Elecciones municipales, participación y democracia
Desde la zona de confort, aceptamos como buenos y válidos los privilegios que disfrutamos, sin ni siquiera plantearnos los esfuerzos y sacrificios que se hicieron para hacernos llegar hasta ahí. Simplemente los asumimos y no los vemos como una conquista previa realizada por otros; y así, disociándonos mentalmente de lo que representan, vamos perdiendo las ganas y fuerzas de luchar por mantener esas conquistas. Desde las elecciones de 1994 a la fecha han pasado 30 años, y aquella República Dominicana no es la misma de hoy día en términos estructurales, ni como sociedad tampoco. En retrospectiva, independientemente de los sinsabores de 1994 y 2020, queda sobre la mesa el sentido de Estado con que el liderazgo nacional supo enfrentar y conjurar ambas crisis; y la manera práctica y rápida que, dentro del marco de la constitucionalidad, se le pudo buscar una salida y pasar la página.
Mientras escribo esto, las elecciones no han concluido y el Boletín Cero aún no ha sido emitido, pero los incidentes que se han presentado en algunas localidades y colegios han sido mínimos y aislados. La campaña pasó sin ruido ni aspavientos y sólo algunos eventos que lamentar; hechos sangrientos que terminaron en tragedia hubo, pero pocos, de tal suerte que no podemos hablar de un patrón de violencia. Como tampoco podemos decir que hubo un patrón institucional en vulnerar el derecho ciudadano o la igualdad de competencia entre partidos. Vamos, que prácticas dolosas, compras de cédulas, campaña electoral fuera de los recintos, etc., sí, pero ¿en qué porcentaje de los 16,851 colegios electorales ocurrió? El mayor enemigo del proceso puede que sea la abstención. No es casual que, con mucha madurez y responsabilidad, tanto el presidente como los líderes de la oposición y candidatos presidenciales, hayan hecho un ferviente llamado a la ciudadanía y su militancia para que participaran, bajo la premisa de que, al hacerlo, se fortalecía la democracia, y en ello ganamos todos.
Más allá de las interpretaciones políticas de los resultados electorales; las consabidas y esperadas impugnaciones en algunos territorios; las demandas de recuentos; las pruebas y videos que se mostrarán de prácticas ilegales; los hechos aislados de violencia por venir, etc., lo que queda y sobresale es el civismo de la ciudadanía que ha participado de manera pacífica y organizada; la pasión y entrega de los 84,255 funcionarios que trabajaron en los colegios electorales, entre otros; porque estas elecciones -que son la antesala política de las de mayo-, deberán serlo también en términos administrativos y operacionales.
La JCE ha realizado un trabajo formidable en términos logísticos, y merece un total apoyo y respaldo la actitud abierta, accesible y transparente que el pleno y sus instancias directivas han mostrado hasta ahora. Críticas habrá muchas, y que bueno que ocurran, porque son oportunidades de mejora de cara a las presidenciales y congresuales; otro peldaño más en la escalera de prueba y error que nos conduce a la madurez política. Porque, en definitiva, ningún precio es lo suficientemente alto cuando de sufragar y mantener la democracia se trata.