El partido a vencer es el clientelismo
Fuera de lo estrictamente electoral, en las pasadas elecciones municipales se verificaron situaciones en las cuales, aunque el legislador previó salidas, nadie visualizó nunca su ocurrencia. Concretamente, el caso del empate suscitado en el distrito municipal de La Caleta –La Romana–, en donde los candidatos del PRM y Alianza País acumularon la misma cantidad de votos, teniendo entonces que decidirse a suertes el ganador, en un proceso rocambolesco previsto en la ley electoral. También fueron noticia los resultados de Dajabón y Cabrera, donde los boletines finales arrojaron diferencias de un voto, aunque los procesos de recuento reajustaron los resultados con diferencias mínimas.
Más allá de lo increíble y traumático que resulta empatar en un conteo electoral, lo destacable no es que pase (donde existe un número par de electores, es matemáticamente posible que ocurra), sino que haya sido publicado de manera ordinaria y sin trastornos. Es decir, en otros tiempos, un empate o una diferencia de un voto era un tema que se “resolvía” en la mesa… En algunos casos, por más votos de ahí se generaron conflictos que terminaron en sangre. Nadie, 20 o 30 años atrás, se hubiera planteado dejar que una situación así ocurriera; no en una época donde el acta mataba al voto y donde el dinero, el poder o el terror se imponían no sólo fuera, sino dentro del colegio. Ese pequeño detalle en un distrito municipal “irrelevante”, es la mejor muestra de los niveles de robustez del sistema electoral. El desenlace de Dajabón fue posible por la intervención de la JCE al más alto nivel, que brindó condiciones de seguridad, transparencia e independencia, que fueron aceptadas como válidas por los candidatos y la dirigencia partidaria local.
Parece poco, pero no lo es. Dice mucho, como también lo dicen los videos y audios que circulan en las redes sociales, que recogen reacciones inmediatas de algunos dirigentes ante la derrota (¿y la traición?), toda vez que, más allá de la sorna, dejan constancia de que las peores prácticas del clientelismo político dominicano se mantienen vigentes; a pesar del cambio de siglo y de que la mayoría de los candidatos y votantes pertenecen a nuevas generaciones. Aquí el problema de fondo es que, a pesar de la juventud que pueda tener un candidato, en sus prácticas de campaña, muchos reproducen (y validan) actuaciones antidemocráticas que, en teoría, se corresponderían con otros perfiles etarios.
Más allá de edades, ideologías, partidos o elecciones, la mayoría de los políticos se manejan en términos electorales de la misma forma; y es que es difícil hacerlo de manera diferente, ya que el clientelismo ha enraizado en la psiquis del dominicano y se alimenta de sí mismo en un bucle perverso que le hace crecer en proporciones mayores, y cada vez más inmanejable para cualquier presupuesto.
En definitiva, los políticos de todos los partidos se encuentran atrapados en las garras del monstruo que ellos mismos engendraron; y ya no pueden dejar de alimentarlo, no sin correr el riesgo de que este se levante y los devore.