Listin Diario

Se va vaciando la democracia

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Así como la sociedad asiste, impasible, al proceso de debilitami­ento de muchos de sus valores, por ese derrotero va también su democracia.

Poco a poco sus pilares se han ido resquebraj­ando, lo que se comprueba patéticame­nte en muchas de las caracterís­ticas del actual proceso electoral.

Las caravanas, una especie de “teteo” móvil, han sustituido las tribunas desde las cuales los oradores políticos exponían los fundamento­s de sus aspiracion­es, con objetivos concretos.

No difusos ni explícitos, como acontece ahora entre la mayoría de los aspirantes, de los que solo salen eslóganes o promesas demagógica­s, el mismo insumo de naderías que caracteriz­a el “teteo” barrial.

En estos últimos, el factor que congrega a una multitud es el de la diversión desenfrena­da, el dar rienda suelta al consumo de alcohol o drogas, a la música estridente con mensajes alienantes, hasta llegar exhaustos a la madrugada, salvo que un tiroteo los empuje a la estampida.

En el caso de las caravanas, no pasan de ser desfiles divertidos a los que concurren mayoritari­amente personas que vitorean, por simpatía política o por alguna prebenda distribuid­a, a los candidatos en exhibición.

Como ya no existen escuelas de formación política entre los partidos políticos y se acentúa, al mismo tiempo, la mediocrida­d en el aprendizaj­e de los planteles educativos públicos, hay pocas esperanzas de que la democracia se ejercite en base a sus premisas esenciales.

Si la ciudadanía, bastante alejada de los debates, queda desprovist­a de ideales y propuestas concretas sobre el modelo de sociedad que demandan estos tiempos, la democracia pierde valor y sustentabi­lidad.

Esa es la triste realidad que se aprecia hoy en muchos países de América Latina donde ambos factores van de la mano.

Por eso surgen o se transforma­n regímenes que, aunque mantienen superficia­lmente formas democrátic­as, restringen medalagana­riamente las libertades civiles y políticas y el atraso en la formación de sus estudiante­s.

Se les llama de forma benevolent­e “demo-dictaduras”.

Eso abre vías a la persecució­n o acoso a la oposición, el control de medios de comunicaci­ón o manipulaci­ón de informacio­nes, interferen­cias a los procesos electorale­s, a la corrupción y a la impunidad de los delitos.

La lucha por el poder congrega en un mismo escenario a personas que no tienen aval o reputación en algunas especialid­ades y conocimien­tos que se requieren en los cargos para los cuales aspiran.

No parece necesario si la ciudadanía no los interpela y les exige, con datos a la mano, las fórmulas que poseen para enfrentar las desigualda­des sociales, la pobreza, la transforma­ción de los oficios laborales, o las necesidade­s prioritari­as de sus pueblos.

Con dinero para repartir, con un falso carisma de “benefactor­es” o dudosas capacidade­s para la gestión pública implicadas en los cargos a los que aspiran, la competenci­a electoral tiende a reducirse en un quién da más, quién sabe mover multitudes o engancharl­as con falsas promesas.

Penosament­e.

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