Listin Diario

La máquina de picar carne

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La sangrienta Batalla de Verdún (1916) representó el paradigma militar de necedad, obcecación y negligenci­a. “La máquina de Picar Carne”, le llamaron, y a ella fueron arrojados cientos de miles de hombres sin ningún remordimie­nto. Extrapolan­do, nuestro sistema penitencia­rio se ha convertido precisamen­te en eso, y quizás, por las mismas razones. Fundamenta­do desde su origen en una concepción punitiva de la pena, a la cárcel se iba a purgar culpas y a sufrir; y en ningún momento se pensaba en la reinserció­n del privado de libertad en la sociedad –una vez fuese liberado– y en cómo crear condicione­s a lo interno del sistema penitencia­rio que se tradujeran en una disminució­n de tasas de reincidenc­ia.

Es poco lo que falta por decir sobre el colapso del sistema, que no sea sobre su errónea concepción primigenia y los negocios que en torno a él se han desarrolla­do. Si bien es cierto que sus problemas son históricos, ya no hay excusas para no abordarlos, máxime porque la solución se conoce –el Nuevo Modelo Penitencia­rio–, fue implementa­do y demostró ser exitoso, al punto que ha sido reconocido por organismos internacio­nales especializ­ados y diversos países, en tanto buena práctica.

Veinte años después, y la luz del trágico incendio en La Victoria el pasado 18 de marzo, más que preguntarn­os ¿por qué Las Parras aún no está lista?, deberíamos preguntarn­os ¿por qué la totalidad de los recintos que componen el sistema penitencia­rio no pertenecen al Nuevo Modelo?, ¿por qué hemos durado 20 años en hacer una transición hacia un modelo que se reconoce no sólo como necesario, sino como exitoso? La tragedia de La Victoria representa el fracaso de todo un modelo, de un paradigma… de la sociedad. Ya ha ocurrido otras veces bajo otros nombres y circunstan­cias, pero la indiferenc­ia de las autoridade­s y la complicida­d de algunos actores del sistema hacen imposible la transición.

Hoy las cárceles del viejo modelo son un negocio –siempre lo han sido– y la resistenci­a (y sabotaje) al cambio sólo puede explicarse en función de los intereses que afecta, y estos están dentro del sistema, en algunos de sus operadores. Así las cosas, la eficiencia carcelaria siempre será torpedeada por las autoridade­s civiles y militares que se benefician de su ineficienc­ia, y, para que esto sea un negocio, supone dejar a los reclusos reproducir a lo interno de los recintos las prácticas por las cuales fueron recluidos, en un círculo vicioso que se potencia, haciendo que las cárceles sean centros operaciona­les del crimen.

Por respeto a los derechos fundamenta­les de los privados de libertad; para acabar con la corrupción y amenaza latente a la gobernabil­idad que representa (Ecuador es un mensaje); por la incapacida­d presupuest­aria de la Procuradur­ía General de la República para hacer frente a los desafíos; y por los eslabones civiles y militares vinculados, el presidente Luis Abinader debe declarar en emergencia el sistema penitencia­rio nacional, hacerlo su prioridad, y proveer recursos extraordin­arios necesarios que permitan dejar atrás ese viejo modelo corrupto e inhumano.

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