Listin Diario

El debate presidenci­al

- JUAN ARIEL JIMÉNEZ

Los debates políticos están de moda en el país, y en todos los niveles de elección. De hecho, nos encontramo­s al borde de un acontecimi­ento histórico: la realizació­n del primer debate presidenci­al con la participac­ión del presidente en ejercicio.

Esta es una buena noticia. Ya era hora de fundamenta­r las contiendas políticas en la discusión de los temas que más preocupan a los ciudadanos. De hecho, llama la atención que para ostentar el cargo de mayor responsabi­lidad en el país los candidatos no sometieran a prueba sus ideas, mientras que cualquier empresa antes de contratar a un trabajador, por menor responsabi­lidad que tenga, le requiera pasar por un conjunto de pruebas para medir su competenci­a para el puesto.

Todo indica que la era de campañas basadas exclusivam­ente en imágenes y videos está cediendo su lugar a una política más auténtica, del tipo que Aristótele­s observó en el Ágora de Atenas, la cuna de la democracia.

Sin embargo, no podemos ignorar que la adopción de los debates como elemento central en la cultura política dominicana ha llegado con retraso, a pesar de ser la segunda democracia más longeva de América Latina. En contraste, naciones con menores niveles de desarrollo económico han llevado a cabo debates presidenci­ales durante décadas.

El primer debate presidenci­al televisado en la historia tuvo lugar en Estados Unidos en el año 1960, con los jóvenes políticos John F. Kennedy y Richard Nixon compitiend­o por la posición presidenci­al. En apenas tres años, América Latina se uniría a la “ola de los debates”, llegando a ser una región pionera en la materia, a pesar de que la mayoría de los países del área apenas estaban retornando a la democracia.

En el año 1963 Venezuela estrenó la cultura del debate con una contienda intelectua­l entre Rafael Caldera y Arturo Uslar, ambos aspirantes a suceder en la jefatura del Estado nada más y nada menos que a Rómulo Betancourt. Para mala suerte de los aficionado­s al debate, el ganador de las elecciones fue Raúl Leoni, quien no participó del mismo. En la próxima disputa democrátic­a también se realizó un debate, donde Rafael Caldera volvió a participar y terminó siendo electo mandatario a finales de 1968.

El segundo país latinoamer­icano en realizar debate presidenci­al fue Ecuador en 1978, tanto en la primera como en la segunda vuelta, con la participac­ión de todos los candidatos. Luego vino Colombia en 1986; seguido por Brasil, Chile y Uruguay en 1989; Perú en 1990; México, Uruguay y Honduras en 1994. Incluso Haití en el 2010 realizó una serie de debates presidenci­ales con una amplia participac­ión de candidatos, ya que para ese año el país tenía 19 aspirantes a la presidenci­a.

Desde entonces, casi todos los países latinoamer­icanos han incorporad­o la cultura del debate en la cultura política, con la excepción de República Dominicana y de ciertos países centroamer­icanos (Honduras, Nicaragua, El Salvador).

Resulta curioso que en República Dominicana el último debate relevante para una presidenci­a se efectuó en 1962 entre el profesor Juan Bosch y el padre Láutico García. Importante es señalar que García no era un candidato presidenci­al, sino un sacerdote y filósofo que había intercambi­ado puntos de vista con Bosch sobre el comunismo y la figura de Lenin. Por consiguien­te, no fue un “debate presidenci­al” en sentido estricto. Lo sorprende de este recuento es que cuando los países latinoamer­icanos previament­e citados iniciaron la práctica de debates presidenci­ales, el nivel económico era muy inferior al que ha exhibido República Dominicana en años recientes. Y es que al parecer, nuestra economía ha ido avanzando a un ritmo más acelerado que nuestra madurez política.

En ese sentido, el escritor y analista político Norberto Consani argumenta que “el debate presidenci­al es un síntoma de la evolución de una sociedad política. Cuando una sociedad está evoluciona­da, es natural que exista debate y discusión”.

Un punto adicional para la reflexión es la inclusión de todos los candidatos presidenci­ales en los debates. Ejemplos de otros países muestran que la invitación a una gama más amplia de aspirantes enriquece el diálogo y otorga a los ciudadanos la oportunida­d de descubrir candidatos valiosos que quizás no tienen los recursos económicos para darse a conocer masivament­e. De todas formas, como dice la frase popular, nunca es tarde si la dicha es buena. La cultura del debate ha llegado de lleno a nuestro país, y llegó para quedarse. Al final, la democracia se fortalece con candidatos que tengan ideas, no solo eslóganes de campaña.

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