De Castro a Listín Diario
La carta de Castro se publicó íntegramente en la edición del 29 de abril de 2001 en las páginas de la sección La República, de Listín Diario, y la misma no fue respondida ni por el juez Garzón, ni por la periodista a quien le concedió la entrevista.
EDITOR LECTURAS DE DOMINGO
Miguel Franjul, como director del Listín Diario, acostumbra a recibir correspondencia de diversos mandatarios y personalidades. En esas cartas, los remitentes le expresan gratitud por su deferencia en eventos nacionales e internacionales, y jamás se han entrometido en los asuntos internos del diario. Otros directores del Listín Diario, como Rafael Herrera, Francisco Comarazamy y Rafael Molina Morillo, por ejemplo, también han sido agazajados por mandatarios internacionales, y sus cartas, en tono de respeto y alta consideración, han expresado la importancia del Decano de la Prensa Dominicana en la defensa de la libertad de expresión y el libre fluir de las ideas. Siempre le agradeceré a Miguel Franjul, haber puesto en mis manos una misiva que le dirigiera, a su nombre, el extinto presidente de Cuba, Fidel Castro Ruz.
Corría 2001. La carta, fechada en La Habana el 26 de abril de ese año, respondía a una pregunta de la entrevista publicada en las páginas de la sección La República del Listín, por una entonces periodista de este diario, al juez español Baltazar Garzón. Cito: “¿Se atrevería a enviar a prisión a Fidel Castro?”, a lo que Garzón respondió?
“No puede procederse contra Jefes de Estado que están en activo por cualquier clase de delito y rigen las mismas normas de los tratados de 1969 y de la no responsabilidad de los Jefes de Estado. Solo un tribunal internacional puede hacerlo”. Según dicho cable, Garzón dijo desconocer si Castro se molestó por la detención de Pinochet, pero recordó que el mandatario cubano al termino de una entrevista en España, se marchó unas horas antes de tiempo. La extensa carta del mandatario cubano al Director de Listín Diario no se reproduce en esta columna. No es necesario porque no altera la imagen internacional del diario, ni corre como pelota de fútbol en el campo contrario para que los delanteros intenten un gol a contragolpe. En su momento, fue publicada íntegramente en el periódico y para cualquier duda, puede consultarse en la colección de Listín Diario conservada en el Archivo General de la Nación.
Tampoco se eligen páfarros al azar. No amerita el caso. Nada fuera de contexto se difunde por el respeto al discurso informativo de Listín Diario. Tampoco ayuda situar la época de su escritura. Con solo observar su fecha de emisión, el lector tendrá una idea de las circunstancias internacionales que rodearon dicha respuesta.
Sí se adelanta un dato: Castro había viajado a Oporto, Portugal y después a España. De su parte, el juez ibérico se encontraba de visita en la República Dominicana, cumpliendo una invitación oficial. La carta de Castro no fue respondida ni por el juez, ni por la periodista a quien le concedió la entrevista. Esa edición quedará para la historia de analistas, investigadores o curiosos.
Muchos colegas se asombraron ante la actitud del autor de la carta y la importancia que le daba a una simple pregunta periodistica, cuya autora él nunca mencionó por su nombre, y que tuvo el coraje de preguntarle a Garzón sobre un posible encarcelamiento suyo fuera de su país.
La carta le fue llevada personalmente a Miguel Franjul por el Encargado de Prensa de la embajada de Cuba en Santo Domingo. El director instruyó al personal de no responder aquella advertencia bajo ninguna circunstancia. Se públicó sin faltarle ni una coma. Como Listín Diario publica noticias variopintas todos los días, en poco tiempo se borró aquel acontecimiento y la cotidianidad volvió a ocupar la atención profesional. Sin embargo, tanto en Franjul como en algunos ejecutivos del diario y en el mío propio, quedaron las huellas de aquel suceso que, como escribí antes, pasó sin penas ni glorias.
En 2005 mi madre se fracturó la cadera en La Habana. Ciega como estaba, y sin un pulmón, intentó saltar como liebre encima de su camastro y cayó al piso dentro de la casucha donde residía en el ultramarino poblado habanero de Regla. La operaron ese mismo día en un pabellón de la Quinta Covadonga, en el barria de El Cerro, la misma clínica fundada por mis antepasados españoles, lugar donde ella me trajo al mundo. Me sobresalté y no pensé cómo los ajedrecitas que emplean largos minutos en diseñar su próxima jugada. De inmediato fui a la Embajada de Cuba en Santo Domingo y me entrevisté con el embajador de entonces, Omar Córdoba, con fama de ser un alto funcionario del gobierno. Frente a él solo le dije: “No le tengo que explicar quién soy, porque usted lo debe saber. Solo quiero su garantía para viajar a mi patria y hacer los trámites legales para traer a mi madre a Santo Domingo”. Lo demás ya lo he escrito en otra historia.
Antes de finalizar su misión en la República Dominicana, Omar Córdova visitó Listín Diario. Al siguiente día, hizo lo mismo su encargado de prensa y me pidió que lo acompañara a su vehículo. Abrió el asiento delantero y me entregó una botella de ron Havana Club. El joven diplomático no le estaba pidiendo peras al olmo: “-El señor embajador sabe que usted no bebe, pero al menos, conglatule a su mecánico o a un colega con este presente”.
No he sabido más de Omar Córdova. Algunos aseguran que envejece. Se ha retirado de la diplomacia. No intenté verlo cuando volví a La Habana en 2015 para terminar mi libro sobre los años cubanos del cineasta dominicano Oscar Torres. Ese segundo viaje no transcurrió entre boleros y doblones. Pero tuvo el sabor de seguimientos invisibles y dobles lecturas, igual que la carta de Fidel Castro a Miguel Franjul recibida en su despacho y que, en un gesto de confianza, tuvo la deferencia de mostrarme. Si hoy, veintidos años después, divulgo esta historia no es en busca de asombros. Es para advertir que una gota de agua nunca podrá ser del mar, ni de sus olas salvajes.