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MARÍA FERNANDA GARABITOS LA DOMINICANA QUE VENCIÓ EL ALCOHOLISM­O, APRENDIÓ A MANEJAR TRÁILER EN NY Y DE ESO VIVE

Testimonio. La joven que hoy tiene 27 años, ha pasado todos los trabajos habidos y por haber. Se casó a los 18 años y a los 20 llegó a Estados Unidos. Ahí comenzó su pasión por los camiones, pues junto a su esposo vivía en uno. Se divorció, se refugió en

- MARTA QUÉLIZ

Ella ha hecho rutas hasta de 2,500 millas que le toman hasta tres días para llegar a su destino. No lo ve como un trabajo pesado. María Fernanda Garabitos Báez se deleita, inclusive, hablando de cómo ha transcurri­do su vida encima de un tráiler, “calle arriba y calle abajo”, como se dice en su amada República Dominicana. La distancia más larga que ha recorrido ha sido de 4,000 millas en una semana.

Hasta hace pocos días, vivía en su camión. Hacerlo no le resultó difícil. “Yo me fui de mi casa cuando era una adolescent­e y me casé a los 18 años, allá en mi país, República Dominicana. A los 20 años vine a Estados Unidos con mi esposo, y vivíamos en el tráiler en el que trabajaba. Era algo nuevo para mí y había cosas a las que no me acostumbra­ba. Nos íbamos a un gimnasio a bañarnos. Gracias a Dios, después de un tiempo nos mudamos a una habitación”. Ironía de la vida. Nunca pensó que viviría de este trabajo y que volvería a “residir” en un camión. Pero antes de llegar a este punto, la protagonis­ta de esta historia probó las “verdes y las maduras”. Debía ayudar a su esposo con los gastos y empezó a buscar trabajo. Es una joven hermosa y sabía que tenía potencial para ser modelo o actriz. “Pero no funcionó por más que fui a casting”. No se detuvo. Había que ganar dinero y por eso trabajó en supermerca­dos, vendía ollas y hacía todo lo que estuviera a su alcance para sobrevivir.

Después de cuatro años de matrimonio, se divorció porque la relación no daba para más. Alquiló una habitación, pero cada día todo le resultaba más difícil. “Viví una situación muy grave. Me refugié en el alcohol y el vicio me atrapaba cada vez más. Atravesé por un largo proceso de depresión y de carencias. Había momentos en los que no tenía ni un dólar para comer”. Recordar esta parte la pone triste, pero al mismo tiempo la hace sentir orgullosa de haber tomado la decisión de echar hacia delante. Precisamen­te, ella decidió contar su historia porque entiende que no importa qué tan profundo sea el hoyo en el que hayas caído ante una situación difícil, “decidirte a salir de él es lo que cuenta”. Lo habla con determinac­ión.

La soledad no la venció

María Fernanda está tan satisfecha con lo logrado que no pierde tiempo en decir: “No cambiaría nada de lo que he vivido, porque todo lo que pasamos nos lleva adonde estamos”.

“Es cierto que en esos momentos me sentía sola, y lo sentía con mayor énfasis en Navidad, año nuevo y en mi cumpleaños. Eran fechas en las que estaba trabajando o en esas cuatro paredes. Por eso es que con lo poco que ganaba compraba alcohol y me encerré en ese mundo durante un buen tiempo”. Ante esto guardaba silencio y le decía a su familia que todo estaba bien. Un día dijo: “¡Ya no más!”. Se propuso sacar la CDL, que es la licencia de conducir. En lo que lograba este objetivo, cambió del supermerca­do a una pizzería donde le pagaban mejor. Eso le permitió empezar a ir al gimnasio “y a la gente le gustaba el resultado en mi cuerpo y empecé a entrenar a otros, y mientras juntaba dinero iba estudiando hasta que logré pasar un examen, que es el primer paso para obtener la licencia”. Habló con el señor de la escuela para que le permitiera pagar el curso a plazos. Él dijo que sí. Su hermano Ángel le prestó el dinero. “Me dividía entre los trabajos y el curso, corría de aquí para allá y de allá para acá, gracias a Dios la obtuve. Mi hermano también me ayudó a conseguir un trabajo en los camiones. Dejé la pizzería y de entrenar, y me dediqué a perfeccion­arme en el guía”. Hoy vive de eso y sueña con tener su propia empresa para ayudar a su familia y sobre todo, a niños de escasos recursos de su país.

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