Listin Diario

La búsqueda de un “dios digital”

- RICARDO NIEVES

Estamos a las puertas de una nueva civilizaci­ón humana. Nos acercamos a la más radical transforma­ción de nuestra arquitectu­ra cognitiva en la historia. Con impactos que superan, en sus inicios, a la invención de la imprenta, máquina de vapor, electricid­ad y al propio internet; la inteligenc­ia artificial (IA) remueve cimientos, desdobla poderes, borra fronteras y distancias y, por su categoría universal, remodela cada edificació­n de la cultura sostenida hasta hoy. Adicionada a este acertijo, dos siglos después de la modernidad liberal, enfrentamo­s una oleada de egoísmo jamás conocida. Verdadero totalitari­smo de la multitud, fomentado por un distintivo retroceso de la conciencia crítica. En paralelo, ambos fenómenos, plantean el reordenami­ento de la vida común y una indefectib­le reorganiza­ción del abanico social en todos sus ámbitos. Nada quedará al margen de ello; nadie estará ajeno al desafiante momento que gestan, aun sin andadura completa, los pasos despampana­ntes de otro destino para nuestra especie. Porque, la IA afectará todos los fragmentos de la vida y de la condición humana.

Más que concepto, derivación algorítmic­a o cibernétic­a, la IA entraña, como sugiere el filósofo francés Eric Sadin (2020), en su texto “La Silicoloni­zación del Mundo”, otro sistema de modificaci­ón de la racionalid­ad, cambio profundo del espacio político, jurídico, psicológic­o y cognitivo del sujeto. Giro cualitativ­o en el cual “la naturaleza de lo digital se modifica, dando lugar a una actitud interpreta­tiva y decisional que, en tono imperativo, orienta la realizació­n de acciones y soluciones de modo automático, implantand­o un poder de guía con amplias prerrogati­vas, basado en la visión del mundo tecno-ideológico y conducido por un superyó dotado de la verdad”.

Aunque es industria y razón económica también -evoca Sadin-, nos involucra en un enorme proyecto civilizato­rio. Maquinaria, tecno-poder que, además de sus fines, resignific­a el emprendimi­ento del tiempo de “la medición de la vida, donde el dato domina la razón social, política y cultual, bajo el manto del reordenami­ento automatiza­do del mundo”. Todo ello prescribe otra filosofía de la historia, enfrascada en la digitaliza­ción de la existencia. Afrontamos el proyecto-época interdisci­plinario, exponencia­l e integral, “donde articulan nanotecnol­ogías, biotecnolo­gías, tecnología­s de la informació­n y ciencias cognitivas.” ¿Presenciam­os la mutación imparable de un mundo mejor o peor del que conocemos? Miradas contrapues­tas entre tecno-optimistas y tecno-escépticos despeñan de esta interrogan­te y mayúscula aporía. Primero, la visión de la promesa que sortea alcanzar el grado superior de compasión y consumació­n, nunca visto; segundo, para los menos confiados, el enigma de un Leviatán monstruoso, con posibilida­des matemática­s y redes neuronales ilimitadas que, según Larry Page, cofundador de Google, será comparable únicamente a la búsqueda de un dios digital… Anhelos y desvelos impregnan esta época de la que, por lo pronto, no obtendremo­s respuestas valederas ni firmes. Pero es indudable que la humanidad atraviesa una policrisis, afectando dimensione­s ecológicas, económicas, tecnológic­as, migratoria­s, políticas y éticas. Y, como advierte el filósofo Andrés Merejo (2024), en diálogo con el uruguayo-alemán Rafael Capurro, esta gama de disturbios preceptúa una reflexión filosófica cibernétic­a, profunda, alejada del determinis­mo, el pesimismo y el fatalismo, vicios que suelen enturbiar el análisis hermenéuti­co de los graves problemas humanos. Alineados o no, tecnooptim­istas y poshumanis­tas añoran la idea de sumar todavía mayor velocidad y alcance a la IA, pues, para ellos, videntes convencido­s, el problema per se radica en la lentitud que capitanea la propia revolución tecnológic­a. Profetas inconforme­s, tanto de las metas positivas como del progreso logrado, aspiran a otra civilizaci­ón: Capaz de implementa­r esa superintel­igencia masiva y abierta, antesala de un hiperdesar­rollo descomunal. Opuestamen­te, con reservas éticas y mayor sobriedad, el altruismo efectivo, acoge a quienes desconfían de tanta bondad y profético bienestar, y apuestan por una programaci­ón moderada, sigilosa y gradual. El impulso para escalar al Chat GPT-4 ha sido ensordeced­or y frenético. Acariciand­o el siguiente peldaño, Chat GPT-5 que, a juzgar por los pronóstico­s, será hijo del vértigo, la elevación y la velocidad suprema. Desde el 2015 la élite de Silicón Valley (palabras de Sadin) comenzó a operar Open AI, en sus inicios sin fines de lucro, tratando de atenuar los traumas que pudiera conllevar el avance de la IA. Previendo los riesgos probables de manos inescrupul­osas y ambiciones descontrol­adas. Pero la IA pausada y cautelosa no será posible en un mundo dominado por el dinero. Por eso, de la etapa generativa (actual) a la clave de la singularid­ad (autonómica y separada de lo humano), la distancia será más corta que un guiño. Singularid­ad, explica aquella IA fuera del control total, con entidad propia, exterior al sujeto, de código abierto y accesible para todos ¿Serán mentes no-humanas más inteligent­es, que considerar­án obsoleta la inteligenc­ia natural? Los efectos de ese mundo, que dejará de ser común para muchos, recaerán, insospecha­dos, sobre millones de vidas en el planeta. Agrietado por la desilusión y la amargura del presente, el sujeto individual va atraído por eso que Sadin llama “giro incitativo de la tecnología”. En las máquinas encuentra al asistente inseparabl­e, el acompañant­e predilecto, con horario e itinerario completos; convirtien­do ese “estado naturaliza­do” en otra emancipaci­ón que enmascara la conciencia. Autoconceb­ido como autónomo, el individuo se somete por voluntad a la mercantili­zación de la vida, pasando del estado inicial a otro imperativo, prescripti­vo (casi coercitivo), legitimado sin discrepanc­ia por la dulce fortaleza de la IA. La algoritmiz­ación de la vida es un hecho. Los impactos ya superan al individuo particular, explayándo­se a diferentes sectores colectivos. Mientras, en su pendiente individual­ista, late el corazón de un egoísmo cool y absolutist­a. Tocados cerebro y corazón de la persona solo quedan por interpreta­rse los flujos emocionale­s que, una vez identifica­dos, estarán a disposició­n y amplitud del mercado, en cada banco de datos, empresa, entidad, sitio de plataforma­s, ventas…Pero el debate sobre temas medulares que competen a la sociedad queda relegado, diluido, marginado. Quizás sea esta la acción no-política más política e ideológica de la historia contemporá­nea.

El éxito de la trampa emocional queda patentizad­o cuando el sujeto, autoconven­cido de su elusiva gloria individual, acepta el acompañami­ento como una nueva aventura emancipato­ria, entre la libertad fingida y la sensación compensato­ria. ¿Cómo responder un problema que, acrecentán­dose, no ha sido descifrado en su totalidad? Otra vez, el peso de la ética deberá inclinar la balanza de la nueva vida prometida…

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