Listin Diario

El sistema penitencia­rio amenaza la seguridad ciudadana

- FEDERICO A. JOVINE RIJO

El Estado dominicano ha abordado los desafíos del sistema penitencia­rio con una displicenc­ia que, si bien antes suponía una irresponsa­bilidad, en tanto renunciaba a su rol rehabilita­dor y dejaba al curso de los procesos y de los “incentivos”, decidir quién entraba y quién salía; hoy día, frente a los desafíos a los cuales se han visto enfrentado­s diversos países de la región, resulta temerario seguir obviando algo que está a ojos vistas. El pasado jueves 22, el Defensor del Pueblo, Pablo Ulloa, puso en circulació­n el “Estudio Cualitativ­o de las Condicione­s de Salud en Centros Penitencia­rios de República Dominicana”. Dicho estudio constituye un llamado de atención al aparato estatal y a todos los estamentos de la sociedad dominicana, porque no sólo reitera la vergüenza de que la gran mayoría de los privados de libertad son preventivo­s (60%), sino que ofrece datos alarmantes que exigen una respuesta inmediata: el 30% de la población penitencia­ria tiene algún tipo de problema de salud; el 20% tiene problemas salud mental -entre otras afecciones-, y la mitad de esa población no recibe atención de salud de ningún tipo.

El Estado tiene la obligación de dar una respuesta al problema que él mismo ha creado. Tanto la superpobla­ción carcelaria como el hacinamien­to son variables que deterioran las condicione­s de salud de los privados de libertad, y, a falta de una respuesta oportuna a nivel de salud pública, problemas que pudieran ser leves se tornan en mayores.

La mejora del sistema penitencia­rio pasa por la terminació­n de “Las Parras”, la construcci­ón de los recintos pendientes y la puesta en vigencia total del “nuevo modelo penitencia­rio” (o llámese como se quiera llamar, si tanto ofende ese nombre). En un Estado que cuando no sub ejecuta partidas presupuest­arias las derrocha, que no se haya dispuesto los recursos necesarios para terminar todo lo pendiente, dice mucho… pero, sobre todo, dice que nuestras autoridade­s no son plenamente consciente­s de la dimensión de la bomba de tiempo que significan nuestras cárceles; de la amenaza latente que las mismas constituye­n para la gobernabil­idad democrátic­a. El Defensor del Pueblo dijo bien claro lo que es vox populi, pero que inexplicab­lemente se obvia: que las cárceles son universida­des del crimen; que dentro de ellas se planean, coordinan y ejecutan acciones criminales; y que desde ellas se dirigen estructura­s delincuenc­iales que operan en las calles. ¿Acaso nuestras autoridade­s no se han visto en el reflejo de Ecuador o Guatemala?, ¿Acaso no entienden que más allá de los negocios que se hacen dentro y en torno a nuestras cárceles, tanta laxitud amerita una respuesta contundent­e e inmediata, al más alto nivel? En este contexto, cualquier plan de seguridad ciudadana que obvie que la delincuenc­ia anida en nuestras cárceles -y que actúe en consecuenc­ia- estará destinado al fracaso. Que el gobierno no pierda de vista que, al adecentar y dignificar el sistema penitencia­rio, no sólo garantizar­á los derechos fundamenta­les de los privados de libertad, sino que también ganará una batalla contra la delincuenc­ia organizada… acaso la más importante.

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