En Ecuador acogen el ‘puño de hierro’
GUAYAQUIL, Ecuador — Desde que el presidente de Ecuador declaró la guerra a las pandillas el mes pasado, soldados con rifles de asalto han inundado las calles de Guayaquil, un epicentro de años de violencia en el país.
Sacan a hombres de autobuses y automóviles en busca de drogas, armas y tatuajes de pandillas, y patrullan las carreteras imponiendo un toque de queda. La ciudad está nerviosa, pues sus hombres y adolescentes son blancos potenciales de las tropas y policías a quienes se les ha ordenado acabar con las pandillas que han unido fuerzas con carteles internacionales para hacer de Ecuador un centro del tráfico mundial de drogas.
Sin embargo, cuando la gente ve pasar a los soldados, muchos aplauden. “Aplaudimos el puño de hierro”, dijo Aquiles Álvarez, alcalde de Guayaquil. “Ha ayudado a traer paz”.
En enero, Guayaquil fue golpeada por una ola de violencia que podría ser un punto de inflexión en la crisis de seguridad de Ecuador: pandillas atacaron la ciudad después de que las autoridades actuaron para hacerse cargo de las prisiones del país, que las pandillas controlaban en gran medida. Policías fueron secuestrados, explosivos fueron detonados y hombres armados se apoderaron brevemente de una estación de TV. El presidente, Daniel Noboa, desplegó tropas contra las pandillas, que se han apoderado de gran parte de Ecuador, peleando el control de las rutas de tráfico de cocaína y transformándolo de uno de los países más pacíficos de Sudamérica a el más mortal.
La respuesta de Noboa ha reducido la violencia y llevado una sensación de seguridad a lugares como Guayaquil, una ciudad de 2.7 millones de habitantes y un puerto clave para el narcotráfico, elevando la aprobación por el Gobierno al 76 por ciento en una encuesta nacional. También ha sonado las alarmas entre los activistas de derechos humanos. “Lo que estamos viendo es un aumento de los casos de graves violaciones a los derechos humanos”, dijo Fernando Bastias, del Comité Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos de Guayaquil.
El enfoque de Ecuador ha generado comparaciones con El Salvador, cuyo líder, Nayib Bukele, ha desmantelado en gran medida sus pandillas, lo que le valió ser reelecto.
Los detractores dicen que también ha pisoteado los derechos humanos y el estado de derecho.
Pero Noboa, de 36 años, enfrenta un adversario diferente, dijo Will Freeman, experto en estudios sobre América Latina en el Consejo de Relaciones Exteriores, un grupo de expertos en EE. UU. Ecuador es clave para el tráfico de cocaína, dijo, con vínculos con carteles desde México hasta Europa. Como resultado, sus bandas tienen el financiamiento para armarse y luchar contra las autoridades. Desde que el presidente declaró la guerra a las pandillas, las autoridades han detenido a más de seis mil personas.
En Guayaquil, soldados y policías destruyen los sistemas de cámaras instalados por las pandillas para monitorear los vecindarios y derriban puertas para descubrir escondites de armas y explosivos. La represión ha tenido cierto efecto. De diciembre a enero, el número de asesinatos en Guayaquil se redujo 33 por ciento, de 187 a 125. El respiro del derramamiento de sangre tiene a muchos apoyando al joven presidente. “Podemos sentarnos afuera de noche”, dijo Janet Cisneros, que vende comidas en Guayaquil. “Antes no podíamos —estábamos completamente atrapados adentro”. Los funcionarios de Ecuador han dicho que el Ejército es crucial para recuperar barrios de pandillas que reclutan niños de tan sólo 12 años para transportar drogas, secuestrar y matar.
Pero han circulado videos en internet que muestran a las autoridades utilizando también tácticas más duras: hombres y niños detenidos en las calles son golpeados en la cabeza.
Aún así, los videos de arrestos generan muchos elogios para los soldados y el presidente. Muchos describieron lo mal que se habían puesto las cosas. “Aquí mataron y tiraron cadáveres”, dijo Rosa Elena Guachicho, quien vive en Durán, un suburbio de Guayaquil.
Las pandillas amenazaron a dueños de negocios como Dolores Garacoia, quien dijo que cerró su negocio en Durán luego de recibir una llamada exigiendo el pago de miles de dólares.
Ángel Chávez, de 14 años, estaba sentado detrás de rejas de hierro forjado de un centro comunitario en Monte Sinaí, parte del distrito más peligroso de Guayaquil, donde más de 500 personas fueron asesinadas en 2023.
“Tal vez esto finalmente ponga fin a lo que hemos estado sufriendo”, dijo. Pero, añadió, le preocupaba la forma en que los soldados trataban a los adolescentes. “No me gusta cuando abusan”.