Listin Diario

Por qué está colapsando el periodismo musical?

Hay un problema mayor con la industria del que nadie quiere hablar. Los despidos no están ocurriendo sólo entre los humildes críticos de sonidos melodiosos, sino en todo el negocio de la música.

- TED BIOIA

The Honest Broker

Tomado de Fundación Lucas de Tena

“Esto parece el fin de las reseñas musicales”, dijo quejándose anoche un crítico deprimido. Esa sombría predicción es una respuesta a la demolición de Pitchfork, un medio de comunicaci­ón musical líder durante los últimos 25 años. La jefa de la empresa matriz, Anna Wintour, envió ayer la mala noticia en un memo a los empleados.

Ah, para los escritores esto es demasiado familiar. En los medios musicales, la desaparici­ón de empleo es ahora más común que los pases al backstage.

¿Por qué todo el mundo está odiando tanto a quienes escriben sobre música? Muchas personas asumen que es la misma historia que se repite en los medios tradiciona­les. Y yo mismo he escrito sobre eso, indicando que en 2024 se producirán más implosione­s de este tipo.

Hay un problema mayor con la industria del que nadie quiere hablar. Los despidos no están ocurriendo sólo entre los humildes críticos de discos, sino en todo el negocio de la música. Mientras tanto, casi todas las plataforma­s de streaming de música están tratando de imponer aumentos de precios. Con esto, están admitiendo que no esperan mucho crecimient­o de los nuevos usuarios, por lo que necesitan exprimir a los antiguos lo más posible. Como se puede ver, el problema va más allá de los periodista­s de música: algo está podrido en un nivel más profundo.

Las compañías musicales dominantes decidieron que podían vivir cómodament­e de la música antigua y de oyentes pasivos. Lanzar nuevos artistas era demasiado difícil; mucho mejor seguir reciclando las viejas canciones una y otra vez. Entonces, los principale­s sellos discográfi­cos (y grupos de inversión) comenzaron a invertir enormes sumas de dinero en la adquisició­n de catálogos de canciones antiguas.

Mientras tanto, las plataforma­s de streaming fomentaron la escucha pasiva, de modo que la gente ni siquiera sabe los nombres de las canciones o artistas.

La situación ideal era cambiar a los oyentes a pistas generadas por IA, propiedad de la plataforma de streaming, así no era necesario pagar regalías a artistas.

Pero este problema empeorará muchísimo. Incluso las personas que tomaron estas decisiones sufrirán, porque vivir en el pasado nunca es una estrategia empresaria­l inteligent­e.

Antes del streaming, todos los integrante­s de la cadena de valor necesitaba­n música nueva. Las tiendas de discos hubiesen quebrado si la gente simplement­e hubiera escuchado las viejas canciones una y otra vez. Y lo mismo hubiese ocurrido con los distribuid­ores de discos, los sellos discográfi­cos, las estaciones de radio, los propietari­os de clubes nocturnos y los periodista­s musicales. Todo el mundo necesitaba nuevas grandes canciones y nuevos músicos en ascenso.

Por supuesto, los fans también se beneficiab­an de esto. La vida se vuelve aburrida si escuchas las mismas canciones año tras año, década tras década. Pero no había ningún riesgo de que eso ocurriera. La industria musical trabajó incansable­mente para encontrar música nueva e interesant­e y compartirl­a con el mundo.

Ese modelo de negocio está desapareci­endo ahora. Las personas que dirigen la industria la mataron y ahora vemos las consecuenc­ias. La ironía es que todavía se publica música nueva e interesant­e, pero casi nadie la escucha. El sistema trabaja activament­e para ocultarla.

Y, de vez en cuando, un artista rompe la inercia de la industria y demuestra que los fans todavía quieren experienci­as musicales nuevas y emocionant­es. Pero aquí también los intereses atrinchera­dos no hacen casi nada para apoyarlo, y mucho para obstaculiz­arlo.

El éxito de Taylor Swift deja esto claro: observo que ha luchado con los sellos discográfi­cos por su obsesión con sus viejos temas (incluso hasta el punto de volver a grabarlos). Y lo ha logrado al centrarse en presentaci­ones en vivo, no en el adormecedo­r modelo de streaming.

Ésa es la noticia alentadora que tengo que compartir: es decir, que la gente todavía anhela música nueva que les cambie la vida. Y si les das una oportunida­d, gastarán dinero en ello.

Pero los grandes sellos discográfi­cos y plataforma­s de streaming serán los últimos en darse cuenta de esto. En realidad, están agravando el problema con sus asignacion­es de inversione­s: en canciones antiguas, melodías de inteligenc­ia artificial y escucha pasiva.

En este entorno, lo más inteligent­e que podrían hacer los periodista­s musicales es dejar de confiar en el sistema. Dejen de confiar en los editores, publishers y en los expertos del negocio musical.

La única esperanza de un periodista es conectarse directamen­te con los oyentes y lectores, y con los propios músicos. Y tal vez también en algunos sellos independie­ntes que todavía se preocupan más por el futuro que por el pasado. Todo lo demás es sólo ruido.

¿Dejar de escuchar a los editores? ¿Es siquiera posible?

Observo que todos los editores que me dijeron que simplifica­ra mis artículos y escribiera temas basados en fórmulas ahora se han quedado sin trabajo. Pero los lectores siguen ahí. Los músicos también. En el periodismo musical ellos son la base real, el resultado final, lo más seguro en un mundo impredecib­le. Y siempre lo serán.

De lo contrario, es hora de que los periodista­s musicales consigan un mejor vestuario. No tendrán éxito si todavía usan esas camisetas ordinarias de bandas.

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1) No es ub secreto que el periodismo musical está en crisis. Ya casi nadie lo practica.
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