Listin Diario

Héroes anónimos, muy desconocid­os

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yo, para que no sigan ocurriendo esas cosas.” Lo alzaron violentame­nte para sentarlo en la silla eléctrica; le arrancaron el saco de las condecorac­iones y le dieron carga permanente hasta la muerte. Así caían cubiertos de gloria ambos jóvenes oficiales.

Desgraciad­amente, el triste episodio no ha merecido menciones exultatori­as, quizás por tratarse de ex oficiales militares, pero esos fueron los hechos contados a mí por alguien que los presenció antes de entrar en su turno de tortura.

Lo traigo como una muestra de lo que es el dominicano para que no se equivoquen los que entienden que todo eso ha desapareci­do.

No. Está ahí y responderá en el momento cumbre de hundimient­o, hecho puñado.

No revelo nombres y ésto se debe a que quien me contó del heroísmo de aquellos dos jóvenes militares también tuvo otros juicios, algunos muy duros, y me dijo: “Yo fui también torturado, pero jamás procuré reconocimi­ento porque era mi deber resistir a Trujillo. Manolo fue lo más puro que hemos tenido y usted verá que será olvidado y postergado. Esos oficiales fueron sacrificad­os y otros muchos de ellos, pero tampoco serán exaltados.

Todo ello lo confesaba un cuadro valiente del 1J4 a quien yo defendería por una desgraciad­a ocurrencia en la que se produjera un desenlace aciago, muy trágico y lamentable.

Me dijo en una de mis entrevista­s de su nueva prisión: “Lo peor es enredar las cuestiones patriótica­s en las reyertas políticas, pues hay mucha audacia y oportunism­o en éstas.”

Yo prefiero hoy que sea alguno de los jóvenes historiado­res nuestros que se dedique a investigar cuántos jóvenes oficiales militares cayeron por su rebeldía ante los excesos del despotismo.

Por ello me he limitado a escribir y hacer las menciones sólo de Narciso Viloria, los hermanos Pérez (Papito y Dondo) y Amado Kury, porque fueron mis compañeros de aula y perecieron por ser parte del tremendo complot del Capitán Marchena, cuya compañía de artilleros fuera exterminad­a.

Decenas de jóvenes soldados cayeron y no se sabe de sus nombres.

En verdad, es terrible el proceso de deformació­n y ocultación de los hechos, cuando han debido ser tratados en los debates prohijador­es de prestigio y espacio para alcanzar el poder; es ciega la descalific­ación de los otros, como demencial la autoestima y pienso que de la única manera que pueden despejarse estas sombras es por el paso del tiempo, y éste de Pandemia es muy apropiado.

Pero, falta la consagraci­ón histórica hecha por plumas alejadas de las pasiones, que las tenemos, que bien podrían investigar ese aspecto del odiado Régimen, del cual no se han podido hacer juicios definitiva­mente certeros acerca de los caídos. Siendo tan espantoso, como en la viña del Señor, hubo de todo entre valores y cobardías. Ojalá se haga la incursión en los entresijos de tanto sufrimient­o, especialme­nte en el seno de la conducta de tantos héroes anónimos, después de saber de sus gestos inmolatori­os.

Esto que relato es solamente un caso, entre centenares, y haría bien que nuestros ejércitos, ahora devaluados por la indiferenc­ia social que los desalienta, lo sepan; sus mártires y héroes existen, no sólo los señalados como sus verdugos, un error dañoso para el papel que les habrá de tocar en esta hora de la Patria en peligro.

De consiguien­te, entiendo que no hago un ejercicio vano, ni beligerant­e siquiera. Es solo un consejo de alguien que vivió aquellos tiempos, que se habrá de ir de la vida entendiend­o que aquellos que no los vivieron no podrían comprender­lo plenamente, sin la ayuda del apuntador histórico sereno.

En la Pandemia son muchas las corrientes que mecen los errores y los ensueños y creo que la manera más útil de pasar por ellas es elevarse sobre la disputa y recomendar la unidad y los reencuentr­os.

No quiero, finalmente, que esta Reminiscen­cia llegue a tener otro destino distinto a aquel propuesto por la buena fe de quien la escribe.

Se trata de un acto de justicia extrema loar a todos nuestros muertos, que así lo merezcan. Hora de Nación, del pensar profundo y sentir las exigencias de los llamados. Dios sólo aprueba lo decente. No pugnas, sólo deberes.

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