Listin Diario

HACIA EL CAOS TOTAL

- GUARIONEX ROSA

El magnicidio en Haití contra el presidente Jovenel Moïse, una advertenci­a que el propio gobernante hizo en febrero pasado, trastorna la situación en el país vecino, azotado por la violencia doméstica y el dominio de las turbas armadas, apunta al caos total.

El asesinato del presidente Moïse y heridas a su esposa en la residencia familiar en el sector de Pelerin, es el acontecimi­ento más grave de su tipo desde el asesinado del presidente Vilbrum Guillaume Sam en 1915, sacado de la embajada de Francia adonde estaba asilado y masacrado.

Sam se había refugiado en esa misión diplomátic­a después que la Policía asesinó en la Penitencia­ría de Puerto Príncipe a la población carcelaria. Ante los hechos y el magnicidio del presidente Sam, el 27 de Julio de 1915, las tropas de Estados Unidos ocuparon Haití hasta 1934.

Moïse fue testarudo; no escuchó las voces de la calle, las multitudes que en el último año le pedían modificar la Constituci­ón y convocar elecciones porque su gobierno estaba pasado de tiempo, ya que gobernaba un año más para el término de cinco años de su elección.

En uno de los análisis que escribí pocos días antes de las elecciones de 2016 sugerí que Moïse, un aliado de su antecesor, Michel Martelly, no era el óptimo para reemplazar al gobernante saliente. Parecían mejores Jude Celestín, quien sacó el segundo lugar en la primera vuelta detrás de Moïse o Marisse Narcise, apoyada por Familia Lavalás, de Aristide.

El presidente asesinado ayer no era el mejor candidato de cuantos se presentaro­n en las elecciones, pero en menos de cinco años la situación se deterioró enormement­e. Su gobierno era acusado de alentar la corrupción rampante, no tener fuerza para contener el bandidaje en las barriadas pobres de la capital donde habrían muerto hasta 200 personas en tiroteos.

Desde al año pasado Haití ha estado gobernado por decreto ya que el Parlamento terminó su desempeño y sin la Corte de Casación. Al momento del magnicidio a la 1:00 de la madrugada del miércoles, el país al parecer sería gobernado de manera interina por el primer ministro designado, Claude Joseph. Nadie le auguraría futuro a su interinato.

Horas antes del magnicidio el presidente había nombrado como nuevo primer ministro a Ariel Henry, quien manifestó que su prioridad sería la preparació­n de las elecciones “que deberían celebrarse en “un ambiente propicio”. Los trámites para la asunción de Henry no se completaro­n.

Al pre si denteMoï se le sobreviven además de su esposa MartineMar­ie,sushij os Jo marlie, Jo verle in y Joven el Junior, quienes al parecer o no estaban en la residencia presidenci­al o de una manera u otra escaparon del atentado que se produjo al retornodel presidente para pernoctar enlacasa.

Moïse fue un buen y atento interlocut­or con los presidente­s dominicano­s Danilo Medina y en el último año, Luis Abinader. Con Abinader conversó en por lo menos dos ocasiones y aceptó venir a los actos de toma de posesión el 16 de agosto pasado.

La situación de su país estaba en un absoluto quebranto. Sin Parlamento ni Corte Casación (Suprema Corte), el asesinado gobernante había perdido el respaldo de las fuerzas vivas como los dirigentes de las iglesias, de universida­des, del magisterio y las asociacion­es profesiona­les, mientras crecía el bandidaje. La fortaleza que tomaron diversas bandas en los barrios populares de la capital de Haití, donde la miseria es rampante, advertía a los menos avisados que un caos y una ruptura del orden público era cosa de días. Se pensó que los días del magnicidio habían quedado atrás.

Para el régimen del presidente Abinader, el caso es de la máxima preocupaci­ón, porque supone que no terminará aquí sino que se abre una puja por el poder tan pronto pasen los funerales de estado de Moïse y se desaten las pugnas entre los partidos y grupos de poder. Los dominicano­s tenían un tema sensitivo con los haitianos que se refiere a un desvío que se hace en el río Masacre que no se sabe si había sido autorizado por el presidente asesinado y por grupos de agricultor­es de la fronteraco­mún.

Acostumbra­dos a darle largas a los asuntos, el tema del Masacre podría llevar a nuevas y repetidas tandas de discusione­s sobre la pertinenci­a de formar una mesa técnica que ayer respaldaro­n la Academia de Ciencias y las universida­des dominicana­s.

Historia sangrienta

La historia de Haití está ensangrent­ada desde el nacimiento de la república en 1804, cuando Jean Jaques Dessalines proclamó la independen­cia en Gonaïves, donde se reunieron los esclavos de todo el norte y la capital llamados por los tambores y las caracolas del lambí.

El poder del emperador Dessalines solamente duró dos años. El 17 de Octubre de 1806, el emperador, cuyos secretario­s le habían impuesto el mismo título de Napoleón Bonaparte, de Francia, fue asesinado por complotado­res que lo emboscaron en su camino.

A tres años de la independen­cia Haití el país, por las ambiciones de los políticos estaba dividido. En el norte gobernaba el Rey Cristóbal, que se proclamó como tal y en el sur, Alexandre Petión, llamado el panamerica­nista porque le entregó armamentos a Bolívar, en Jacmel.

Ya para 1820 los fundadores del país habían desapareci­do del escenario. Petión murió enfermo y siempre se dice que por la melancolía que le causaba ver el país en ese estado; el rey Cristóbal, también presa de las mortificac­iones, las traiciones y las derrotas se pegó un tiro. La pintura la recogió el primer pintor de Cabo Haitiano, Philomé Obin, no obvió detalles como la bala de plata de su pistola al lado del cadáver en bata de dormir.

En 1844 la declaració­n de Independen­cia dominicana desató una larga guerra entre los dos países que según los anales históricos habría producido hasta 3000 muertes. Las relaciones, mayormente cordiales hasta la matanza de haitianos ordenada por el generalísi­mo Trujillo en 1937, dejó huellas difíciles de borrar entre los dos países.

Entre los siglos 20 y 21 Haití ha sido víctima también de las epidemias como el VIH, Sida, el cólera portado por el regimiento de Nepal durante la última intervenci­ón de Naciones Unidas, el terremoto de 2010 que causó en la capital 200 mil muertes y la presencia del COVID-19, cuyos mortíferos efectos están por verse.

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