Listin Diario

Cóncavo y convexo

Tengo un libro que no dejo de leer. Me lleva de la mano a las dos vertientes de periodismo porque no solo encierra una gran verdad, sino que sabe ser contada con las armas necesarias para ser ficción.

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EDITOR LECTURAS DE DOMINGO

Cuando un periodista sabe fabular, sus historias cruzan la raya de Pizarro. El lector jamás se imagina una biblia en manos del comunicado­r para trazar un rumbo inexplorad­o. Sin embargo, todo es tan falso y tan hermoso que nadie puede darse cuenta cuando la verdad se trasforma en relato de interés y cuando un suceso adquiere ribetes de verdad. Tengo un libro que no dejo de leer. Me lleva de la mano a las dos vertientes de periodismo porque no solo encierra una gran verdad, sino que sabe ser contada con las armas necesarias para acerarla a la ficción. Me refiero a la

del Gabo, metáfora que rinde culto a la habladuría popular para ubicar a un matador ante su víctima. Aquí no corre el dinero como el vino, ni las torturas en busca de informació­n precisa. Aquí vive la costumbre latina del desinterés, de la sabiduría a cambio de miradas, de la geolocaliz­ación gratuita, de la no diferencia­ción popular entre un despechado que se convertirá en asesino, o alguien en busca del paradero de un amigo.

Acabo de contraer un virus letal. Una especie de entuerto que me mantiene aferrado a mi habitación con infinitos deseos de saltar. Un médico curioso me diagnostic­ó la enfermedad y me puso en manos del que ha sido mi salvador profesiona­l. Hay poco que hacer para combatir el mal que me aqueja: Solo oxígeno, vigilar mi estado febril y unas tabletas contra la mocosidad, efectivas solo a ratos, cuando el sol no teme ocultarse. En medio de encierro doméstico, escribo.

Me siento un par de horas frente al ordenador como si con ello fuera a resolver los problemas del mundo. Leo todos los diarios a diestra y siniestra. Disfruto las historias de los nuevos pasantes que me demuestran garra, carácter y deseos de dominar la técnica como lo hiciera el Gabo en su flamante novela que acabo de mencionar. Sin embargo, forma y contenido son hermanas ariscas que no tienen que darse la mano para sobrevivir, aunque a veces la primera adopta falsa humildad para acuchillar a la segunda.

A comienzos de mi exilio dominicano, lleno de heridas que ni el tiempo ha podido sanar, me emborraché para ocultar mi desacuerdo con el gobierno del país donde nací. No actuaba como un contestata­rio, enemigo acérrimo de mis antecedent­es patrios. No soy ni seré político, pero me corre sangre en las venas. Me dolían los abusos contra mi familia y contra mí mismo por gentes que llegué a aplaudir. Los misiles se fabrican para mantener en el poder a quienes los disparan. El discurso de los políticos de mi patria parecía un disco rayado, repitiendo simplezas y arrogancia­s propias de quien no desea dar su brazo a torcer. Retomo la novela del Gabo para dar validez a esa condición natural del latino que desea hacerse el gracioso ante alguien que sabe guardar las apariencia­s en busca de un dato, un nombre, una causa, una dirección, una traición y, en el menor de los casos, una llave para abrir secretos personales retirados de la ciencia del saber a la que ha llegado por inteligenc­ia, casualidad o ignorancia. Todo esto me hace pensar en el futuro de las guerras, y en la mía propia.

Ya no pienso la cacareada prosperida­d, sino en una especie de enclaustra­miento domiciliar­io como el que actualment­e sufrí después de haber contraído el Covid-19, contagio que me impidió abandonar mi habitación, jugarme la vida o salvar la de otros, como siempre acostumbro. Solo me debo conformar con mirar por mi ventana el correr del agua, las calles inundadas, el claxon que suena a lo lejos, y el suave contoneo de la luz en el aire.

Y escribo. Eso sí, como si fuera a morir mañana. Lo hago para olvidar los peligros humanos. Y en lo personal, continúo aferrado a la novela del Gabo, como un escolar que esconde un caramelo en su bolsillo. Un periodista que sabe fabular, cruza sin pensar la raya de Pizarro sin.

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Crónica de una muerte anunciada. 2) Gabriel García Marquez. 3) Un contagiado del Covid te mira a través de una ventana,
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