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Lecturas de domingo Faye Dunaway: La interprete de mujeres fatales

“Faye Dunaway encontró su primer gran personaje en la recreación de Bonnie Parker, la chica que junto a Clyde Barrow, su chico, entró en la leyenda del pistoleris­mo estadounid­ense de la Gran Depresión”

- JAVIER MEMBA

Madrid, España Tomado de XL Semanal

AFaye Dunaway la recuerdo en su creación de Wanda Wilcox de (1987), una de esas cintas que suenan mejor citadas por su título original con la que Barbet Schroeder —siempre tan acertado como interesado en las personalid­ades bizarras— inició su filmografí­a estadounid­ense. Aquellos eran los días del realismo sucio, cuando leíamos con avidez las historias de Raymond Carver sobre parados que empezaban a tener problemas con la bebida. Aquellas narracione­s, tendentes a la pieza corta y rápida, como un puñetazo o un cuento de miedo, hacían del contexto el principal argumento de la obra. Pero yo, que sostengo que en el cine todo lo que no es literatura es fontanería, digo que Barfly, con independen­cia de su formato, fue uno de los mejores ejemplos de realismo sucio que nos trajo el fin de siglo.

Y si el realismo sucio tuvo un abanderado, ése fue, no cabe duda, Charles Bukowski, el “viejo indecente” que se autodenomi­naba. Sin embargo, puesto a escribir el papel de Wanda para Faye Dunaway, fue un poeta maldito como François Villon al concebir La balada de los ahorcados (1489). Para Wanda imaginó a una mujer destruida que no quiere volver a enamorarse nunca más. Vive para beber y bebe merced al dinero que le pasa aquel que la dejó fatalmente marcada para el cariño. Hasta que, en esa panorámica por la barra del último bar, la aborda el “vagabundo con más clase” que ha conocido en la vida.

Chinaski no se lava ni se cambia de ropa: aún luce en la camiseta las manchas de sangre de cuando le abrieron las cejas a trallazos y le machacaron la boca por el mismo procedimie­nto. Aún no se ha terminado de recuperar de la última pelea en el patio trasero del Kenmore cuando se acerca una diosa caída que odia al mundo entero tanto como a toda la gente que lo habita. A la mañana siguiente, tras el delirio de la primera noche juntos, a Wanda su nuevo amante le ha parecido “un noble loco”. Chinaski, exultante de lirismo, asegura que nunca se ha enamorado nadie de él. Después alaba sus largas y maravillos­as piernas. Parece ser que Schroeder rodó esa panorámica descriptiv­a, por las impresiona­ntes piernas de su actriz, a instancias de la propia Faye. Se sabe porque hablamos de un plano que consta en los anales. Casi tanto como el de Marilyn Monroe aireándose mientras revolotean las faldas de su vestido blanco en Manhattan sobre la rejilla del respirader­o del metro de la avenida Lexington y la calle 52, en La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955). Casi tanto, pero en un orden mítico bien diferente.

Pocas mujeres beben de esa manera que lo hace Wanda. Ni en Culver City, ni en el Wilshire Boulevard ni en todo el Downtown de Los Ángeles. Y pocas actrices aceptarían un papel de semejantes caracterís­ticas. Sin embargo, hay constancia de que Schroeder, en gran medida, consiguió sacar Barfly adelante por el interés de Faye Dunaway en protagoniz­arla.

En 2019, cuando el realizador visitó Madrid para presentar un ciclo que la Filmoteca Española dedicó al conjunto de su filmografí­a, recordó lo difíciles que se le pusieron las cosas cuando, recién llegado a California para su primer rodaje estadounid­ense, Menahem Golam, su principal productor, decidió reducirle drásticame­nte el presupuest­o. Esto significó que el tiempo para la filmación se vio acortado en la misma medida, y todos, desde Bukowski hasta Francis Coppola —distribuid­or del filme a través de Zoetrope—, tuvieron que poner en Barfly un interés mayor que el meramente crematísti­co.

Años después, Wanda Wilcox me sigue pareciendo la mejor representa­ción que se haya visto en una pantalla de un mito de Bukowski: la mujer que bebe hasta matarse. Aunque hay veces que, al volver sobre Faye Dunaway dando vida a Wanda Wilcox, recuerdo a la otra gran borracha que ha retratado el cine: la Kirsten Arnesen Clay incorporad­a por Lee Remick en

(Blake Edwards,

1962). Ya desintoxic­ado Joe Clay (Jack Lemmon), su marido, cuando vuelve a verla, el padre de ella le recuerda que su esposa solo es una borracha que se va con cualquiera que le ofrezca una botella.

“Faye Dunaway encontró su primer gran personaje en la recreación de Bonnie Parker, la chica que junto a Clyde Barrow, su chico, entró en la leyenda del pistoleris­mo estadounid­ense de la Gran Depresión”

Llamo “aventuras cínicas” a esas cintas, puestas en marcha tras la derogación del Código Hays en 1967 que presentaba­n a los villanos tradiciona­les, los “malos” clásicos, como personajes románticos, y “buenos”.

Antes de que este nuevo planteamie­nto se convirtier­a en una constante en el retrato de los fuera de la ley del Hollywood de los años 70, hubo un par de paradigmas: Penn, 1967) y

(George Roy Hill, 1969). Esta segunda fue la respuesta de Hollywood al spaghetti western; la primera, la continuaci­ón, por parte de la nueva pantalla estadounid­ense de los años 60 —que tuvo en Penn a uno de sus realizador­es señeros— del filme noir pre-code: (Mervyn LeRoy, 1931), (William A. Wellman,

(Howard

(Arthur

FAYE DUNAWAY ENCONTRÓ SU PRIMER GRAN PERSONAJE EN LA RECREACIÓN DE BONNIE PARKER EN “BONNIE AND CLYDE

1931),

Hawks, 1932)…

Así las cosas, Faye Dunaway encontró su primer gran personaje en la recreación de Bonnie Parker, la chica que junto a Clyde Barrow —Warren Beatty en las secuencias de Penn—, su chico, entró en la leyenda del pistoleris­mo estadounid­ense de la Gran Depresión, y en la de los grandes amantes de todas las épocas.

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La famosa actriz Faye Dunaway en fotogramas y en la actualidad.
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