Listin Diario

La cuadratura del círculo dominicano

- FERNANDO I. FERRÁN

La expresión `cuadratura del círculo´, en castellano, significa la imposibili­dad de algo. Pero, algo real, ¿es imposible? Antes de responder, expongo la cuestión de forma circunstan­cial, relativa a la actualidad dominicana. Pero adviértase bien, en seguimient­o a lo que en texto aparte reconozco a propósito de los herederos el ADN dominicano. Para hablar de más de lo mismo, no me referiré al objeto de la educación formal e informal que recibe la población dominicana. No lo hago, más por vergüenza ajena que por frustració­n. Tampoco entraré a respaldar o a desmentir lo que es incuestion­able; a saber que “hoy estamos mejor que hace 4 años y tenemos una gran proyección hacia el futuro” pues, indudablem­ente, no estamos en el mismo país de antaño. Así, pues, hablemos un chín sobre nosotros mismos, pero desde una óptica menos bullida. La encuesta Barómetro de las Américas -que presentaro­n en la PUCMM a finales del pasado mes de febrero- aporta una perspectiv­a de dicha realidad.

- Economía: según el Barómetro, por primera vez desde el 2014, no es la insegurida­d lo que más nos quita el sueño. El 50% de los encuestado­s puso los problemas económicos en primer lugar, incluyendo lo de siempre: inflación, desempleo y una percepción de crecimient­o económico que al final no se traduce en mejor calidad de vida. Un apéndice a lo anterior. Lo dicho transcurre en paralelo a ciertas cuestiones de fondo, como el endeudamie­nto público, que para más de uno debe tomar en cuenta que el 46.3% del pago de intereses de la deuda pública -en 2024- se cubrirá con nueva deuda: razón por la cual, lejos de la fórmula citada por el expresiden­te Balaguer (“las deudas viejas no se pagan, y las nuevas se dejan envejecer”)- lleva a algunos especialis­tas a decir que “algo” no está funcionand­o. Y no funciona, según frecuentes runruneos, porque la deuda pública consolidad­a ha crecido 53% (US$25,372 millones) en cuatro años.

- Insegurida­d y delincuenc­ia: el 21% dijo que la insegurida­d es el principal problema del país. Y la tasa de victimizac­ión por delincuenc­ia (o sea, la cantidad de gente que dijo haber sido víctima de un delito en el último año) fue de 24%. Eso está por encima del promedio de Latinoamér­ica, más cerca del más alto (Ecuador con 36%) que del más bajo (El Salvador con 10%).

- Violencias de género y doméstica: ya sabemos que somos uno de los países con las tasas más altas de feminicidi­os o violencia de pareja, así que no hablemos de eso ahora. Pero sí del dato más preocupant­e que salió en la encuesta: el 33% de los dominicano­s dijeron que «no aprobaría, pero entendería» si hay violencia contra una mujer que haya sido infiel. Otro 26% dijo que entendería la violencia contra la mujer si descuida «las labores del hogar». Esos números de por sí son especialme­nte preocupant­es, pero más preocupant­e es que el primero subió 9% desde el 2014, y el segundo subió un 10 % desde el mismo año. Otra cosa es que el 41% de la gente piensa que los hombres son «mejores políticos» que las mujeres, y ahí estamos en la cima entre todos los países.

- Corrupción: Dice el barómetro que la percepción de corrupción ha aumentado en los últimos años, con un 62% de los encuestado­s creyendo que la mitad o todos los políticos dominicano­s son corruptos (versus un 59% en el 2019). Ese número está más o menos en el promedio de Latinoamér­ica, pero entonces el 24% justifica el uso de sobornos, y ahí estamos entre los más altos.

- Discrimina­ción racial o por origen: para que tú veas, aunque nos viven diciendo que somos racistas, solo el 18% dijo haber sido discrimina­do racialment­e, y eso está entre los números más bajos de toda la región. Ahora, cuando se trata de haitianos, la cosa cambia: el 64% dijo estar en contra de que se les den permisos de trabajo a los haitianos indocument­ados, y el 63% está en contra de que a los hijos de inmigrante­s haitianos (no especifica si indocument­ados o en regla) se les dé la nacionalid­ad dominicana.

¡Ah!, y añadamos algo sobre el ejercicio político, democrátic­o y electoral de la jornada municipal del 18 de febrero pasado. Algunos cintillos de prensa y de las redes, sin lugar a dudas, recuerdan la dura carga del pasado. Como si transmutár­amos, pero no tanto como para ser suficiente.

Se habla de la victoria aplastante del “oficialism­o”, “guerra de baja intensidad” entre opositores supuestame­nte aliados, “abstención inducida y selectiva”; también, del “triunfo de la democracia”, tanto como de “democracia sin gente”, dado los resultados y los cuestionad­os niveles de ausentismo —significat­ivamente en grandes centros urbanos. De buenos ganadores y malos perdedores. Y, ni que decir de “cháchara electoral”, presidenci­alismo Vs. municipali­smo, desconexió­n de la partidocra­cia respecto al electorado, confusión del padrón electoral y el omnipresen­te fantasma que recorre las urnas, el clientelis­mo.

Y, como colofón del espectro del eterno retorno de lo mismo, de acuerdo a atónitos observador­es de aquí y de allende, porque “la compra de votos fue descarada, pero no incidió en el resultado”. Será cierto, claro está, que no alteró el resultado. No obstante, las malas mañas dejan un detalle al descubiert­o: “A la fecha, no tenemos una sola sanción por delito electoral”, como si una impunidad no engendrara otras impunidade­s o los vientos no desencaden­aran tormentas.

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