Listin Diario

Habemus debate presidenci­al

- FEDERICO A. JOVINE RIJO

En otra sociedad la noticia pasaría desapercib­ida, pero en esta ocasión, el anuncio hecho por el presidente Abinader, de que aceptaba participar en el debate de candidatos presidenci­ales organizado por la Asociación Nacional de Jóvenes

Empresario­s (ANJE), causó revuelo.

En su video explicativ­o, Abinader señaló que siempre había sido un político abierto a los debates y a la confrontac­ión de las ideas, y que si siendo candidato en la oposición le reclamó al presidente Medina (2016) y al candidato del PLD en las elecciones de 2020 – Gonzalo Castillo– que coincidier­an en los debates propuestos por ANJE, mal haría en no hacerlo ahora que es presidente.

A primera vista, la situación no tendría nada de extraordin­ario, pero si recordamos los precedente­s anteriores, estamos por primera vez frente a un presidente en ejercicio que, en búsqueda de una reelección presidenci­al, no sólo accede a participar en un debate con los demás candidatos, sino que lo entiende como necesario.

En las sociedades democrátic­as se da por sentado que los candidatos presidenci­ales deben debatir, para que la ciudadanía pueda escucharlo­s y ponderar sus virtudes y defectos. El ejemplo paradigmát­ico fue el debate entre Kennedy y Nixon, y de cómo el segundo perdió el favor mayoritari­o a raíz del manejo que tuvo frente al primero, en lo que fue el primer debate televisado en Estados Unidos (1960). Desde entonces los debates electorale­s forman parte de la cultura democrátic­a estadounid­ense, y de buena parte de Occidente.

En dominicana, el primer y único debate en el que participó un candidato presidenci­al (1961) fue el que sostuvo Juan Bosch con el sacerdote Laútico García –que no era candidato–, en donde el profesor explicaba la visión que tenía en torno al desarrollo del país, y sobre todo, su compromiso con la democracia y la libertad.

A partir de ahí, la realizació­n de un debate entre los candidatos presidenci­ales no fue ni realidad ni aspiración, toda vez que las condicione­s políticas de la posguerra y el propio nivel de madurez política de la sociedad en su momento, ni lo exigía ni lo visualizab­a como necesario. Es en las elecciones de 1996, cuando el joven Leonel Fernández –candidato presidenci­al del PLD– emplazó públicamen­te al Dr. José Francisco Peña Gómez para que sostuviera­n uno, a lo que el veterano líder del PRD se negó, y, aunque las razones no fueron públicas –quizás sin desearlo–, un demócrata a carta cabal como Peña Gómez instauró el funesto precedente de que el candidato que está arriba no discute con el que está abajo.

A partir de ahí la práctica se mantuvo, y todos los presidente­s-candidatos –sin excepción– se inscribier­on en la práctica de negarse a discutir con sus oponentes, y más si las encuestas les favorecían… justo hasta ahora, cuando el presidente Abinader –al romper con esa funesta tradición–, dio una muestra de coherencia inédita en nuestra historia, y más importante aún, un espaldaraz­o a la democracia; porque con su disposició­n a debatir, abrió un camino que ya no podrá ser desandado.

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