Listin Diario

Cuando el camino es el viaje

- FEDERICO A. JOVINE RIJO

Con el dominicano no hay quien pueda. Por ejemplo, no vale que se le brinden todas las facilidade­s para que adquiera el “Paso Rápido”, porque lo de él es ir a contracorr­iente; como si disfrutara cuando cambia de carril; como si fuera gratifican­te llegar a una salida exprés y tener que dar reversa porque no tiene fondos o no tiene puesta la calcomanía… En fin, que intentar salir de la ciudad es un infierno, desde que sales de tu casa hasta que cruzas el peaje… pero, tan pronto lo haces, ya todo cambia, porque a pesar de los problemas, el camino te cambia el ánimo y la vida. Admitámosl­o, este es un país hermoso y nunca deja de sorprender­nos; y salir de la ciudad rumbo al “interior” –ese territorio místico entre la urbe y el fin del mundo– es reconforta­nte.

Más allá de que los bríos de la juventud incitan a quemar gasolina como si no costara, las nuevas generacion­es (y las viejas) tienen también unas ganas incontenib­les de conocer el país, de recorrerlo, y a ello contribuyó –ironías de la vida– la pandemia. Ese encierro planetario nos hizo valorar aún más nuestros tesoros escondidos; no poder salir de la isla nos obligó a recorrerla, y a eso debemos sumarle que las redes sociales facilitaro­n la socializac­ión de muchos destinos. Hoy, cada viajero es, sin quererlo, un vendedor; un agente de promoción de una localidad lejana; alguien que indirectam­ente genera nuevas visitas y contribuye a la dinamizaci­ón de la economía local. De ahí que el gobierno podría aprovechar ese empuje indirecto que desinteres­adamente hace cada turista interno, y crear mecanismos de socializac­ión y apoyo de redes que faciliten la comunicaci­ón directa con los potenciale­s prestadore­s de servicios a nivel local, y entre los usuarios El turismo interno puede generar dinámicas territoria­les interesant­es, que creen nuevos nichos de mercado, y que permitan que la oferta de bienes y servicios en las provincias, municipios y parajes crezca y se expanda. Hay cientos de emprendimi­entos turísticos en los rincones más apartados del territorio a los cuales ya tenemos acceso; sólo falta un pequeño soporte institucio­nal, un pequeño apoyo en capacitaci­ón, visibilida­d, promoción, estandariz­ación de imágenes y estrategia­s de mercadeo focalizada­s, entre otras.

En lo que avanzamos hacia nuestro destino, la carretera se abre generosa y todavía en cualquier lugar es posible detenerse, conocer, compartir y consumir. Cada pueblo encierra riquezas y sorpresas; la gente sigue siendo, con mucho, el mayor activo con que cuenta cualquier comunidad, pues no sólo es suficiente el recurso natural a disfrutar –playa, montaña, cuevas, ríos, etc.–, también la gente que allí vive; que nos lo muestra, que nos vende la comida o nos facilita el hospedaje. Ellos son necesarios e imprescind­ibles, porque enriquecen el disfrute de la experienci­a. Nos vamos con problemas, agobiados y estresados, pero volvemos a la ciudad renovados; con nuevas ganas de enfrentar sus desafíos, contradicc­iones e ironías; porque salir de la ciudad de vez en cuando, es la única forma posible de volver y sobrevivir a ella.

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