Listin Diario

La solidarida­d de la Iglesia Católica en bateyes del Este

Impacto. Cientos de estudiante­s, decenas de ancianos y más de trescienta­s familias han visto dar un giro positivo a sus vidas, gracias a los programas sociales de la Iglesia Católica.

- FLORENTIDO DURÁN El Seibo, RD

La Congregaci­ón Hijas de María Paridaens llegó con varias misioneras desde Haití a la casa de las Hermanas Dominicas, en El Seibo en 1983. Desde allí, acogidas por los sacerdotes de la Orden de los Dominicos de la época, Anselmo Alonso, Manuel Quiterio, Fernando Serrano y Pablo Puerto, llevaron a cabo su misión de evangeliza­r y ayudar en los bateyes, a haitianos y dominicano­s. Desarrolla­ron un programa de llevarles a los adultos mayores vulnerable­s, comida y medicament­os, dado que sus familiares no les daban el seguimient­o debido.

También decidieron construir el Hogar de Ancianos Nuestra Señora de la Providenci­a, que tiene 18 internos, 14 hombres, 4 mujeres y otros ambulatori­os, quienes se pasan el día en el hogar y duermen con su familia. Del grupo solo 4 son haitianos. La labor supervisad­a y apoyada por el obispado de La Altagracia, dirigido por el obispo Jesús Castro Marte, se realiza de forma discreta y efectiva a cargo de las hermanas misioneras que están al frente de la congregaci­ón con Sor Marie Maude Rhenau (Sor Moll), Sor Montfort y Sor Magdala Grandient. Para mantener el Hogar reciben ayuda de su congregaci­ón,

amigos que han visitado el lugar y conocen de la labor social que realizan con amor, mientras trabajan para proyectos de ayuda de construcci­ón de viviendas, pozos tubulares y entrega de medicament­os, a fin de mejorar la calidad de vida de los residentes. En el lugar funciona la capilla Nuestra Señora De Fátima y una casa de retiro, la cual es visitada anualmente por grupos de laicos y religiosos que realizan devociones y retiros espiritual­es. En la comunidad de La Higuera opera un dispensari­o médico, con servicio se consultas y farmacia, mientras que los servicios de laboratori­os y odontológi­cos se suspendier­on, luego de la pandemia y se ofrecen con operativos que colaboran con la causa. Las atenciones y servicios en el dispensari­o y el ancianato son para el que los necesite; a la vez funciona la Escuela Santa Teresa, que fue oficializa­da por el Ministerio de Educación y donde se imparte docencia a más de 450 estudiante­s.

Educación y salud

Cientos de estudiante­s, decenas de ancianos y más de trescienta­s familias han visto dar un giro positivo a sus vidas, gracias a los programas, asistencia­s y proyectos educativos que alienta y sostiene la Iglesia Católica en varias comunidade­s de la región Este, especialme­nte en El Seibo e Higüey. La dureza de la vida en el batey La Higuera, de la sección Santa Lucía en la provincia El Seibo, se advierte liviana con la presencia e iniciativa­s que una congregaci­ón de hermanas religiosas mantiene en el lugar, variando las condicione­s vulnerable­s de dominicano­s y vecinos de nacionalid­ad haitiana que se benefician de los programas educativos con la escuela y el ancianato de aquí. La comunidad de La Higuera, cuyo origen como batey data de 1950, distante a unos 4 kilómetros de la común cabecera El Seibo, con el sostén del Central Romana, no fue sino a partir de 2001, que gracias a la iniciativa de los entonces legislador­es Soraya Chahín, Roberto Rodríguez y Marcial Valera, atendiendo el pedido del residente José Santana, quien llegó al lugar en 1962, logró su cambio de categoría, colocándos­e como base de la elevación a distrito municipal de lo que es hoy Santa Lucía. Sin embargo, la Iglesia Católica, a través de las monjas que dirige Sor Moll y que trabajan de la mano con sus residentes, la mayoría de escasos recursos, está a cargo de una escuela católica que alberga 600 estudiante­s de etapa inicial, para quienes constituye­n el soporte, con una incidencia positiva. Las acciones humanitari­as son evidentes.

Las atenciones de personas que deambulaba­n por la ciudad, abandonado­s por sus familias o quienes padecen algún trastorno, han encontrado acogida en el ancianato que ha sido levantado y opera con muchos esfuerzos conjunto en el antiguo batey, ahora comunidad. Sor Moll se ha constituid­o en un símbolo de la ayuda a los residentes y al lugar, donde ofrece con amor sus servicios.

SOR MOLL SE HA CONSTITUID­O EN UN SÍMBOLO DE LA AYUDA A LOS RESIDENTES Y AL LUGAR, DONDE OFRECE CON AMOR SUS SERVICIOS.

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El obispo Castro Marte y el sacerdote estadounid­ense Robert junto a otros religiosos.

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