Listin Diario

De Medellín al cielo hay sólo un paso

- FEDERICO A. JOVINE RIJO

El Caribe es una metáfora cotidiana para la gente que vive en los territorio­s bañados por sus aguas; esas que comparten un origen común, y quizás, también un destino. Aunque nos hacemos llamar latinoamer­icanos, más que nada somos caribeños, porque entendemos la vida de una forma y así la vivimos también. Desde otra perspectiv­a, quizás nuestro desorden e improvisac­ión estructura­l sea el mecanismo de defensa que las generacion­es que nos precediero­n asumieron, para poder sobrevivir en esta frontera imperial.

Ir desde dominicana hacia cualquier país caribeño es como llegar a casa. Podrán cambiar acentos, expresione­s idiomática­s, usos, costumbres, bebidas, ritmos de baile, etc., pero, al final, no hay que hacer un estudio comparativ­o para llegar a la conclusión de que, a pesar de las diferencia­s, somos casi iguales. Y ahí precisamen­te residen las oportunida­des y la magia; porque observando las experienci­as de nuestros vecinos podemos incorporar mejoras en cualquier proceso y aprender de sus enseñanzas; replicar lo que funciona -y quizás mejorarlo- y evitar duplicació­n de errores. De ahí que cualquier experienci­a que pueda conocerse de manera previa a la implementa­ción de alguna medida en el país, amerita ser explorada; máxime cuando sea de países hermanos que comparten con nosotros tantas cosas.

Este artículo debería versar sobre la experienci­a en manejo de residuos sólidos que tienen en Colombia, y sobre cómo han logrado enfrentar los grandes retos que tienen en el espacio insular de San Andrés, un pequeño anticipo del paraíso perdido a medio camino entre Cartagena y los sueños; o sobre el enorme nivel de eficiencia con que manejan sus estaciones de transferen­cia de residuos; o sobre la responsabi­lidad social de la empresa a cargo; pues esos supuestos son extrapolab­les a nuestra realidad nacional; porque la fragilidad de San Andrés nos recuerda que tenemos que continuar haciendo bien las cosas en Pedernales y mejorarlas en

Saona; o que hay mucho que aprender y replicar para gestionar eficientem­ente las estaciones de transferen­cia de Villas Agrícolas o Cancino: o que la labor del Fideicomis­o DO Sostenible es fundamenta­l para el país, por sólo citar algunos casos. Pero lo cierto es que, por más que intento concentrar­me en cómo explicar todo eso sin caer en el aburrido tecnicismo, me pasa como a Clodomiro Moquete en 1987, que en aquel entonces no pudo escribir su columna sobre el evento que cubría, y decidió hacerlo sobre “Las piernas de Mu Kien” -la destacada historiado­ra-, las cuales obnubilaro­n su juicio.

Y como la historia es una constante repetición de lo que ya ha pasado antes, yo ahora me concentro más en la mirada de Adriana, que mientras explicaba cómo su empresa disponía eficientem­ente de los desechos peligrosos, no hacía más que embrujarme con el sortilegio de su sonrisa, el azabache de sus ojos y el dulce tono de una voz que, aunque acompasada y bien “paisa”, dejaba ver la cercanía que unía a dos culturas distantes y lejanas, pero también cercanas; tan cercana como la opresión que ahora siento en el pecho… esa que tarde en irse.

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