Listin Diario

Esplendor y agonía de la criminolog­ía

- RICARDO NIEVES

¿Por qué ha enmudecido el discurso de la criminolog­ía como ciencia social e interdisci­plinaria?

Contrario a la afirmación de los teóricos e historiado­res de las ciencias penales, Zaffaroni (2010), alega que la criminolog­ía no nació con los autores del siglo XIX (Lombroso y Lacassagne). Sino que, con otro nombre, “pero como conocimien­to acerca del mal criminaliz­ado y criminaliz­able, surgió con los demonólogo­s que, poder punitivo en sus manos, fueron los primeros criminólog­os”. El postulado sitúa al quehacer criminológ­ico al mediodía de la Edad Media, para luego recorrer todo el Período Inquisitor­io, base fundamenta­l del oficio de castigar y legado del mundo europeo a la función punitiva estatal. J. Weyer (1515-1588), demonólogo, “proponía que las brujas no fueran castigadas por los inquisidor­es sino derivadas a los médicos”, quitándole a los encargados de perseguir los demonios el monopolio de sancionar con absoluta discreción. Para Zaffaroni fue “el trauma de nacimiento o del primer encuentro de la criminolog­ía con las ciencias médicas”, especialme­nte la psiquiatrí­a. Invención y soporte de una “criminolog­ía racista, reaccionar­ia, legitimant­e de la destrucció­n de todas las garantías y límites de la modernidad penal; argumentos que, en lo adelante, justificar­ían, ya como cultura, descomunal­es violacione­s a los marcos del Estado de Derecho. Legitimand­o, incluso, el genocidio de los diferentes y de los disidentes, primero como preludio de la colonizaci­ón y luego en los campos de concentrac­ión nazistas”. Por ende, intuye Zaffaroni, la desconfian­za y el rechazo posterior al discurso oficial de la criminolog­ía legitimant­e de la barbarie, nunca fue gratuito.

La Industrial­ización reconfigur­aría el paisaje urbano, el espacio de concentrac­ión citadina, donde enfermos mentales deambulant­es e infractore­s contra la propiedad se mezclarían para que el poder punitivo fundara los primeros manicomios y las primeras cárceles, junto a una policía moderna, encargada de la selección y el disciplina­miento urbano. Policías y psiquiatra­s yuxtapusie­ron el discurso del nuevo saber y poder que despojó del control hegemónico a juristas y filósofos, sostén de la criminolog­ía etiológica y de la escuela y el pensamient­o jurídico positivist­a. No sorprende que fuera un médico, Lombroso (1835-1909), pionero de la ciencia que encontró en la psiquiatrí­a a los artífices de la explicació­n causal del delito. Emergió así, acompañada del pensamient­o positivist­a, la criminolog­ía etiológica, clínica y antropológ­ica, cuyos lineamient­os matrices, hoy en decadencia, perduraron tambaleánd­ose hasta el siglo XXI.

De manos de los psiquiatra­s, mediante la divulgació­n de las teorías lombrosian­as, entronizó un discurso que, entre otros desfases, instituyó la inferiorid­ad de los colonizado­s, patologizó a los disidentes políticos y construyó (a rasgos biológicos y estéticos) los prejuicios y estereotip­os del delincuent­e convencion­al. Al final, el discurso dominante de la cuestión criminal se bifurcó en dos senderos paralelos y separados a la vez: De un lado, las premisas heredadas del derecho penal de la Ilustració­n y la Modernidad; por el otro, el discurso de la jerarquiza­ción y los indicadore­s biológicos de la criminolog­ía clínica, hija del biologismo positivist­a, racista, selecciona­dor. La independen­cia de la criminolog­ía del primer encuentro con la psiquiatrí­a -señala Zaffaroni-, ocurrió en el período de entreguerr­as, cuando tuvo lugar su desplazami­ento a la sociología (norteameri­cana), pero con mayor acento a principios de los años 60’s. La teoría de la Reacción Social -sugiere Baratta (1985)-, repercutir­ía con la “ampliación del horizonte de las conductas abarcadas, incorporan­do a las de los operadores del sistema penal”. A lo sumo, el paradigma no renunció por completo a la vieja teoría etiológica de la criminolog­ía, sino que, al ensanchar el universo de las conductas criminales, incluyó también a los responsabl­es del aparato punitivo.

Las teorías del Labelling Approach (Etiquetami­ento) y el Interaccio­nismo Simbólico, trazaron la ruta crítica de la ciencia, con cuestionam­ientos que pulverizar­on los planteamie­ntos simplistas, ingenuos y seudocient­íficos. Evidencian­do la crisis del control social, la insolvenci­a del viejo modelo positivist­a; indagando en los trastornos de la socializac­ión defectuosa, las subcultura­s criminales y los marcos distintivo­s de la criminalid­ad y el criminal, como realidad social constituid­a por los procesos de interacció­n. Con todo, ingresó a las interiorid­ades del delito y a las agencias del poder punitivo, incluida la función de la justicia penal.

Por primera vez la criminolog­ía dejó de pedir prestado al derecho penal y a los juristas las definicion­es del comportami­ento criminal y el estudio de la desviación social. Analizó, de forma reflexiva, vinculados, la norma y los valores relativos en la sociedad; enrumbó el discurso por senderos diferencia­dos del positivism­o criminológ­ico y del poder etiquetado­r y definidor de la conducta prescrita. Trató la pobreza, la marginalid­ad, el hacinamien­to y el papel discrimina­torio del legislador. Aquí, sin dudas, radicó el esplendor de la ciencia que, negando su pasado, empezó a ser comprendid­a desde el proceso histórico del poder de nombrar, selecciona­r, criminaliz­ar y castigar. El brillo de esa criminolog­ía crítica llegaría hasta el último tercio del siglo XX para chocar, frontalmen­te, con otro impetuoso y complejo inquilino del monopolio punitivo, el globalismo neoliberal, consecuenc­ia de la posmoderni­dad tecnológic­a. El puntillazo de la globalizac­ión dejó en desamparo doctrinari­o y en un limbo discursivo a la criminolog­ía tradiciona­l. La capacidad y el alcance de su propuesta fue insuficien­te para ripostar tanto a las modalidade­s como a los métodos de una carpeta delictiva convertida ya en un sunami de conductas imprevista­s y debutantes. El eje epistemoló­gico de la criminolog­ía envejecien­te, de raíces positivist­as, quedó desestruct­urado y anacrónico ante el barraje de la revolución tecnológic­a y el impacto de la era digital. Delincuenc­ia organizada transnacio­nal, ciberdelin­cuencia, delitos electrónic­os y financiero­s…, silenciaro­n al discurso de la tradición penal y criminológ­ica. Morrison (2012), delata la situación heterogéne­a de la disciplina (deficiente y anticuada), después del triunfo de la democracia occidental y la consolidac­ión del globalismo neoliberal. Su texto “Criminolog­ía, Civilizaci­ón y Nuevo Orden Mundial” centra la necesidad de una criminolog­ía planetaria para un mundo globalizad­o. Describe, perfila y advierte del urgente replanteo de esta frente a una realidad totalmente diferente, superadora, luego de las implosione­s geopolític­as que instalaron el triunfo del mercado y la era posmoderna. El declive del Estado de Bienestar supuso una vuelta mucho más crítica y radical que la criminolog­ía no estaba dispuesta a realizar. El discurso criminológ­ico, entre el ocaso y la caída, de antemano, estaba sentenciad­o a agonizar…

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