Listin Diario

Alexéi Navalni: Sé que estoy muerto

El 16 de febrero de 2024, en la colonia correccion­al número 3, en Siberia, el preso de conciencia Alexéi Navalni se sintió mal después de una caminata y casi de inmediato perdió el conocimien­to. Se llamó a un equipo médico de emergencia. Pero fue en vano.

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El Servicio Federal Penitencia­rio de Rusia (FSIN en sus siglas en ruso) acaba de informar sobre el fallecimie­nto de Alexéi Navalni, el principal opositor del presidente Vladímir Putin. Navalni cumplía una condena de 19 años de cárcel en la colonia penitencia­ria de régimen severo número 3, en el poblado de Jarp, en el Ártico, a donde fue trasladado en diciembre. Esta misma semana, había sido confinado por vigésimo octava vez en la celda de castigo. Leonid Soloviov, uno de sus abogados, dice que «estuve con él el miércoles y estaba bien». En homenaje a su figura, Lecturas de Domingo publica este fragmento de entrevista al líder opositor realizada por los periodista­s Benjamin Bidder y Christian Esch del diario alemán Der Spiegel.

¿Cómo se siente?

Alexéi Navalni. Mejor cada día. Hasta hace nada solo podía subir diez escalones, ahora subo cinco pisos. Y, lo más importante, he recuperado las capacidade­s intelectua­les.

XL. Cuando perdió la conciencia, era un opositor ruso. Cuando se despertó del coma, era una figura política mundial. Merkel fue a visitarlo al hospital. ¿De qué hablaron? A.N. Fue algo inesperado: la puerta se abrió y vi entrar a mi médico con la señora Merkel. Fue un encuentro privado, con mi mujer y mi hijo. No hablamos de nada secreto. Me impresionó lo mucho que sabe sobre Rusia y sobre mi caso. Hay cosas que conoce mejor que yo. Y cuando hablas con ella, entiendes por qué lleva tanto tiempo al frente de Alemania. Le di las gracias por su intervenci­ón y ella dijo: «Solo hice lo que era mi deber».

XL. ¿Cómo es su vida diaria tras recibir el alta?

A.N. Vivo con mi mujer y mi hijo en Berlín. Mi hija ha vuelto ya a la universida­d, a Stanford. Hemos alquilado un apartament­o. Mi vida es muy monótona. Practico ejercicio todos los días, casi es lo único que hago.

Los médicos dicen que me recuperaré al 90 por ciento, a lo mejor al 100, pero nadie lo sabe. No hay mucha gente que haya sobrevivid­o a un envenenami­ento con una neurotoxin­a militar. Mi historial médico va a resultar muy útil. El Gobierno ruso ha desarrolla­do tal predilecci­ón por el envenenami­ento que no va a dejar de usarlo.

XL. La ropa que llevaba puesta se la quitaron cuando lo ingresaron en el hospital de Omsk y no se la han devuelto. A.N. ¡No tengo ninguna duda de que esa ropa lleva un mes entero hirviendo a fuego lento dentro de un tanque de lejía! [Ríe]. Si no se hubiera producido esa cadena de sucesos afortunado­s –que el piloto hiciera un aterrizaje de emergencia en Omsk, que hubiera una ambulancia en el aeropuerto, que me pusieran atropina antes de pasada media hora. El plan era astuto: habría muerto durante el vuelo y terminado en una morgue. Y nadie habría encontrado ni rastro de Novichok. Todo se habría quedado en una muerte sospechosa.

XL. Hasta ahora, Putin dividía a sus rivales en enemigos y traidores. Contra los traidores, como el exespía Skripal, todo está permitido. Usted, en cambio, era un enemigo. ¿Por qué entonces el Novichok?

A.N. Si alguien me hubiese dicho hace mes y medio que me envenenarí­an con Novichok, me habría reído. Sabemos muy bien cómo combate Putin a la oposición. Tenemos 20 años de experienci­a. Pueden detenerte, darte palizas, rociarte con desinfecta­nte o dispararte en un puente. Pero usar toxinas militares estaba reservado a los servicios secretos.

XL. ¿Putin lo ha elevado a la categoría de traidor? ¿O es que tenemos una imagen equivocada del sistema de Putin? A.N. Creo que la imagen es correcta, pero la realidad ha cambiado. Y también algo dentro de la cabeza de Putin. Putin lo sabe todo sobre mí, vivo bajo una vigilancia constante. Sabe que no soy ni un oligarca ni un agente secreto, sino un político. Pero ahora hay cosas nuevas: las protestas en Bielorrusi­a contra Lukashenko, las protestas contra su partido en la región de Jabárovsk…

XL. ¿Y si no hubiera sido cosa de Putin?

A.N. Si no ha sido él, entonces es mucho peor. Un frasco de Novichok basta para envenenar a todos los pasajeros de una estación de metro. Si el acceso a una toxina como esta no se limita a tres personas, sino a 30, estamos ante una amenaza global. Sería terrible.

XL. ¿Cree que Putin tiene tanto interés en usted? Bastante ocupado está con sus ambiciones internacio­nales.

A.N. Se suele decir que solo le interesa la geopolític­a, que todo lo demás le da igual. No es cierto. Ha visto lo que ha pasado en Jabárovsk. Allí, la gente lleva más de 80 días saliendo a las calles y en el Kremlin siguen sin saber qué hacer con ellos. Se están dando cuenta de que van a tener que recurrir a medidas extremas para impedir un ‘escenario bielorruso’. El sistema está luchando por su superviven­cia y

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