La España de ayer
En realidad la única potencia que salía gran vencedora de aquel enorme desparrame era Inglaterra, crecida en el mar, muy arrogante y chula.
AQUELLO FUE UN TERREMOTO POLÍTICO QUE SACUDIÓ EUROPA Y LIÓ UN CARAJAL DE TAMAÑO XL QUE DURÓ DOCE AÑOS Y SE ACABÓ LLAMANDO GUERRA DE SUCESIÓN
ESPAÑOLA
Fue entonces (1704) cuando Inglaterra, aprovechándose del caos reinante, se apoderó de Gibraltar (y ahí sigue, sin soltarlo hasta ahora). Al principio las cosas le fueron bien a la alianza pro-austríaca, que le rompió los cuernos a Luis XIV en varias batallas (Oudenarde y Malplaquet, entre otras). Y tenían al abuelo a punto de caramelo para pedir la paz cuando se pasaron de listos enviando tropas a España, para echar de allí al pretendiente don Felipe, que se defendía como gato panza arriba (batallas de Almansa, Brihuega y Villaviciosa). Eso cabreó mucho a su abuelo, que reavivó la guerra, esta vez con mayor fortuna. En Austria había un emperador nuevo, Carlos VI (Leopoldo I había muerto, y también su sucesor, José I), y de éste ingleses y holandeses se fiaban menos que de los antecesores; así que sin contar mucho con él negociaron una paz con Francia que fraguó en el famoso Tratado de Utrecht (1714), por el que el nieto de Luis XIV era aceptado como rey de España y de sus territorios ultramarinos a cambio de renunciar a cualquier derecho de sucesión al trono franchute. Fue así como, con el que a partir de entonces sería llamado Felipe V (el número VI es el que tenemos ahora), en España se instaló para un rato largo la dinastía de la casa de Borbón; que, con vicisitudes varias en los siguientes tres siglos, reina todavía. Para cerrar la boca a los austríacos después de haberles hecho tragarse el sapo se les dio una compensación (seguro que lo adivinan ustedes) a costa de posesiones españolas, que no era ninguna tontería: Bélgica, Cerdeña, Milán y Nápoles. Sicilia la trincó el duque de Saboya, Holanda se quedó con varios establecimientos coloniales e Inglaterra con importantes territorios de América, además de Gibraltar y Menorca. Lo de Utrecht quedó ratificado poco después por la llamada Paz de Rastatt; y aunque Francia se había dejado muchos pelos en la gatera militar y mucha influencia por los suelos, todos quedaron más o menos contentos, felices como perdices o con cara de estarlo. Menos la pobre España, claro, tras haber sufrido la guerra en el mar, en América, en Europa y en su propio territorio (el carajal en Cataluña, que apostó por el archiduque Carlos y le salió el cochino mal capado, fue de órdago), después de que les quemaran los muebles, se les fumaran el tabaco, se pitorrearan en su cara y les diera por saco todo el mundo, los españoles pagaban ahora a su costa, con territorios y prestigio, los gastos de la fiesta ajena. En realidad la única potencia que salía gran vencedora de aquel enorme desparrame era Inglaterra, crecida en el mar, muy arrogante y chula ella, siempre dispuesta a calentar todo conflicto que desestabilizara a Europa, con un imperio colonial cada vez más poderoso y una marina mercante y de guerra que la convertían en dueña cada vez menos discutida de los mares. Ya saben ustedes: Rule Britannia sobre las olas, y todo eso.