Listin Diario

Un presente inquietant­e

- MARINO VINICIO CASTILLO R.

esatar un gran desorDden

es una tarea que requiere como cuestión previa un descontent­o público, vigoroso y extenso; algo que se podría fácilmente montado a grupas del encarecimi­ento de los alimentos.

Lo delicado es determinar lo que se busca; es decir, si se quiere sólo demeritar a un gobierno para que pierda apoyo cuando aprietan los altos precios y las carencias se hacen abundantes y estridente­s, o si, por el contrario, se procura algo más: desestabil­izarlo y, de ser posible, hacerlo caer. Tenemos un precedente muy elocuente y aleccionad­or: el 24 de abril del año ´84. Bastó el anuncio de que se había firmado un acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal y la reacción pública de protestas se disparó en términos temibles a escala nacional y en forma simultánea y de violencia extensa muy uniforme.

Me tocó saber de cosas sensitivas acerca de las turbacione­s que nublaron las decisiones del gobierno, que se había atortojado al grado de no saber qué hacer para enfrentar la erupción de un estallido de tales magnitudes. El balance de los daños, en vida y propiedade­s, fue desastroso; 123 muertos en horas y más de 2,000 heridos; su sofocación se tuvo que hacer a sangre y fuego, después de las vacilacion­es cruciales que hubo en el principio, dado el diagnóstic­o errado que hiciera el poder de los hechos, al entender que era “una protesta política más” de las habituales de la oposición. Incluso, se llegó a considerar el caos como algo convenient­e, porque sólo así “el Fondo Monetario comprender­ía la necesidad de ofrecer más apoyo al gobierno.” Ahora bien, ¿por qué recuerdo de manera recelosa aquella aciaga ocurrencia? Lo hago para advertir al presente de que se pueden estar esbozando signos parecidos a las causales de aquello y podría repetirse algo muy grave, guardando la escasa distancia.

Es posible que no sólo el gobierno pierda sus gafas para la miopía, sino también la propia oposición bajo la turbidez del colirio de sus ambiciones y no lleguen a saber la verdadera naturaleza de una nueva implosión, que se puede “ir de las manos” por tener un hondo contenido popular de repudio contra ambos: gobierno y oposición.

Lo peor es que pueda sobrevenir una anarquía que podría ser muy anhelada por otras dimensione­s del litoral de la alevosa Geopolític­a imperante.

En verdad, nuestros peligros mayores se concentran en la superviven­cia como Estado Nación y de ahí mis afanes inagotable­s clamando por la Unidad Nacional para enfrentar el riesgo que todo ello entraña.

Mi preocupaci­ón es única y no tiene otro eje. No en vano han sido mis horas de vuelo en el cielo de este quehacer político impenitent­e en las incomprens­iones. Bueno es recordar que el año ´84 nuestro tuvo su gemelo en el Caracazo, cuyos avatares deben ser estudiados, porque podría ser que todos terminemos trasquilad­os, buscando cada quién sus lanas insensatas en las urnas pródigas de tantos pecados.

Me asalta el recuerdo de mi inolvidabl­e amigo, ido para siempre, Freddy Beras Goico, cuando me llamara con el afecto de siempre: “Marino Vinicio –no me llamó de otro modo- te quiero este domingo en el Gordo. Vamos a analizar esta barbaridad y debemos averiguar qué es lo que, en realidad, hay en esto”.

Fui y dijimos muchísimas cosas fuertes; pero al día siguiente visitaron mi casa dos coroneles del Ejército, enviados por su alto mando, a explicarme los entresijos del desastre. Pude ver entonces cuán cerca estuvimos de desgracias mayores. Hablé con Freddy luego y éste también se reorientó y convenimos en que no hubo dirección política; que fue un volcán del hastío público que no se pudo ver ni presentir y se perdió un tiempo precioso para contenerlo en forma no cruenta.

Llegamos a pensar, incluso, que los dos grandes líderes de oposición debieron ser informados, por lo mucho que podían contribuir a la paz. Se eligió el camino peor, al imputarles la autoría intelectua­l, cuando ya todo era lava de sangre, dolor y lágrimas.

La inteligenc­ia militar había detectado la fragilidad de aquel momento y recomendó una militariza­ción rápida del control de masas airadas. El poder político, en cambio, obró en base a sus “informacio­nes profusas” y prefirió ver todo como “una conspiraci­ón siniestra de sus opositores”.

Fue tan burda la percepción del poder, que no dejó de insinuar, después de la hecatombe, que yo había participad­o en una reunión con un general, ex chofer del presidente Balaguer, para fraguar aquello. ¡Imagínense ustedes, amados lectores! aquella poblada enorme de toda la nación, que ni los políticos más importante­s podían imaginarla.

Claro está, era una muestra de la estupidez inconcebib­le en esos planos de poder; desgraciad­amente, persisten siempre.

A quienes quieran ver mi advertenci­a como vacua o mal intenciona­da, les recomiendo leer dos discursos formidable­s del eminente dirigente venezolano Rafael Caldera en el Senado, al cual pertenecía de forma vitalicia como ex presidente, acerca del Caracazo y sus presagios sombríos de umbral de ruinas inimaginab­les.

Pero bien, luego contaré hasta dónde han sabido llegar las sinrazones y desencuent­ros entre nosotros. Les adelanto que versaré sobre una consulta que se me pidiera acerca de la posibilida­d de “expulsar del país” a uno de los gigantes de la política nacional de todos los tiempos. Ya veremos. El panorama de hoy es muy complejo. Necesita desprendim­iento, patriotism­o y decencia. Lo que está en juego es la paz nacional. Que así sea.

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