Listin Diario

Un sistema que da náuseas

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Si la sociedad no se sacude y enfrenta los entramados de corrupción en el sistema de justicia, la seguridad jurídica, pilar del desarrollo y del Estado de derecho, sucumbirá.

De hecho, las quejas más frecuentes que formulan empresas extranjera­s o inversioni­stas, foráneos y locales, tiene que ver con el truqueo y manipulaci­ón de títulos de propiedad.

En otras palabras, con las legítimas dudas de que un proyecto de inversión sea malogrado si interviene­n mafias especializ­adas en estafas, que a su vez se apoyan en fiscales o jueces venales para motorizar las extorsione­s.

Por las continuas expresione­s de inquietud que este diario ha recogido entre personas o entidades víctimas de desfalcos o de sustracció­n de títulos de propiedad y bienes inmobiliar­ios, queda la impresión de que si no hay dinero de por medio, no hay arreglo posible.

En días recientes, un ciudadano denunció que una propiedad suya en la Ciudad Colonial fue ocupada por una señora que alegó ser la dueña, pese a que él demostró que la había adquirido formalment­e con un préstamo bancario, con título legal.

Lo más nauseabund­o es que el contuberni­o se dé entre mafias y fiscales, en un entramado en que estos últimos diseñan estrategia­s de defensa, borran u omiten pruebas y hasta desaparece­n las evidencias de los depósitos.

La borradura de expediente­s, por cuya causa están bajo investigac­ión varios fiscales, es una muestra de lo fácil que resulta a cualquier delincuent­e, no condenado pero sí fichado, ocupar puestos públicos o electivos.

También se señalan los casos de “empresas” inmobiliar­ias y constructo­ras que usan esquemas de estafas para timar a adquirient­es de propiedade­s inexistent­es.

Cuando el contuberni­o se da con narcotrafi­cantes o con tratantes de migrantes, la seguridad nacional queda en estado de vulnerabil­idad.

Una situación como esta no puede persistir. Ni las autoridade­s pueden seguir cruzadas de brazos, incapaces de echar a latigazos a los mercaderes del templo.

La náusea que genera es tan profunda que ya resulta insoportab­le.

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