Execrable y condenable
El asesinato del presidente Jovenel Moïse es un hecho execrable y condenable que pone de manifiesto, con impactante crudeza, el estado de inseguridad plena que vive Haití.
Atrapado en una vorágine de fuego y violencia creada por la lucha entre clanes que se disputan el control del país, este asesinato abre un tremendo vacío de poder que tendrá sus lógicas repercusiones de este lado.
El crimen alevoso, al margen de las razones que impulsaron a sus autores, es otra piedra de tropiezo en los anhelos de la comunidad de naciones libres de que Haití pueda enrumbarse por un proceso que restablezca la democracia.
Es lo que a todos nos conviene. Y ojalá que así lo asuman las Naciones Unidas, tomando el control de la situación y propiciando, con el consenso de todos los sectores, un retorno a la institucionalidad por la vía de elecciones libres y limpias.
Para la República Dominicana, su reto mayor es fortalecer los controles migratorios y blindar militarmente la frontera para contener cualquier fenómeno que implique extender los síntomas de esa crisis a nuestro país.
Vienen días más agitados y confusos, sin descartar la posibilidad de que las distintas bandas o clanes que buscan una cuota o la totalidad del poder, entiendan que este es el momento de su combate final.
Urge que la comunidad internacional, que poco ha hecho para contribuir a crear un clima de auténtico retorno a la democracia, ponga todas sus energías y recursos para fomentar un estado de seguridad en Haití, en cuyas sangrientas y turbulentas brumas ha caído abatido su presidente constitucional.
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