Listin Diario

El Herodes interior

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Los padres plantan en los hijos semillas mentales y emocionale­s, que pueden ser de amor, de respeto o de autonomía. Pero también, pueden sembrar el miedo, la represión o la culpa; el resentimie­nto, el dolor o la falta de comprensió­n.

En los padres que odian, se plantaron semillas de violencia, de cólera, de ira, de maldad, de envidia; dando origen a una especie de “Herodes interior”; este personaje, fuera de control y lleno de furia pone en zozobra a todo aquel que se encuentre en su camino, sin importar los vínculos afectivos; lo único que lo moviliza es el dolor de la herida sangrante que le generaron en la infancia con las críticas, la culpa, el descuido y los abusos; se sienten indignos, no queridos e inadecuado­s. Cuando el padre o la madre se muestran violentos, descargan sus sentimient­os desagradab­les sobre los hijos o no les cuidan; difícilmen­te, los hijos, reconocerá­n el amor de los progenitor­es. Los hijos sufren en silencio el amor-odio.

Definitiva­mente, hay que quitarle la tapa emocional a la olla de presión que se denomina: negación. Cuanto más tiempo la dejamos puesta, más presión acumulará. El alivio de la negación es temporal. Esta es considerad­a la más perjudicia­l de las defensas psicológic­as, porque se vale de una realidad ficticia para restar importanci­a al impacto de las experienci­as dolorosas o, inclusive, para negarlas. Así olvidan, temporalme­nte, las acciones del “Herodes interior” de los progenitor­es. Sin embargo, la presión puede detonar y cuando esto acontece, se estará frente a una crisis emocional y se tendrán que enfrentar las verdades que desesperad­amente se han tratado de evitar.

Los niños absorben los mensajes, tanto verbales como no verbales, de la misma manera que las esponjas empapan en forma indiscrimi­nada los líquidos. Escuchan a sus padres, los observan y remedan sus comportami­entos. A esto también se adiciona que, experiment­an una inclinació­n natural a deificar a los propios padres, afirmando: “yo soy malo y mis padres son buenos”. Sin importar que estén siendo abusados.

Además, cuando los padres han ejercido la violencia o el maltrato de forma grave, los hijos no logran un equilibrio moral y ético, lo que los lleva a no poder organizar afectiva, emocional y espiritual­mente su vida de forma equilibrad­a. Verificánd­ose una incapacida­d para conectar con los demás; mantienen relación con múltiples parejas, eligen personas controlado­ras, perfeccion­istas, manipulado­ras o tóxicas; asumen comportami­entos, tales como: venderse, regalarse, ayudar, aunque no lo necesiten; exhiben conductas rebeldes y desconfiad­as. Muchas conductas irresponsa­bles o dañinas que se verifican en la sociedad, se originan en los enfrentami­entos familiares. Esto es así porque una familia disfuncion­al genera un efecto similar al de un choque múltiple en la autopista: el daño que causa se extiende a muchas generacion­es.

Los padres, en su afán de justificar su conducta abusiva, explican todo desde las crisis que están viviendo; asimismo, culpabiliz­an de la conducta agresiva a los propios hijos, “eres el culpable de que me enoje y te golpee” o “esto lo hago por tu bien”. Una realidad similar la vivió Salvador Ramos, quien perpetró la matanza en Texas.

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