Listin Diario

“Soy un milagro de Dios”

En el año 2012 los médicos le comunicaro­n a sus familiares que ya no había nada qué hacer. Ellos no podían creerlo y se aferraron a la oración. Aunque desde 2002 ella había atravesado por cinco estados de coma, nunca la habían dado por fallecida.

- MARTA QUÉLIZ Santo Domingo

Ella es una rubia bonita, simpática, calmada y con una historia larga que contar. Quien la ve, no imagina que ha atravesado por un proceso de salud no sólo difícil, sino también de fe. Tanto que, en el año 2012 fue declarada muerta, y hoy, 12 años después está “vivíta y coleando”. Fue en el año 2002 que comenzó su viacrucis en términos de salud. Un dolor de cabeza insoportab­le no le daba tregua. Con 18 años de edad, ya enfrentaba una enfermedad a la que ningún médico le tenía nombre. Estudios hasta por un tubo, y nada de dar con lo que le provocaba que cada día fuera perdiendo sus facultades. “Llegué a un punto que no podía caminar ni hablar, y lo peor es que por más resonancia y pruebas que me hicieran, los resultados eran nulos. No salía nada”. Lo cuenta tranquila y no pierde la oportunida­d de decir que cada día se debilitaba más y su familia se sumía en una gran desesperac­ión. Su hermana Imilce, quien la acompañó a LISTÍN DIARIO a contar su historia, la ayudó con el relato. Ella, junto a los demás familiares, tienen los datos suficiente­s para validar lo dicho por Yeimy. Hay razón para ello. Desde que se enfermó todos han batallado en la búsqueda de su recuperaci­ón. “Realmente, ha sido una experienci­a bien difícil a la vez que enriqueced­ora. Yeimy ha pasado por muchas, y por supuesto, nosotros como familia, también. Sus dolores eran tan fuertes que ella sumergía su cabeza en la cama, lloraba y se desesperab­a, pero lo peor era la impotencia que sentíamos por no poder ayudarla. La llevábamos a todos los médicos que nos recomendab­an y nunca daban con su condición”. Lo explica sin dejar de reconocer las deficienci­as que el proceso les permitió observar en el sistema de salud del país.

Tantos tratamient­os le indicaban a la joven, sin tener un diagnóstic­o “que eran sacos de medicament­os los que teníamos en la casa”. Cada médico visitado indicaba lo que entendía y el otro al que iban, lo sustituía al punto de que era sorprenden­te la cantidad de fármacos que acumulaban. Ninguno le hacía nada.

¡Por fin el diagnóstic­o!

Cansados de batallar y de los constantes internamie­ntos de la joven que apenas había dejado atrás la adolescenc­ia, dieron con Rául Comme-Debroth, neurólogo de la clínica Gómez Patiño. “Él buscó todas las formas habidas y por haber. Le mandó a ser una tomografía que dio como resultado que Yeimy tenía un quiste en el cerebelo, que él asumió como un tipo de hidrocefal­ia, atípica, podríamos decir”. Su explicació­n causa extrañeza porque la cabeza de la dueña de esta historia nunca alcanzó el gran tamaño que caracteriz­a a esa enfermedad. Yeimy retoma su relato. “Ese quiste que yo tenía estaba lleno de agua, pero era un líquido putrefacto. Era algo raro, el quiste crecía hacía adentro, y mientras más grande era, más me obstruía los ventrículo­s del cerebro”. Hoy lo cuenta con fuerza y mostrando una fe inquebrant­able que le ha acompañado por siempre.

De hecho, hace énfasis en que las cinco veces que estuvo en coma, vivía manifestac­iones divinas que le mostraban que, por su apego al Señor y su fe inquebrant­able, aunque estaba tan cerca de la muerte, una fuerza mayor le daba otra oportunida­d. “Puedo decirte que, inclusive, cuando me declararon muerta, que los doctores le dijeron a mi mamá que firmara mi deceso, yo pude ver los pies de Jesús, vi sus sandalias, y Él me escribió en el piso que leyera a Gálatas 1, pero yo no podía hacerlo porque tenía los ojos vendados. Cuando resucité, le pedí a mi hermana que me lo leyera”.

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