¡Hasta los líderes perdieron la cordura!
ruso Vladimir Putin “hijo de puta” y “loco”.
Putin ripostó de inmediato calificando de “groseras” estas expresiones, mientras el portavoz del Kremlin las atribuía a “un comportamiento propio de un cowboy de Hollywood”.
La saga ha continuado. Esta vez entre fogosos líderes latinoamericanos.
Al triunfar Javier Milei en las elecciones presidenciales de Argentina, el presidente venezolano Nicolás Maduro lo calificó de peligroso “extremista de derecha, absolutamente colonial, arrodillado al imperialismo norteamericano“.
En enero, en otro intercambio de insultos más temprano, Milei había calificado a Maduro como un “socialista empobrecedor”.
Nayib Bukele, de El Salvador, también se fue de bruces al insultar a varios exmandatarios latinoamericanos y al expresidente español José María Aznar, tachándolos de “corruptos, saqueadores y algunos hasta asesinos”, porque se opusieron a su reelección.
Milei, que parece que no baraja pleitos, fue más lejos y llamó a su colega Petro “comunista asesino que está hundiendo a Colombia”, a lo que la Cancillería colombiana le respondió calificando sus declaraciones de “irrespetuosas e irresponsables”.
Ya antes se habían enredado en filípicas de este tipo, cuando Petro lo comparó con Adolfo Hitler y el argentino arremetió contra el socialista, tildándolo de “una basura, un excremento humano“.
Si bien es cierto que estos exabruptos agudizan las tensiones entre países, lo que se impone es que la prudencia, la tolerancia y el respeto sigan siendo las bases del diálogo y la negociación para superar las diferencias.
El ejemplo debe venir desde arriba, por más agudas que puedan ser las disputas de todo tipo, entre ellas ideológicas.
Así se evita que los desacuerdos entre los líderes no lleguen al punto de malograr entendimientos y soluciones entre sus pueblos por las vías diplomáticas.