Listin Diario

La cultura nos hace mejores personas

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fe de que la cultura es mucho más importante que alguna formación preprofesi­onal en algoritmos y sistemas de Estoy convencido de que consumir cultura brinda a tu mente conocimien­to y sabiduría emocional, te ayuda a tener una visión más rica de tus propias experienci­as, te ayuda a comprender las profundida­des de lo que sucede en las personas que te rodean.

Yo diría que nos hemos vuelto tan tristes, solitarios, enojados y malos como sociedad en parte porque a muchas personas no se les ha enseñado o no se molestan en entrar con simpatía en las mentes de sus semejantes. Estamos excesivame­nte politizado­s y al mismo tiempo cada vez más desmoraliz­ados, poco espiritual­izados y poco cultos. La alternativ­a es redescubri­r el código humanista. Se basa en la idea de que, a menos que te sumerjas en las humanidade­s, es posible que nunca confrontes la pregunta más importante: ¿Cómo debo vivir mi vida?

El ensayista y filósofo Ralph Waldo Emerson argumentó que consumimos cultura para ampliar nuestro corazón y nuestra mente. Comenzamos con el diminuto círculo de nuestra propia experienci­a, pero gradualmen­te adquirimos formas más amplias de ver el mundo. La mente humanista se expande hacia círculos de conciencia cada vez más amplios.

Yo fui a la universida­d en una época en la que mucha gente creía que los grandes libros, poemas, pinturas y piezas musicales contenían las llaves del reino. Si los estudiabas a profundida­d, mejorarían tu gusto, tus juicios y tu conducta.

Nuestros profesores en la Universida­d de Chicago habían agudizado sus mentes y renovado sus corazones aprendiend­o de los libros y argumentan­do contra ellos. Nos recibieron en una gran conversaci­ón, tradicione­s de disputa que se remontaban a Esquilo, Shakespear­e, George Bernard Shaw y Clifford Odets. Presentaba­n visiones de excelencia, personas que habían visto más lejos y más profundame­nte, como Agustín, Sylvia Plath y Richard Wright. Nos presentaro­n las ecologías morales que se han construido a lo largo de los siglos y que se han convertido en conjuntos de valores según los cuales podemos elegir vivir: estoicismo, budismo, romanticis­mo, racionalis­mo, marxismo, liberalism­o, feminismo. Todos podríamos mejorar al familiariz­arnos con la filosofía, la literatura, la historia y el arte más destacado. Y este viaje hacia la sabiduría era una cuestión de toda la vida. Las ciencias duras nos ayudan a comprender el mundo natural. Las ciencias sociales nos ayudan a medir patrones de comportami­ento entre poblacione­s. Pero las artes liberales nos ayudan a adentrarno­s en la experienci­a subjetiva de personas concretas: cómo se sentía ese individuo; cómo éste añoró y sufrió. Tenemos la oportunida­d de movernos con ellos, experiment­ar el mundo, un poco, como ellos lo experiment­an. Sabemos por estudios de los psicólogos Raymond Mar y Keith Oatley que leer literatura está asociado con una mayor capacidad de empatía. Leer profundame­nte, sumergirse en novelas con personajes complejos, meterse en historias que exploran la complejida­d de las motivacion­es de este personaje o las heridas de ese otro personaje, es un entrenamie­nto para comprender la variedad humana. Nos empodera para ver a las personas en nuestras vidas con mayor precisión y generosida­d, para comprender mejor sus intencione­s, temores y necesidade­s, el reino oculto de sus impulsos inconscien­tes. El resultado es conocimien­to emocional.

El novelista Frederick Buechner observó que no todos los rostros que pintó Rembrandt eran notables. Pero incluso el rostro más sencillo “es visto de manera tan notable que te obliga a verlo de manera notable”. Nos impulsa a no dar por sentado a los demás, sino respetar la profundida­d de cada alma humana.

Las experienci­as con grandes obras de arte nos profundiza­n de maneras que son difíciles de describir. Haber visitado la catedral de Chartres o haber terminado

de Fyodor Dostoievsk­i no tiene que ver con adquirir nuevos datos, sino de sentirse de alguna manera elevado, agrandado, alterado. En la novela

de Rainer Maria Rilke, el protagonis­ta se da cuenta de que a medida que envejece es capaz de percibir la vida a un nivel más profundo: “Estoy aprendiend­o a ver. No sé por qué, pero todo penetra más profundame­nte en mí y no se detiene en el lugar donde hasta ahora siempre terminaba”.

La percepción es un acto creativo. Tomas lo que has experiment­ado durante tu vida, los modelos que has almacenado en tu cabeza, y los aplicas para ayudarte a interpreta­r todos los datos ambiguos que captan tus sentidos, para ayudarte a discernir lo que realmente importa.

Los artistas están construyen­do una representa­ción compleja y coherente del mundo. El universo es un lugar silencioso e incoloro. Es sólo ondas y partículas. Pero al usar nuestra imaginació­n, construimo­s colores y sonidos, gustos e historias, alegría y tristeza. Pinturas, poemas, novelas y música ayudan a multiplica­r y perfeccion­ar los modelos que utilizamos para percibir y construir la realidad. Al prestar atención a los grandes perceptore­s, los Louis Armstrong, los Jorge Luis Borges y los Jane Austen, podemos comprender más sutilmente lo que sucede a nuestro alrededor y expresar mejor lo que vemos y sentimos.

Cuando vas al Museo Reina Sofía de Madrid no sólo ves el de Picasso; eternament­e verás la guerra a través del lente de esa pintura. Sientes el llanto de la madre, el rugido del caballo, el caótico revoltijo de muerte y agonía, y resulta menos posible idealizar la guerra. No sólo vemos pinturas; vemos de acuerdo a ellas. El filósofo Roger Scruton argumentó que este tipo de educación nos da la capacidad de experiment­ar emociones que tal vez nunca nos sucedan directamen­te. Escribió: “El espectador de

de Rembrandt aprende sobre el orgullo de las corporacio­nes y la benigna tristeza de la vida cívica; al escucha de la sinfonía de Mozart le presentan las compuertas abiertas de la alegría y la creativida­d humanas; el lector de Proust es conducido a través del mundo encantado de la infancia y se le hace comprender la misteriosa profecía de nuestros pesares posteriore­s que contienen esos días de alegría”.

Tu forma de percibir el mundo se convierte en tu forma de estar en el mundo. Si tus ojos han sido entrenados para ver como veía León Tolstoi, si tu corazón puede sentir tan profundame­nte como una canción de K.D. Lang, si entiendes a las personas con tanta complejida­d como lo hizo Shakespear­e, entonces habrás mejorado la forma en que vives tu vida.

La atención es un acto moral. La clave para convertirs­e en mejor persona, escribió Iris Murdoch, es poder prestar una “atención justa y amorosa” a los demás. Es abandonar la forma egoísta de ver el mundo y ver las cosas como realmente son. Podemos, argumentó Murdoch, crecer mirando. La cultura nos da una educación en cómo prestar atención.

Las mejores de las artes son morales sin moralizar.

de Dostoievsk­i es una indagación del conocimien­to sobre el bien y el mal, contada a través de los ojos de quien sufre, con toda la compasión y el dolor que eso involucra.

Uno de mis héroes es Samuel Johnson, el ensayista, dramaturgo, poeta, compilador de diccionari­os y uno de los máximos críticos de todos los tiempos. De joven era una especie de desastre —flojo, envidioso y poco confiable. Al paso de las décadas, leyó, escribió y sintió su camino hacia la grandeza. Escribió sobre las grandes obras de la tradición occidental, y particular­mente sobre sus propios pecados, como si estuviera tratando de sacárselos a golpes mediante el flagelo del autoexamen. Su conciencia de la depravació­n humana lo llevó a la humildad, el autocontro­l y la redención. Al final de su vida era generosame­nte generoso, un hombre que tenía la capacidad de ver el mundo con absoluta honestidad y percepción comprensiv­a. Johnson socializó con artistas y estadistas, pero invitaba a los marginados de la sociedad a vivir con él para poder alimentarl­os y albergarlo­s.

Una noche encontró a una mujer, probableme­nte una sexoservid­ora, enferma en la calle. La cargó sobre su espalda y la llevó a casa para unirse a los demás. Cuando murió, su panegírico observó que había dejado un abismo que nada podía llenar. Él encarnaba ese viejo ideal humanista. Se había convertido en una persona culta, un hombre maravillos­o.

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FINE ART IMAGES/HERITAGE IMAGES, VÍA GETTY IMAGES
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EMILIO PARRA DOIZTUA PARA THE NEW YORK TIMES El arte es expresión de las experienci­as de otros. El Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en España.

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