, han resultado las únicas respuestas a la amenaza.
En sentido real, aquí el toque de queda ha sido una ficción. Existe teóricamente, por decreto, pero en la práctica ha sido ignorado por la mayoría, que lo tiene como el chivo expiatorio de todas sus calamidades.