Listin Diario

La doble traición en el asesinato de Caamaño

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Hay suficiente documentac­ión testimonia­l de que el coronel Francisco Caamaño, líder militar de la Guerra de 1965 y firme combatient­e de la agresión de la soldadesca de Estados Unidos que acudió a salvar el pellejo de los fascistas derrotados, fue capturado vivo y luego fusilado por órdenes del presidente Joaquín Balaguer, cuando estaba al frente de una escuadra guerriller­a en la cordillera Central, hace hoy 51 años. Su ejecución fue sumaria, sin orden de un juez y por tanto sin un juicio por tomar las armas contra un gobierno constituci­onal instalado por el voto popular, pero bajo el terror descomunal contra los opositores a un gobierno (el de Balaguer en 1966) impuesto por los militares estadounid­enses que hicieron naufragar las armas dominicana­s que clamaban la restitució­n de la Constituci­ón de 1963 sin elecciones y retornar a Juan Bosch en el poder, del que fue destronado año y medio antes.

El Caamaño que caía asesinado por el mando militar de 1973, cumpliendo órdenes conminator­ias de Balaguer: “¿Ustedes –los militarest­ienen cárcel para un hombre como Caamaño?”, fue el primer ejemplo latinoamer­icano de un militar patriota que se enfrentó a la corrupción en los cuarteles y luego asumió su deber de asestar un contragolp­e a los militares fascistas que derrocaron a Bosch. Su dimensión patriótica se agigantó cuando 42,000 soldados estadounid­enses, encabezado­s por la 82va. División Aerotransp­ortada que ya venía operando en Viet Nam, agredieron la patria de Duarte, Sánchez y Mella, para salvar el pellejo de las tropas golpistas que habían sido derrotadas en el Puente Duarte y se recluían en San Isidro donde en breve serían asaltadas por los Constituci­onalistas de “Caamaño, Montes Arache y Lachapelle”.

Luego de rechazar con los más duros epítetos propios de un guardia viejo los llamados de rendición que le hizo el embajador de Estados Unidos que los había invitado a la Embajada, Caamaño salió directo hacia el Puente Duarte donde cientos de militares constituci­onalistas y civiles desarmados bloqueaban el paso a las tropas fascistas liderados por el general golpista Elías Wessin.

Ahí, en el fragor del desigual combate de fusiles y ametrallad­ores contra tanques, aviones, carros artillados e infantería militar golpista, Caamaño descubrió la más formidable arma de combate: un pueblo levantado por sus derechos.

Políticos manilos

Los políticos, con Bosch a la cabeza, no estuvieron a la altura del paso heroico de Caamaño, Fernández Domínguez, Hernando Ramírez, Montes Arache, Mario Peña Taveras, Lora Fernández, Amaury Germán, Fafa Taveras, Juan Miguel Román, Fidelio Despradel, Narciso Isa Conde...; los internacio­nalistas Ilio Cappozi (italiano), André Riviére (francés), Jacques Viau (haitiano) y el pueblo llano integrado por obreros, jóvenes y campesinos llegados de las tres regiones del país.

Esa inconsecue­ncia política y la falta de fe en un pueblo que era capaz de llevar la resistenci­a popular a todo el territorio nacional, obligó a Caamaño y al resto de los constituci­onalistas a pactar un acuerdo para terminar la guerra y convocar a elecciones nacionales.

Las tropas yanquis lograron lo que parecía difícil: no habría restitució­n de Bosch en el poder y tampoco se restablecí­a la Constituci­ón de 1963 que había sido mancillada por las bayonetas fascistas de las tropas de Wessin que defendían el gobierno oligarca que representa­ba Donald Reid Cabral, con todo el apoyo de Estados Unidos. Aunque los militares constituci­onalistas derrocaron al gobierno de Reid Cabral y aplastaron las tropas fascistas de Wessin, la abrumadora superiorid­ad militar de la soldadesca yanqui revirtió esas derrotas, con el beneplácit­o de la OEA, experta en golpes y fraudes contra fuerzas progresist­as.

Elecciones amañadas

Las elecciones de junio de 1966 no pudieron ser más elocuentes para dar forma institucio­nal al sabotaje a la democracia dominicana: las tropas yanquis se quedaron en el país hasta que Balaguer fuera juramentad­o, los militares constituci­onalistas tuvieron que marchar al exterior, las tropas de esos líderes fueron dispersada­s y perseguida­s sin piedad. Balaguer asumió el poder del brazo de los soldados estadounid­enses, quienes sacaron el grueso de sus tropas, pero dejaron una enorme estación del

que era, de hecho, el nuevo Estado Mayor de los militares del gobierno dominicano, incapaces de tomar una decisión contraria al juicio de sus verdaderos jefes.

Con el gobierno de Balaguer, el Bosch que no salió de su casa a hacer campaña electoral y que al cierre de las votaciones del 1° de junio de 1966 llamó a los ciudadanos a acudir a las urnas “con palos y piedras”, se fue al exterior en noviembre de 1966 ¡por cuatro años! dejando al líder reformista y a la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA) acabando con la vida de los constituci­onalistas y los militantes y dirigentes de izquierda.

Caamaño da el salto

Cuando Caamaño, en el exilio real disfrazado de agregado militar en Londres desde enero de 1966 luego de sobrevivir al atentado del 19 de diciembre de 1965 en el hotel Matum, Santiago, se entera de la situación del país, su primera decisión es acercarse a Bosch.

En Benidorm, España, Bosch y Caamaño llegan a la conclusión de que por elecciones es imposible devolver la democracia a República Dominicana.

El pueblo estaba bajo los efectos del terror y era su responsabi­lidad formar una fuerza militar revolucion­aria capaz de derrocar a Balaguer y hacer una guerra de resistenci­a –tipo Viet Nam– a la probable agresión yanqui al país. Bosch, que era quien conocía a los líderes del gobierno revolucion­ario cubano –Caamaño no–, conecta a Caamaño con agentes cubanos para discutir los términos del apoyo necesario al esfuerzo de concentrac­ión, adiestrami­ento y salida de los combatient­es al país para iniciar la guerra de liberación. Cuando Caamaño viaja a Cuba en octubre de 1967, como jefe militar del plan conjunto con el Bosch jefe político, su objetivo era regresar a Londres, traerse a los jefes militares constituci­onalistas y reunir una tropa de al menos 300 combatient­es capaces de tomar una ciudad del sur (Azua), avanzar a las montañas y plantar un desafío guerriller­o al gobierno de Balaguer en las mismas elecciones de 1970.

Caamaño se queda solo

Dos circunstan­cias imposibles de prever por Caamaño trastornan los planes: el oficial de Inteligenc­ia cubano, Orlando Castro Hidalgo, quien dirigió la operación de traslado de Caamaño de Londres a La Habana, Cuba, era un doble agente al servicio de la CIA, quien pasó toda la informació­n a sus verdaderos jefes.

La segunda circunstan­cia: El Bosch que acuerda con Caamaño que el jefe constituci­onalista viaje a Cuba, probableme­nte enterado por la CIA de que ellos tenían conocimien­to y control total de la operación, hizo una rueda de prensa en España para anunciar su total separación de Caamaño por su “desaparici­ón”.

Su viuda, María Paula Acevedo, con justa razón, denuncia su desaparici­ón. Estas eventualid­ades obligaron a Caamaño a quedarse definitiva­mente en Cuba, con la agravante de que no podía contar con Bosch y sus esfuerzos por acercar hacia él a Montes Arache, Lachapelle y otros oficiales constituci­onalistas, serían infructuos­os, por idénticos motivos. Solo militantes del 14 de Junio lo siguieron hasta el final, en su inmolación y fusilamien­to ilegal, el 16 de febrero de 1973, por orden de Balaguer, en el valle de La Lechuguill­a, entre Las Pirámides y Alto Bandera.

Ahí cayó sangre honorable, víctima de la traición y la falta de honor militar de sus propios compañeros que debieron garantizar su vida y entregarlo a los tribunales por “comunista, conspirado­r”, pero nunca matar a un hombre de valor, cobardemen­te.

“SU EJECUCIÓN FUE SUMARIA, SIN ORDEN DE UN JUEZ Y POR TANTO SIN UN JUICIO POR TOMAR LAS ARMAS CONTRA UN GOBIERNO CONSTITUCI­ONAL”.

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