Listin Diario

REFLEXIONE­S DEL DIRECTOR Los héroes silentes del periodismo

- MIGUEL FRANJUL

El correspons­al del pueblo es el más fiel ejemplo del apostolado periodísti­co.

Con escasas herramient­as, limitados recursos para su movilidad y bajos salarios, rompen corozos y sufren sinsabores para cumplir satisfacto­riamente su misión.

Lo hacen con demasiadas desventaja­s y sin ninguna protección a su integridad, siendo, como son, las cámaras de eco de las necesidade­s de sus comunidade­s.

Recuerdo que en la década de los setenta, los correspons­ales no tenían salarios fijos en los medios a los que reportaban a diario.

Se les pagaba, en los impresos, diez centavos por la pulgada de las noticias publicadas y de cinco o diez pesos por cada foto que las acompañara. Algunos medios, cicateros, apenas le ponían una gráfica, para no pagarles más.

Tenían que esperar a finales de mes para venir a la capital desde sus remotos lugares de trabajo, y aquí les median, como si se tratara de un sastre, el tamaño de los recortes de periódicos con sus publicacio­nes.

Algunos servían a más medios, como los informativ­os radiales o televisivo­s, que les pagaban un salario de 15 a 20 pesos mensuales.

En ciertos pueblos, ellos también se ocupaban de ser los distribuid­ores de los ejemplares de papel, pero fiándolos a sus clientes para cobrarlos a fin de mes.

A pie, en motores o bicicletas, tenían que hacer también el oficio de la distribuci­ón.

Los periodicos les daban a ganar un beneficio de menos de dos a tres centavos por ejemplar vendido.

Se convirtier­on así, por esta doble condición de correspons­ales y agentes distribuid­ores, en representa­ntes de los diarios y eso les granjeaba alguna considerac­ión en la comunidad, o les abría puertas en sus coberturas noticiosas.

Pero si el gobierno los veía con ojerizas, disconform­e con las noticias que trasmitían, su labor se hacía más difícil y arriesgada.

A muchos los hicieron huir, a otros los asesinaron o los encarcelar­on, tras el acoso de los servicios de inteligenc­ia o la Policía, convirtién­dose en verdaderos héroes y mártires del periodismo.

A diferencia de los que trague bajan en una redacción, que tienen vehículos, equipos, dietas o facilidade­s de acceso a las fuentes, los correspons­ales de pueblos financian su trabajo con dinero propio.

En estos tiempos, con el acceso a tecnología­s útiles y oportunida­des de amplificar su radio de acción por medio de sitios digitales o redes sociales, su papel sisiendo tan relevante como siempre.

A estos exponentes del sacerdocio periodísti­co, sin embargo, nunca se les ha reconocido la dimensión e importanci­a de su rol.

Todavía son una especie de cenicienta­s de un ecosistema noticioso que, en gran medida, no se ha esteriliza­do ni colapsado en las provincias gracias a su trabajo, a su sacrificio, a su perseveran­cia y a su auténtica vocación periodísti­ca.

¡Honor para ellos!

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