Listin Diario

La utilidad de lo inútil

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EDITOR LECTURAS DE DOMINGO

Mi compatriot­a Eliseo Alberto (Lichi) me otorgó el título de amigo, algo muy complicado en este mundo de exilios y migracione­s. En Cuba, andaba en bajo perfil. Sobresalía en silencio; demostraba su talento haciendo películas junto a su hermano Constante (Rapi) Diego. También escribía obras literarias que valían la pena. Ambos eran hijos del gran poeta Eliseo Diego.

Las visitas de Lichi a Santo Domingo no me eran extrañas. Sabía cómo distinguir­me. Su buen humor lo mantenía a salvo de nubarrones y amaneceres falsos. En una de sus escapadas a Quisqueya, llegó con más risas que recuerdos: vino a escuchar mis palabras de presentaci­ón a su novela

(Alfguara, 2003) en la Feria Internacio­nal del Libro de Santo Domingo. El acto no fue promovido lo suficiente, y se canceló.

Si traigo a colación estos fragmentos de mi amistad con Lichi, es porque cuento con su anuencia postmorten. Un día me confió una historia poco conocida. Desde los años cincuenta, su padre, Eliseo Diego era miembro del selecto grupo Orígenes, tal vez, la institució­n literaria más importante que ha existido en la historia de Cuba. Algunos de sus nombres escribiero­n textos inmortales: Octavio Smith, José Rodríguez Feo, Ángel Gaztelu, Eliseo Diego, Gastón Baquero, Lorenzo García Vega, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Fina García Marruz y su figura mayor, el gran poeta José Lezama Lima.

Al triunfo de la Revolución sus integrante­s continuaro­n unidos, porque el fin último de sus temas y palabras era cercano a la cubanía. Con el sonado “caso Padilla” en 1967, aquella vanguardia fue agredida en su moral católica: Lezama Lima fue confinado a su domicilio, y el resto de los integrante­s de Orígenes aceptaron una reubicació­n laboral con un salario inferior. Otros se encerraron a sobrevivir de sus ahorros, y el resto se marchó del país. Eliseo Diego fue a parar a la Biblioteca Nacional como investigad­or literario, cargo nominal, porque allí no se investigab­a nada.

Un día, Nicolás Guillen se apareció frente a su escritorio y le propuso trabajar con él.

Al siguiente día, Eliseo se apareció en la oficina de Guillén, dispuesto a prestar sus servicios profesiona­les donde fuera reubicado. Y al escuchar las palabras del Presidente de la UNEAC, casi se desmaya al igual que los choferes que sobreviven a los tapones en la avenida 27 de Febrero con Máximo

Gómez, en Santo Domingo: -Tu cargo será escribir poesía y venir todos los días a las diez de la mañana a tomarte un cafecito conmigo.

Aquella historia me dio otra razón para entender la utilidad que le otorgó Guillén a Eliseo Diego en la patria que lo vio nacer. Y no encuentro mejor excusa para recordarla después de mi lectura de un fragmento del libro

del filósofo Nuccio Ordine:

La única borrachera que sufrí en mi vida sucedió en mi primera juventud. Todavía recuerdo a mi madre, inclinada en mi camastro, sujetando una toalla con hielo sobre mi cabeza. Nunca más di razón para repetir aquel espectácul­o, pero tampoco dejé de beber. Ya en mi vejez, el alcohol cae en mi vientre igual que una gota de agua en un vaso rebosante de licor. Cuando me paso de tragos, me recuesto para vencer la turbulenci­a. Hoy, mi bebida predilecta no es la cerveza, sino el vodka, ese extraño elixir que al bajar por mi garganta me llena la conciencia de recuerdos imborrable­s. Y a la cuarta copa me devuelve a la silla dando tumbos como un avión que ha perdido a sus pilotos y aterriza en un desierto lleno de serpientes. Descubrí el vodka en el restaurant Moscú de La Habana (hoy reducido a cenizas) a donde llevaba a mi esposa los fines de semana a encontrarn­os con amigos y disfrutar compases exóticos provenient­es de una vellonera gigante donde los ritmos se confundían con el humo del fumar, la estrechez de la ropa y las mentiras baratas. Allí, los ecos resaltaban sus penas como lo hace una gacela cuando escapa de un campo lleno de trampas ante el asombro de un cazador inexperto. El restaurant Moscú era un regalo del gobierno para recordar a la patria chica de Lenin. Desde reservar un turno hasta caminar por sus espléndido­s salones, el visitante era bautizado igual que un hombre que va a la Iglesia porque su novia se lo exige.

Tragos aparte, vuelvo a Ordine, al recordar otra frase profética: “Quien no ha sido, no es”. El profesor italiano expuso la anécdota de un estudiante al escuchar la pregunta de su padre: “¿Cómo es que en el alfabeto de cualquier lengua, la letra A va primero que la E”. En aviones, trenes, cruceros y otros lujos, existen, junto a los compartime­ntos de primera clase, otros de segunda, a donde va “la plebe”, con la mente fija en sus infinitos deseos de pasear como cualquiera. Entre ellos existe una supremacía del tener sobre el ser. Es decir, “una dictadura del beneficio y la posesión que domina cualquier ámbito del saber y todos nuestros comportami­entos cotidianos” (dice Ordine).

No por azar Nicolás Guillén sacó de un escritorio lleno de libros empolvados a un poeta de la talla de Eliseo Diego para llevarlo con él, solo a escribir poesía. Fue como poner la letra E por encima de la A en el orden alfabético, aunque solo fuera por un instante en que todo puede ser falso o verdadero.

 ?? ?? Eliseo Diego (a la derecha) iba todas las mañanas a tomarse un cafecito con Nicolás Guillén en su oficina de la UNEAC.
Eliseo Diego (a la derecha) iba todas las mañanas a tomarse un cafecito con Nicolás Guillén en su oficina de la UNEAC.
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Eliseo Alberto, Lichi, el hijo de Eliseo Diego, ido a destiempo.
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