Listin Diario

Es residente dominicana

A esta hermosa mujer no le avergüenza que la gente sepa todos los trabajos que ha pasado desde que, en 1999 vivió un bombardeo en su país, situación que dos años más tarde, a los 14, la trajo a residir aquí donde tantas veces se ha caído y se ha vuelto a

- MARTA QUÉLIZ Santo Domingo

Desde que llegó, a las 9:00 de la mañana a la Recepción de LISTÍN DIARIO, Ivana Gavrilovic dejó saber que es una mujer puntual. Muy bien puesta, con un vestido verde con crema, unos accesorios dorados y un maquillaje que resaltaba su belleza. Saludó muy simpática y no perdió tiempo en contar su historia sin tapujos.

“Yo no vengo de Serbia, yo soy de Serbia”. Eso aclaró ante la confusión que percibió que había con respecto a su origen. Es que al escucharla hablar no hay quien diga que no es dominicana, salvo cuando dice su apellido. Pero bien, el tiempo era corto y su historia muy larga. Había que entrar en materia. ¿Y cómo llegas a República Dominicana siendo de un país tan lejano? “En 1999, yo con 12 años, viví en carne propia lo que es un bombardeo. Es una experienci­a muy amarga, estar entre escombros, refugios y siendo testigo de una guerra”. Aunque escucharla despierta tristeza, ya ella trata el tema como prueba superada.

Pero antes de llegar a esta desgarrado­ra parte de su vida, Ivana traía en su corazón el dolor de haber perdido a su padre cuando tenía cinco años. “Mi papá, con tan sólo 35 años, se suicidó. Nunca supe donde lo habían enterrado y, muchos años después, en un viaje que hice a Serbia, fue que pude conocer su tumba”. Cuando habló de esto, fue de las pocas veces que sus ojos perdieron el brillo, pero lo recuperó al instante. Los golpes que le ha dado la vida le han puesto una coraza para hacer frente, inclusive a los recuerdos que guarda en su natal país. te país? Se le cuestionó. “Era uno de los que estaba en la lista para refugiados y también mi madre conocía a alguien aquí”. En ese entonces, lo único que querían era estar seguros y alejados de la guerra.

Su mamá, a quien en más de una ocasión durante la entrevista, dijo que es el centro de su vida, trató de poner un negocio aquí cuando ya estaban instalados. “Pero como a los tres meses, la estafaron y quedamos sin nada. Recuerdo que la caja de una estufa que ella había comprado, se convirtió en nuestra cama por varios meses”. Es difícil imaginar esa situación. Prosigue: “Nunca voy a olvidar que, por las ventanas, los vecinos nos veían pasar trabajo, y muchas veces nos daban comida. Era algo muy difícil, no sabíamos el idioma y por seña tratábamos de entender. Recuerdo que había una señora que me llevaba a su casa, con ella aprendí a fregar, a comer locrio y a conocer lo que es un fiao”. Al decir esto sonríe y le añade alegría a una cita tan triste. Tomar agua y de vez en cuando un trozo de pan, se convirtió en el desayuno, almuerzo y cena de ella, su mamá y su hermano. Nunca imaginó que alguien podía pasar tanto trabajo en la vida, y más cuando acababas de salir prácticame­nte “corriendo” de un país en guerra.

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